Obras Teosoficas En Espanol
Theosophy House
POR LAS GRUTAS
Y SELVAS
INDOSTÁN
por
Helena Petrovna Blavatsky
The
Secret Doctrine by H P Blavatsky
Return to Searchable Text Index
EN
aía la tarde
dos días, estallaron sobre
cubierta las más alegres exclamaciones: ¡Ved el faro el
faro ya de Bombay!
Olvidadas quedaron al Punto
todas las distracciones de a bordo: la baraja, los
libros, la música. El pasaje
en masa se precipitó sobre cubierta. La Luna no había
mostrado todavía su redonda
faz, y una completa obscuridad reinaba, no obstante el
tropical cielo estrellado,
tan luminoso otras veces. El pequeño punto ígneo
parecía sino una estrella más
de las que desde, el cerúleo, firmamento nos hacían guiños
con su titileo. La célebre
Cruz del Sur lucía en uno de los lados
sumergía de tiempo en tiempo
sus fulgores bajo las olas fosforescentes, y los
asendereados pasajeros
saludábanle
No hay que decir que era
general la alegría.
Un espléndido amanecer siguió
a aquella lóbrega noche. El buque ya no balanceaba
casi. La broncínea silueta
vigorosa a los pálidos
albores matutinos, y el barco arrojando bocanadas de humo, se
deslizaba sobre las diáfanas
y tranquilas aguas
hacia el puerto. Nos faltaban
ya sólo cuatro millas hasta
infelices, que pocas semanas
hacía tiritábamos de frío al cruzar el Golfo de Gascuña tan
glorificado por los poetas
que se avecinaba no era sino
el más mágico de los ensueños de
Tras las noches tropicales
pasadas, cruzando el Mar Rojo, y los días abrasadores que
en
insólito y emocionante, cual
si nos hubiese hechizado aquella balsámica y suave brisa.
Ni una sola nube empañaba el
cielo, en el que sucesivamente se iban apagando las
estrellas. La misma luz de la
Luna, que soberana extendiese hasta entonces desde
Occidente su plateado manto,
se había también esfumado en la creciente luz
venía, no sin antes salpicar
con brillantes chispas de luz la obscura estela que nuestro
barco dejaba tras sí,
representadas por ella se
despidieran de nosotros avergonzadas ante la esplendorosa luz
bienvenida. Había, en efecto,
algo de conmovedor, algo de misterioso en aquella dulce
resignación que la Reina de
la Noche hacía de sus derechos en manos
usurpador que a toda prisa
venía… La Luna, en fin, tocó al borde
occidental y desapareció de
nuestra vista.
Súbito, casi sin transición
entre la obscuridad y la luz, el ígneo y rojo globo de fuego
del Sol, surgiendo por el
lado opuesto junto al cabo oriental, pareció apoyar su áurea
guedeja en las rocas más
bajas de la isla, cual si, por un momento, atentamente nos
C.Por las Grutas y Selvas del
Indostán
3
examinase. Luego, con
gallardía titánica, el luminar diurno se elevó sobre el mar y
prosiguió su triunfante
carrera, fecundando con sus rayos las aguas azules de la
Los rayos de oro
adoradores, quienes, desde la
ribera alzaban religiosamente sus brazos en honor
potente “Ojo de Ormuzd” Semejante
espectáculo de sincero culto primitivo era tan
solemne e imponente, que
cuantos nos hallábamos sobre cubierta permanecimos mudos,
silenciosos; y hasta cierto
lobo de mar, de abotargadas narices, vecino a nosotros,
suspendió su faena con el
cable de amarre y, después de carraspear limpiando su
garganta, saludó también al
padre–sol a su manera.
sobrado tiempo de admirar los
encantos
grupo de islas se mostraba
hacia nuestra diestra y sobre ellas descollaba Gharipuri o
Elefanta, con su antiquísimo
templo. Gharipuri, para los orientalistas europeos, es “la
ciudad de las cuevas”;
pero para muy sabios sanscritistas indígenas es “la ciudad de la
purificación”. Su
templo, perforado por hábil cuanto desconocida mano en el duro seno
de una roca semejante al
pórfido, es todo un insoluble problema para los arqueólogos,
pues ninguno, a bien decir,
es capaz de fijar concretamente su verdadera antigüedad. La
cima de Elefanta, cubierta
por seculares cactos, cobija misteriosa al templo principal y
dos laterales labrados en su
seno. A la manera de la serpiente de nuestros cuentos rusos
sobre hadas, el templo
hipogeo parece abrir sus obscuras fauces, dispuestas a tragarse al
atrevido mortal que pretenda
arrebatarle su secreto de Titán adormecido. Los dos solos
dientes que le restan,
denegridos por los siglos, son las dos columnas de la entrada, las
cuales diríase que sostienen
abiertas sus fauces monstruosas.
¡Oh divina, oh insuperable
Elefanta! ¿Cuántas razas, cuántas hindas generaciones no
se han arrodillado ante ti,
hundiendo las frentes en el polvo al prosternarse ante la triple
deidad de tu Trimurti
misteriosa? Y, ¿quién puede concretar el número de siglos
sucesivamente empleados por
el débil hombre, para ahondar en tus pétreas entrañas este
Templo de templos y esculpir
en ellas tus gigantescos ídolos? Sucedido se han evos tras
evos, desde que te vi la
última vez, antiguo y misterioso templo, y sin embargo,
idénticas interrogaciones
inquietantes, las mismas caliginosas dudas me atormentan hoy
que me atormentasen entonces,
permaneciendo siempre sin respuesta de tus labios de
Esfinge… Dentro de breves
días nos habremos de volver a ver; de nuevo pasmáreme
ante tu imagen adusta; ante
tus triples caras de granito, y sentiré otra vez y mil más mi
impotencia mental frente a
frente
siglo, ese tu secreto cayó,
¡ay!, en manos pecadoras, que no en vano el viejo
historiógrafo lusitano D.
Diego de Cuta hubo de alabarse de “la desaparición misteriosa
de aquel cuadrado sillar
ciclópeo que tremolaba fijo sobre el arco de la pagoda, con una
clarísima inscripción que fué
violentamente arrancada y enviada
Don Juan III”. Luego,
dicho historiador añadía: “Junto a la referida pagoda había otra; y
más allá una tercera, la más
prodigiosa de todas ellas en su maravillosa hermosura,
increíbles proporciones y
riqueza. Ellas fueron construidas por la dinastía de los reyes
de Kanadá (?) cuyo monarca
principal lo fué Bonazur. Nuestros bravos soldados
portugueses asaltaron con
tales furores estos antros de Satanás, que de ellos no hubo de
quedar bien pronto piedra
sobre piedra…” Lo peor y más lamentable, fué que tampoco
respetaron las inscripciones
que hoy podrían acaso darnos las claves
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hipogeos–hindúes tienen que
permanecer por siempre sepultados en un misterio
arqueológico para todos,
desde los propios brahmanes que les asignan 374.000 años de
existencia, hasta Fergusson,
que intentó vanamente el demostrar que ellos fuesen
perforados hacia el siglo
XII, no más, de nuestra Era.
Tal sucede siempre con todos
los problemas serios: tantas veces
volver la vista
retrospectivamente, la Historia nos dará tan sólo hipótesis y
obscuridades. No obstante de
ello, Gharipuri está mencionado en la grandiosa epopeya
del Mahâbhârata, escrito
mucho antes
refiere que dicho templo de
la Trimurti fué hallado en Elefanta por los mismos hijos de
Pându, una de las huestes que
lucharon en la terrible guerra entre las dos dinastías
respectivas
final de la guerra. Los de la
Rajaputana, que son descendientes solares, cantan todavía
esta victoria; pero ni en sus
propios cantos populares se puede hoy hallar nada de
positivo. Desfilarán los
siglos tras los siglos y sepultado yacerá, siempre desconocido, el
secreto en el pétreo seno de
la Cueva.
El cerro de Malabar, morada
de europeos y de indígenas ricos, se alzaba por el lado
opuesto de Elefanta, en el
lado izquierdo de la bahía. Sus viviendas suntuosas, pintadas
con brillantes colores,
aparecen exornadas por las verduras
higuera indostana y de
multitud de otros árboles, dominados por
cocoteros, que recubren con
sus copas todas las moles
extremo
sin duda, la parte más fresca
y grata de
brisas marítimas.
La isla de
la diosa Mamba de Maharati,
diosa que es Mahima o Amba, Mama y Amma, según las
diversas formas dialectales,
y cuyo significado literal es el de la Gran Madre. Un
templo consagrado a la diosa Mamba–Devi,
se alzaba, todavía no hace cien años, en el
mismo sitio de la moderna
explanada. Sin reparar en gastos ni en dificultades, fué
llevado más próximo a la
ribera y
los Inocentes”, uno de
los infinitos nombres
de su mole, tallada en forma
de colosal elefante de unos treinta y cinco pies de largo, y
Trombay, cuya enhiesta roca
se eleva novecientos pies sobre el mar.
cabeza de las demás islas,
parece en el mapa un enorme cangrejo fluvial, que extiende a
lo lejos sus dos patas, velando
vigilante por sus hermanos menores. Entre dicha isla
principal y el continente
corre un estrecho brazo de río que se ensancha y se ciñe
alternativamente,
dentellándose en él entre ambas orillas, bajo un cielo que no tiene
rival en el mundo. No sin razón
los portugueses que, andando el tiempo, fueron
sustituidos por los ingleses,
la denominaban la Bona–bahía, bahía que viajeros
entusiastas compararon con el
propio golfo de Nápoles, pero, a decir verdad, se parecen
entre sí
parecido que puedan entre
ambas tener es el que tienen agua en las dos..Por las Grutas y Selvas del
Indostán
5
En
originalidad, que recordar
pueda a la Europa mediterránea. Mirad, sino, los botes
indígenas y los barquitos
costeros: todos remedan, en sus airosas formas, al ave marina
denominada Sat, que es
una especie de alción o de gaviota. Cuando aquellas lanchitas se
ponen en marcha, son el
prototipo de la gracia con sus agudas proas y redondeadas
popas. Diríase que se
deslizan gallardas hacia atrás, y las extrañas formas de sus largas
velas latinas no son sino
alas de ave, sujetas por sus agudos ángulos
altura sólo. Sorprendente es
la velocidad sin igual que éstas imprimen a las lanchitas
cuando las hincha el viento,
haciéndolas inclinarse hasta tocar con una de sus bordas en
el agua, porque, a diferencia
de las. chalupas de regatas europeas, no hienden las ondas,
sino que se deslizan sobre
ellas cual los petreles.
Y ¡qué decir de los
alrededores de la bahía! Ellos parecían transportarnos a un ensueño
de los de Las mil y una
noches. Las alturas de los Montes Ghates occidentales, cortadas
aquí y allí por cerros
solitarios casi tan altos
la orilla. Impenetrables
bosques, moradas de animales salvajes lo recubren todo, desde
la base hasta las fantásticas
cimas. Cada roca, cada uno de aquellos picachos cuenta con
su leyenda independiente. Las
mezquitas, pagodas y templos de innumerables sectas
aparecen esparcidos por
doquiera, y aquí y allá los ardientes rayos
sillares de alguna antigua
espinosos cactos.
Doquiera vense esparcidos
allí los más variados cuanto sagrados recuerdos. En un
sitio, un misterioso Vihâra,
cueva de un santo Bhikshu buddhista; en otro, un peñasco
protegido por el símbolo de
Shiva; más acá un templo jaíno, o una piscina sagrada llena
de agua y recubierta por los
lotos,
una vez por la bendición
brahmánica y capaz desde entonces de purificar de toda
mancha a los que en ella
piadosamente se bailen. Los alrededores todos están
materialmente cuajados de
símbolos de dioses y de diosas, pues que allí cada uno de los
trescientos treinta millones
de divinidades del Panteón Hindú tiene su adecuada
representación, ya en una
flor, en una piedra, en un ave o en un árbol, que,
respectivamente, les esté
consagrados. Acullá, en la falda occidental del Cerro de
Malabar, se alza el templo de
Valakaiswara, el Señor de Arena, rodeado de árboles
seculares. Inacabables filas
de nidos serpean acercándose hacia el sacro recinto,
llevando, tanto los hombres
grandes brazaletes macizos
desde las muñecas hasta los hombros, con las frentes
exornadas en blanco,
las níveas muselinas y los ondulantes
extremos de sus turbantes orientales.
La sagrada leyenda de Valakeswara
refiere, en efecto, que allí mismo permitió una vez
Rama, cuando pasaba desde Ayodhya
u
Sita, robada por Râvana, el perverso rey. Créese
firmemente por aquéllos, que
Sakshman, el hermano de Rama,
estaba obligado a enviar diariamente a éste un nuevo
lingham cada día desde Benarés la santa, pero una tarde hubo
de descuidarse en el
puntual cumplimiento de su
misión. Impaciente entonces Rama, construyóse uno de
arena, y cuando el consabido
que esperaba llegó de Benarés, fué éste puesto en el
templo y dejado el otro allí
en la orilla, permaneciendo en tal estado siglos tras siglos.Por las Grutas y
Selvas del Indostán
6
hasta la llegada de los
portugueses, contra quienes hubo de sentirse el lingham tan
indignado por sus
profanaciones que alejóse mar adentro para nunca más volver… Un
poco más allá
de la flecha”, porque se
cuenta que al llegar allí Rama tuvo sed y lanzó una flecha
contra la roca, surgiendo así
el estanque al punto. Antaño los líquidos cristales
estaban rodeados de un alto
muro, y hubieron de construirse escalinatas para descender
hasta su orilla y una serie
de palacetes en mármol blanco para que los habitasen los
brahmanes dwija o “dos
veces nacidos”.
Con ser la
en las frondas y en los
fantasía popular las ha
entenebrecido, echando de generación en generación un velo
cada vez más denso y tupido
sobre ellas. Con cierta habilidad y paciencia, máxime si se
tiene el auxilio de algún
brahman instruido de quien se haya uno captado la amistad y la
suficiente confianza, puede,
no obstante, llegarse a descubrir la verdad histórica que la
fábula desnaturaliza.
Por allí se encuentra,
asimismo, el camino que conduce al templo parsi de los
adoradores del Fuego. En su
ara mantiénese perpetuamente encendido un fuego sagrado
que consume todos los días
enormes cantidades de
aromáticas. Dicho fuego
encendióse hace trescientos años, y, desde entonces, luce
inextinguible, no obstante
mil desórdenes, luchas sectarias y hasta guerras. Aquellos
güebros, discípulos de Zaratushta
o Zoroastro se sienten orgullosos con su templo,
templo en comparación
hindúes. Estas últimas están
casi todas consagradas a Hanumân, el dios–mono, fiel
aliado de Rama, y también a Ganesha,
el dios de la Oculta Sabiduría, o bien a uno de
los dioses Devas. Vénse
ellas en cada calle, con sus dobles hileras de pipales o ficus
religiosa de varios siglos de edad, árboles de los que ningún
templo puede carecer,
puesto que constituyen la
morada de los elementales y demás
Todo, todo aparece mezclado,
confundido y caótico, cual el más extraño panorama de
ensueño, pues que no en vano
han dejado allí sus vestigios treinta largos siglos. La
innata desidia de los
naturales, de un lado, y
genuinamente conservadoras,
de los hindúes, a un antes de la llegada de los europeos,
han preservado todos aquellos
monumentos de las depredadoras venganzas de los
fanáticos, allí donde más
peligro corrían por pertenecer a la religión buddhista o a otras
sectas impopulares también.
Los indos o hindúes no son dados, por naturaleza, a
devastaciones sin sentido, y
en vano buscaría en sus cabezas el frenólogo la
prominencia reveladora
camino con antigüedades más o
menos vandalizadas o desfiguradas, no es de aquéllos,
no, la culpa, sino de los
musulmanes, o bien de los portugueses, dirigidos por los
jesuitas.
El buque echó anclas, al fin,
y en un momento nos vimos asediados, tanto nosotros
esqueletos: los parsis, los
mogoles y cien otras tribus, estaban por ellos representadas, y
tamaña muchedumbre diríase
que había surgido
gritando, charlando,
aullando,
7
pronto que pudimos nos
apoderamos de un bote, refugiándonos allí para escapar pronto
de aquella confusión de
gentes y lenguas, que remedaban una segunda
Instalados de allí a poco en
la quinta que nos aguardaba, la primera cosa que atrajo
nuestra atención fueron las
miríadas de cuervos y buitres que por
Aquellos pajarracos
constituyen, por decirlo así, la celosa policía municipal de la
ciudad, encargados,
uno de tales buitres, no sólo
está prohibido por las ordenanzas, sino que resultaría asaz
peligroso, dado que con ello
se despertaría el espíritu de venganza de cualquier hindú,
prontos
porque es su firme creencia
que el alma de sus antepasados pecadores transmigra
después en aquellas aves, y,
por tanto, el dar muerte a uno de ellos es perturbar la ley
Tamaña creencia no sólo es
profesada por los hindúes, sino hasta por los parsis más
instruidos, y la misma
conducta extrañamente seguida por los buitres o cuervos indos
diríase que justifica hasta
cierto punto semejante superstición, porque son, en cierto
modo, los sepultureros de los
parsis, hallándose bajo la protecci6n directa
la muerte, o Farvandania, que
se cierne por sobre las Torres del Silencio, dirigiendo las
operaciones de aquella tribu
alada. El ensordecedor graznido de los cuervos, que a todo
recién llegado no puede menos
de chocar al principio, tiene un donoso origen. Es a
saber, que cada cocotero de
la selva que a
hueco, o corteza de fruta a
manera de escudilla. Gotea en ésta la savia
después que ha fermentado, se
convierte en ese brebaje embriagador conocido por el
nombre de toddy en el
país. Los desnudos toddys wallahs, que suelen ser portugueses
mestizos, con su modesta
sarta de corales, trepan
a veces 150 pies de altura
para recoger el brebaje dos veces por día. Los cuervos, que
suelen construir sus nidos en
lo más alto de los cocoteros, beben también en los abiertos
pumkins, y de aquí la crónica embriaguez de estos pájaros y su
graznido continuo.
Tan pronto
descolgaron pesadamente de
los árboles vecinos, haciendo, al caer, un ruido
indescriptible, y diríase que
tenían ellos algo de humanos en las actitudes astutas y
extrañas que tomaban aquellos
pajarracos borrachos, y que, mientras así nos
examinaban de pies a cabeza,
brillaban sus ojuelos con fulgores verdaderamente
diabólicos.
-------
--------------------Los
tres modestos bungalows que
ocupábamos no parecían sino nidos de verdura, con
sus techos literalmente
sepultados, bajo rosales floridos de veinte pies de altura, y con
sus ventanas, quienes, en
lugar de cristales, se cerraban con marcos de blanca muselina.
Nos hallábamos, sin duda, en
la verdadera y genuina
se hallaba emplazada en la
parte indígena de
efectiva, no al modo de los
ingleses, quienes siguen allí viviendo en Inglaterra, rodeados
a corta distancia por la
auténtica
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óptimas condiciones para
observar el carácter y costumbres
leyendas, religiones,
supersticiones y ritualismos: en una palabra, vivir entre hindúes.
Todo es fantástico, original,
inquietante, en el país
venenosa;
extraordinario, inesperado,
maravilloso, aun para quien haya viajado por Turquía,
Palestina, Damasco y Egipto.
Los reinos animal y vegetal de aquellas comarcas
tropicales difieren,
efectivamente, en sus formas de cuanto estamos habituados a
contemplar en Europa.
Ved, sino, esas mujeres
atravesar, camino de una fuente, cruzando a través de un
jardín que, no obstante ser
propiedad particular, está, sin embargo, franco a todo el
mundo, dado que unas vacas
pacen en él. ¿Qué tiene en sí de extraño el encontrarse con
mujeres, ver vacas y admirar
un jardín? Nada, desde luego, mas una consideración más
atenta, es suficiente para
demostrar la enorme diferencia, que media entre la Europa y la
perfecta respecto de su
propia insignificancia. La exuberancia tropical es tal, que
nuestros árboles más
corpulentos y altos parecerían enanos comparados con los banyans
y en especial con las
palmeras. Una vaca europea tomaría a su congénere indostánica
por modesta ternerilla,
negando hasta el parentesco con ella, porque ni su pelaje de tinte
de rata, ni sus rectos
cuernos análogos a los
serían para otra cosa.
Respecto de las mujeres, ellas son capaces de entusiasmar a
cualquier artista, por sus
vestiduras, cuanto por la gracia gentil de sus movimientos, y,
no obstante, ninguna
corpulenta, blanca y sonrosada Ana Ivanowena descendería a
saludarla, ni a mirarla
siquiera… ¡Qué vergüenza, Dios santo; la mujer está
completamente desnuda!
Semejante concepto de
desprecio hacia la pobre mujer hindú, en la opinión de la mujer
rusa moderna, refleja en sí
el aserto de un distinguido viajero ruso, “el pecador siervo de
Dios, Athanasio, hijo de
Nikita de Tver”,
describe así la
se cubren la cabeza. Cada año
tienen las mujeres un niño, y tanto ellas
esposos son negros. Un velo
llevan en torno de la cabeza sus príncipes, y con otro velo
se envuelven las piernas. Las
gentes nobiliarias llevan, ellos un velo en el hombro, y
ellas en torno de los
riñones; pero todos caminan con los pies desnudos, y las mujeres
andan con el pelo suelto y
desnudo el pecho. Niños y muchachas nunca se cubren sus
vergüenzas hasta que tienen
siete años…” Esta descripción es exacta, pero sólo es
aplicable a las más
inferiores e indigentes, las que, efectivamente, sólo se cubren con un
velo, tan pobre a veces que
no es sino un harapo. Sin embargo, ni a la mujer más infeliz
la faltan nunca una pieza de
diez varas de muselina para envolver su cuerpo, y uno de
cuyos extremos hace el papel
de una enagua corta, y con el otro, cuando van por la
calle, se cubren hombros y
cabeza, si bien dejando siempre la cara descubierta. No se
hallaría mujer decente
alguna, en cambio, que consintiera en llevar calzado. Los zapatos
son la insignia y distintivo
de las mujeres desacreditadas, y cuando, hace algún tiempo,
la esposa de cierto
gobernador de Madrás, proyectó el que se obligase a las mujeres
país a cubrirse el pecho, a
poco si no estalla una revolución, ya que únicamente las
danzarinas gastan una especie
de chaquetilla. El Gobierno vióse forzado a reconocer
que no era prudente el
exasperar a las mujeres, más peligrosas a veces que los hombres,.Por las Grutas
y Selvas del Indostán
9
y aquella costumbre, basada
en una ley
de tres mil años, permaneció
inmutable y respetada.
Más de dos años antes de que
dejásemos el suelo de Norteamérica veníamos
manteniendo correspondencia
con un sapientísimo brahmán, que actualmente (1879) es
una legítima gloria en toda
la
antiguo país de los arias,
sus Vedas y su lengua. Llámase el sabio el swami Dayanand
Saraswati. Swamis se
dice a los anacoretas iniciados en muchos misterios de la
Naturaleza y del Hombre,
misterios que yacen impenetrables para el común de los
mortales. Son ellos monjes
ascetas, que jamás se casan, y absolutamente distintos de
esotras fraternidades
mendicantes llamadas de los Hossein y de los Sannyâsis. Este
pandit es un perfecto enigma
para todo el mundo, y está considerado
sanscritista de toda la
de todo en una espesa selva,
al modo de los antiguos gimnosofistas que mencionan los
clásicos griegos y latinos,
apareciendo de nuevo en el mundo
heroicas empresas. Después de
su voluntario aislamiento, estaba a la sazón estudiando
los principales sistemas
filosóficos de la “Arya–vartta”, y el significado oculto de los
Vedas, auxiliado por otros místicos y anacoretas.
Todos los hindúes, en efecto,
creen que en las Montañas de Bhadrinath, que se alzan
hasta veintidós mil pies
sobre el nivel
desde hace muchos miles de
años por estos
pies al río Bishegunj, al
norte del Indostán, y es célebre por su templo de Vhisnú,
situado en el corazón de la
ciudad. Dentro del templo hay manantiales termales
minero–medicinales, visitados
anualmente por unos cincuenta mil peregrinos, que van a
purificarse y a buscar la
salud en ellos.
Tan luego
inmensa, y mereció bien
pronto por sus atrevimientos el nombre de “el Lutero de la
trasladándose de un extremo a
otro
Deidad Una y Única, y probando, con las Vedas en
la mano, que en las más antiguas
escrituras no hay ni una sola
palabra que pueda justificar el actual politeísmo. El gran
orador sagrado lucha con todo
su poder contra las castas, contra el casamiento de los
niños, y contra todo linaje,
en fin, de supersticiones, lanzando rayos y truenos contra la
idolatría. Pero sus más
formidables arremetidas las guarda contra los brahmanes, a
quienes culpa de haber fomentado
todos los males incrustados en la
más siglos de casuística
interpretación de los Vedas, y acusándoles públicamente de ser
los únicos culpables
antaño grande e independiente
y hoy esclavizado y envilecido. No obstante tan atrevidas
predicaciones, la Gran
Bretaña tiene en él un aliado y no un enemigo, por cuanto suele
decir a todos los que quieren
oírle: “Si expulsáis a los ingleses, inmediatamente
después, vosotros, yo y todo
aquel que se alce contra el culto de los ídolos, seremos
degollados cual pobres
corderillos. Los musulmanes son más fuertes que los idólatras;
pero los idólatras son más
fuertes que nosotros”.
El pandit Dayanand ha
sostenido formidables disputas con los brahmanes, esos
traidores enemigos
10
hasta a reclutar asesinos
para matarle en secreto, pero la intentona fracasó. En una
pequeña ciudad de Bengala, donde
fustigase sin piedad al fetichismo, un fanático soltó
una enorme cobra contra sus
desnudos pies. Conviene advertir previamente que hay dos
serpientes diferentes,
deificadas por la Mitología brahmánica: la que rodea el cuello de
los ídolos de Shiva, llamada
Vasuki, y la otra, Ananta, que forma el lecho de Vishnú.
Así, el adorador de Shiva,
completamente seguro de que su cobra,
de antaño para los misterios
de una pagoda shivaíta, daría prontamente fin
exclamó, triunfal, al tiempo
que arrojaba la cobra contra el asceta:
–¡Que el mismo dios Vasuki
demuestre quién de los dos tiene razón!
–Que lo haga cuando guste–
respondió Dayanand con la más impasible serenidad.
Y sacudiendo de sí la cobra,
que ya se enroscaba a su pierna, con un solo movimiento
lleno de energía, aplastó la
cabeza
–Vuestro dios ha estado
demasiado torpe y lento; yo soy, pues, quien ha decidido la
disputa.
Y,
–Ya podéis anunciar al mundo
cuán fácilmente perecen los falsos dioses.
auxilio a las masas,
aclarando su ignorancia respecto al evidente monoteísmo de los
Vedas, sino que le proporciona, si cabe, aun mayor a la
Ciencia, poniendo de relieve y
de manifiesto quiénes son
efectivamente los brahmanes, única casta de la
durante luengos siglos, ha
tenido el derecho exclusivo de estudiar los Vedas y de
comentarios, haciéndolo
siempre tan sólo para su propio engrandecimiento explotador.
Antes, mucho antes de que
orientalistas tales
Müller se ocupasen
el purísimo monoteísmo de las
doctrinas védicas, y hasta ha habido fundadores de
nuevas religiones que
llegaron a negar las revelaciones de dichas Escrituras, tales
el Rajá Ram Mohum Roy, y
después de él, Babú Keshub Chunder Sen, ambos
bengaleses, de Calcuta.
Ninguno de ellos, sin embargo, pudo lograr éxito, sino añadir el
nombre de una nueva secta más
a las innumerables que pululan por la
Mohum Roy murió en Inglaterra
sin haber casi nada hecho; y en cuanto a Keshub
Chunder Sen, después de
fundar la de Brahma Samaj, la cual profesa una religión
extraída de las profundidades
de la propia imaginación de Babu, se hizo un exaltado
místico, y,
igual de los espiritistas,
por quienes está considerado
Swedenborg de Calcuta,
pasando su tiempo en sucia piscina, proclamándose el profeta
de sus gentes y ejecutando
una danza mística vestido de mujer, en atención, dice,”a la
mujer diosa”,
designación que aplica al par, a “su madre, su padre y su hermano
primogénito”.
En suma: que todo cuanto
hasta aquí se ha intentado para restablecer el puro
monoteísmo primitivo de la
Ario–
doble roca del Brahmanismo y
de los prejuicios de tantos y tantos siglos de existencia.
Mas he aquí que se muestra de
improviso Dayanand, respecto de quien ni aun sus
discípulos predilectos saben
ni quién es ni de dónde viene, ya que él confiesa.Por las Grutas y Selvas del
Indostán
11
únicamente ante las
multitudes a quienes subyuga que el nombre aquel bajo el cual es
conocido no es el propio
suyo, sino el que le fué dado por su Maestro al recibir la
iniciación de verdadero
Yogui.
Patanjali fué el fundador de
la mística escuela Yoga, uno de los seis sistemas
filosóficos de la
gnósticos de la segunda y
tercera escuela de Alejandría fueron discípulos de los yoguis
indos, y es tradicional el
creer que su teurgia fué importada por Pitágoras de la India.
Aun se encuentran cientos de
yoguis en esta última que practican la yoga de Patanjali, y
que aseguran estar, mediante
ella, en inefable comunicación con el propio Brahma; pero
es lo cierto que la mayor
parte de ellos son mendigos profesionales, vagos de
solemnidad e inconmensurables
embaucadores, que explotan las ansias milagreras
populacho indígena. Los
yoguis verdaderos evitan cuanto pueden el mostrarse en
público, recluidos,
presentándose sino cuando
tienen una misión especial que cumplir en el mundo, cual
acaeciera a Dayanand, porque
Dayanand es el sanscritista más profundo que ha
conocido la
fustigador de los errores y
vicios que se ha conocido desde los tiempos de
Sankarâchârya, el fundador de
la filosofía Vedanta, sistema a su vez que es corona de
toda la enseñanza panteísta,
y la más metafísica de todas las escuelas indas.
La prestancia de Dayanand,
por otra parte, es sencillamente magnífica. Su estatura es
gigantesca; de pálida tez,
más europea que inda; grandes y fulgurantes ojos y luengo
pelo canoso, porque conviene
saber que los verdaderos yoguis o dikshatas (iniciados)
no se cortan jamás el pelo ni
la barba. Su voz clara y
gamma de los sentimientos,
desde el dulce y acariciador balbuceo infantil hasta la
tonante ira contra las
perfidias y falsedades de los sacerdotes, conjunto que produce
mágico e indescriptible
efecto en la tan impresionable imaginación de los hindúes. Así
que doquiera se muestra
Dayanand, las multitudes se le postran en el polvo, besando sus
huellas; pero, bien a
diferencia
religión inventando dogmas
nuevos, y sólo les preconiza la necesidad de volver a los
olvidados estudios
sánscritos, y que pongan en parangón las santas enseñanzas de sus
mayores con las
falsificaciones y degradaciones brahmánicas, retornando a la purísima
concepción de la Deidad que
enseñaron los primievales rishis Agni, Vayu, Aditya y
Anghira, patriarcas sublimes
que diesen los Vedas a la pobre Humanidad. Y ni siquiera
pretende Dayanand que los
mismos Vedas sean una revelación
enseña únicamente que “cada
palabra de estas Escrituras responde a la Inspiración más
elevada que le es dable
recibir al hombre de la tierra, inspiración mil veces repetida en
la historia de la Humanidad,
y que tantas veces
país.”
El swami Dayanand, en meros
cinco años de predicaciones estupendas, hizo unos dos
millones de prosélitos,
principalmente entre las altas clases, y, a juzgar por todas las
apariencias, ellos están
prontos a sacrificar por él sus
con frecuencia más estimado
que la vida misma, o sea sus bienes materiales. Dayanand,
cuestiones ínfimas,
contentándose por todo alimento con unos cuantos puñados de arroz
cada día, sobriedad ante la
cual uno casi llega a pensar que acaso lleva una
encantada vida, en vista,
además, de su serenidad pasmosa ante el
12
las pasiones humanas más
inferiores que despierta, y que tan peligrosas suelen ser en la
muchedumbres de fanáticos, y
una vez pudimos verle en acción; despidió, en efecto, a
todos sus fieles secuaces,
prohibiéndoles que velasen sobre él ni menos que te
defendiesen, y se quedó solo,
frente por frente de una multitud furibunda, mirando
impasible al monstruo
colectivo que parecía dispuesto a lanzarse sobre él y
despedazarle.
-------Cardiff Theosophical Society in Wales-------
206 Newport Road, Cardiff, Wales, UK. CF24-1DL
--------------------Llegados
aquí nos conviene dar una
breve explicación. Hace varios años que se
constituyó en Nueva York una
Sociedad de personas enérgicas e instruidas, a quienes
cierto sabio de sutil ingenio
hubo de denominar Sociedad de los descontentos
espiritismo. Los fundadores de ella, eran gentes que admitían la
realidad de los
fenómenos espiritistas, cual
creían en la posibilidad de cien otros fenómenos naturales,
negando, no obstante, la
llamada “teoría de los espíritus”. Consideraba, en suma, que la
moderna filosofía espiritista
se encontraba en los primeros grados no más de
desenvolvimiento, sin haber
penetrado en la verdadera naturaleza espiritual y psíquica
todo cuanto no pueda ser
explicado y abarcado por sus teorías particularistas.
No bien surgió semejante
agrupación, que se diese a conocer al mundo
teosófica, norteamericanos muy instruidos se adhirieron a ella.
No quiere esto decir que
sus miembros no diferían
entre sí en la apreciación de muchos problemas, al modo de
cualquier otra Sociedad de
las que existen por el mundo: Sociedades geográficas o
arqueológicas que entablan
controversias, durante muchos años, acerca de las verdadera
fuentes del Nilo, o de la
interpretación que deba darse a los jeroglíficos egipcios, aunque
los primeros estén de acuerdo
en cuanto a admitir que, pues el Nilo tiene agua,
forzosamente han de
encontrarse en alguna parte sus fuentes. Igual sucede con los
múltiples fenómenos
que haya de esclarecerlos.
Pero la piedra–clave de Roseta no había, no, que buscarla en
Europa ni en América, sino en
los remotos países donde todavía se admite la existencia
de la Magia, donde los
sacerdotes indígenas salen a maravilla por día, y donde el frío
hábito
Oriente.
No ignoraba, en efecto, el
Consejo de la Sociedad que los lamas buddhistas,
verbigracia, aunque negaban
la inmortalidad del alma y no creía en Dios tampoco, se
han hecho célebres por
“fenómenos” los más extraordinarios; que el magnetismo
animal era conocido y
practicado en
la denominación de Gina o
Jina, y que en la misma
de esos espíritus a quienes
tan profundamente parecen venerar nuestros espiritistas, no
obstante lo cual, muchos
fakires ignorantes pueden ejecutar “milagros” capaces de dar
al traste con todas las
nociones acariciadas por los científicos, cuanto para exasperar a
los más hábiles
prestidigitadores europeos..Por las Grutas y Selvas del Indostán
13
Muchos individuos de dicha
Sociedad Teosófica han visitado la
nacido en la
brahmanes y los fundadores de
aquella agrupación, convencidos de cuán crasísima es la
ignorancia moderna respecto
problemas metafísicos ese
mismo método comparativo, que tan buen fruto le diese a
Cuvier en Anatomía. Con ello
los métodos inductivo y deductivo usados por Occidente
pasarían de las regiones
físicas al mundo genuino de la psiquis. “De otro modo –decían–
la Psicología quedará
estancada y hasta constituirá una rémora de las demás ciencias de
la Naturaleza”. Y no
han faltado tampoco ocasiones en las que la Fisiología occidental
ha merodeado y cazado
furtivamente en los campos de los conocimientos puramente
abstractos y metafísicos,
fingiendo al par ignorar por completo estos últimos , y
pretendiendo, en vano,
clasificar la Psicología entre las llamadas “Ciencias positivas”,
no sin arrancarla previamente
al lecho de Procrusto, donde hoy yace, aunque
vengándose con negar sus
secretos a tan groseros atormentadores.
Añadamos que, en poco tiempo,
la repetida Sociedad llegó a contar sus individuos, no
por cientos, sino por miles,
pues que en ella ingresaron bien pronto todos los
“descontentos”
hasta doce millones de
espiritistas. Otras ramas de aquel tronco brotaron en Londres,
experimentos, se afirmaba la
creencia de que los fenómenos en cuestión no eran
causados únicamente por los
espíritus. Después se fundaron también otras ramas en la
numerosos que los europeos.
Se formó una Liga internacional y añadióse al nombre de
la Sociedad el subtítulo de
“La Fraternidad Humana”. Después de una cordial y activa
correspondencia entre la
Sociedad Teosófica y la Arya–Samaj, fundada por el swami
Dayanand, se fusionaron entre
ambas asociaciones, y entonces el Consejo Supremo de
la rama de Nueva York decidió
enviar una delegación especial a la
sobre el terreno la
antiquísima lengua en que se escribiesen los Vedas, cuanto los
manuscritos y fenomenología
Delegación, compuesta de dos
secretarios y dos miembros
Teosófica, salió de Nueva
York, deteniéndose unos días en Londres, y prosiguiendo
después a
Todo cuanto antecede, ¡ay!,
escribióse hace algún tiempo. Desde entonces el swami
Dayanand ha cambiado por
completo de actitud hacia nosotros. Hoy es un enemigo
personal de la Sociedad
Teosófica, cuanto de sus dos fundadores, el coronel Olcott y la
autora de estas cartas. Parece
ser que al aliarse ofensiva y defensivamente con nuestra
Sociedad, abrigaba secretos
propósitos de que todos sus individuos cristianos,
brahmanes y buddhistas,
reconocieran su supremacía y se hiciesen miembros así de su
Arya–Samaj. Inútil es añadir
que semejante propósito era imposible, ya que la Sociedad
Teosófica se basa en la más
completa fraternidad y en la no ingerencia en las
respectivas creencias
religiosas de sus individuos. La tolerancia recíproca es su
su base, dentro de su
objetivo puramente filosófico e investigador. Semejante cosa no
convenía a Dayanand y
pretendía que todos los miembros teósofos se convirtiesen en
sus discípulos o, de lo
contrario, fuesen expulsados de la Sociedad, no es dudoso que ni
el Presidente ni el Consejo
podían allanarse a semejante pretensión. Los ingleses y los
norteamericanos, tanto
cristianos
14
especialmente, los brahmanes,
se rebelaron contra Dayanand, pidiendo unánimes la
ruptura de la alianza.
No obstante, todo esto no
acaeció sino en tiempos después. En la época a que me
refiero éramos todos los
amigos, y los aliados
el “mela” de
de feria religiosa que servía
de punto de reunión a los más ilustres representantes de
todas las numerosas sectas
que en la
acerca de todos los puntos
religiosos y se leen por los contrincantes las más sabias tesis
y disertaciones. Aquel año la
reunión de
los sannyâsis o monjes
mendicantes de la
por el swami, se declaró
efectivamente.
Asamblea, le consagramos a
visitar
La Torre del Silencio, en las
cumbres del Malabar–Hill, es la última morada donde
descansan los hijos de
Zoroastro. En semejante cementerio parsi, sus muertos, sin
distinción entre hombres y
mujeres, ricos y pobres, son puestos en fila, no quedando de
ellos en pocos minutos sino
los esqueletos. Las Torres del Silencio, llamadas así por el
que en ellas ha reinado
durante siglos, causan la más desoladora impresión en el ánimo
con que cuenta
pequeña hace muy poco tiempo.
Dichas Torres del Silencio,
con raras excepciones, son de forma cuadrada o redonda,
de veinte a cuarenta pies de
altura, sin puertas ni techumbre; con una sola entrada de
hierro hacia el Este, y tan
pequeña que unos matorrales la recubren. El primer cadáver
que se lleve a una dakhma o
torre nueva ha de ser el de un niño o el de un mobed o
sacerdote. A nadie, ni aun al
vigilante principal, se le permite aproximarse a más de
treinta pasos de estas
torres. Solamente a los nassesalares, o portadores de los muertos
les es permitido entrar y
salir en ellas, pero la vida que ellos llevan es aún más miserable
que la
en el aislamiento más
abyecto. Prohibido,
precisión de buscarse el
alimento por los medios más inverosímiles. Nacen, se casan y
mueren sin relación alguna
con los demás seres
sólo cruzan las calles para
incautarse de los muertos y llevarlos a la torre.
Hasta su vecindad es
considerada
que sea el que hubiese sido
su rango social, va cubierto con blancos harapos, lo
desnudan y lo colocan
silenciosamente en una de las tres filas que vamos a describir.
Luego, con idéntico mutismo
salen, cierran la puerta y queman los harapos.
Entre los adoradores
majestad, siendo sólo objeto
de repugnancia. Cuando la última hora
aproxima, todos abandonan la
estancia mortuoria, tanto para no crear obstáculos con su
presencia a la salida del
alma
contacto
después de recitar en su oído
el ashem–vohu, el yato–ahavarie y otros pasajes
Zend–Avesta, abandona la
habitación antes de que el moribundo abandone su cuerpo.
En seguida traen un perro,
poniéndole cara a cara con aquél, ceremonia denominada
sas–did o sea de “la mirada
15
viviente a quien el drux–nassu,
o demonio, teme, pues le impide tomar posesión
cadáver. Al efecto se tiene
gran cuidado de que no se interponga la sombra de nadie
entre el moribundo y el
perro, porque toda la fuerza de la mirada
el diablo no desaprovecharía
tamaña ocasión. Después, el cadáver es dejado en el punto
en que la vida le abandonó,
hasta que los nassesalares aparecen con los brazos
envueltos en viejos sacos
para llevárselo al dakhma, depositándole en un féretro de
hierro, que es el mismo para
todos. Si por acaso acontece que alguno tenido por muerto
vuelve en sí, los nassesalares
tienen la misión de matarle, pues todo aquel que ha sido
contaminado por el contacto
de los cadáveres
derecho de volver entre los
vivos, porque, al hacerlo, contaminaría a toda la vecindad.
tratando ahora de que los
parsis acepten una nueva ley que permita a los infelices ex
cadáveres el poder volver a habitar entre sus gentes,
obligándose a los nassesalares a
que dejen abierta la única
puerta
escapar. Dícese, a este
propósito, que los buitres devoran al punto los cadáveres, pero
que jamás tocan a los
aparentemente muertos, sino que, antes bien, huyen de ellos,
dando pavorosos graznidos.
Después de la postrera oración pronunciada a distancia por
el sacerdote, tornase a la
ceremonia primera de “la mirada
animalitos educados al
efecto, que nunca falta en las Torres del Silencio. Por último, se
introduce el cadáver en ella,
colocándosele en la fila que por edad, sexo y condición le
corresponde.
Por dos veces hemos
presenciado la ceremonia de los moribundos y una vez la
entierro, si cabe aquí
emplear tan incongruente término, porque en este punto los parsis
son más tolerantes que los
hindúes, quienes se ofenden con la presencia sola de un
europeo en sus ceremonias
religiosas. N. Bayranji, principal encargado de la torre, nos
invitó a presenciar el
entierro de una mujer de buena posición. Así, sentados
tranquilamente en la terraza
de nuestro bondadoso huésped, pudimos verlo todo a
distancia de unos cuarenta
pasos. Mientras que el perro miraba con gran fijeza la cara de
la muerta, nosotros
contemplábamos con igual intensidad, pero con indecible
repugnancia, la enorme
bandada de buitres que se cernía sobre la torre, donde
descendían luego llevándose
entre las garras y el pico pedazos de carne humana.
Los buitres de los dakhmas
han sido expresamente importados de
buitres indos resultan ser
demasiado débiles y no lo bastante carniceros para ejecutar el
proceso de la monda de los
esqueletos con toda la rapidez prescrita por Zoroastro,
operación, se nos dijo, que
dura apenas unos minutos. Cuando se hubo concluido la
ceremonia, pudimos estudiar
en otro edificio un modelo completo de una Torre del
Silencio, representándonos
así lo que ocurre en las verdaderas. En éstas hay en
un profundo pozo sin agua,
cubierto por un enrejado
alrededor
cadáveres. Los nichos son en
número de 365, en tres filas, de las cuales la primera y
más pequeña es para los
niños; la segunda para las mujeres, y la tercera para los
varones. Dicho triple círculo
es el emblema de las tres virtudes cardinales zoroastrianas:
pensamientos puros, palabras
puras y obras buenas. Los buitres dejan mondados los
esqueletos en menos de una
hora; en dos o tres semanas el sol tropical calcina las
osamentas hasta reducirlas a
un estado de fragilidad tal, que el más leve soplo de viento
basta para reducirlas a polvo
y sepultar el polvo en el pozo, sin que haya mal olor.Por las Grutas y Selvas
del Indostán
16
alguno, ni temor, por tanto,
a pestes o epidemias, cosa que no sabemos hasta qué punto
no será ello preferible a la
cremación, que deja en el aire, alrededor
olor, aunque ligero,
desagradable. El ghat es un sitio a orillas
los hindúes incineran a sus
muertos. Así, en lugar de alimentar a la “húmeda
Madre–Tierra”, la
antigua deidad eslava, con podredumbre, los parsis dan a Armasti
polvo puro. Armasti significa
literalmente la Vaca nutridora, y Zoroastro enseña que el
cultivo de la tierra es la
tarea más noble a los ojos de Dios, por lo cual este culto es
sacrosanto entre los parsis,
quienes toman toda clase de precauciones, las más
inverosímiles, para no
contaminar a la Vaca nutridora que les da “cien dorados granos
por uno”. En la época
en que soplan los monzones, en cuyos cuatro meses cae
incesantemente la lluvia,
ella lava y arrastra hasta el sumidero todo cuanto dejan los
buitres, y este agua se
filtra después por las paredes
además, de carbón vegetal y
de finísima arena.
La visita al Pinjarapala es
mucho menos desagradable y hasta entretenida. El
Pinjarapala es el hospital de
siempre en toda ciudad que
cuente con jainos. La religión Jaina es una de las más
antiguas e interesantes de
toda la
año 543 al 477, antes de
nuestra Era. Los jainos se jactan de que el Buddhismo no es
sino una mera herejía del
Jainismo, habiendo sido Gautama, el fundador de aquella
religión, un discípulo y
sectario de un gran Gurú o Maestro jaino. Las costumbres, ritos
y concepciones filosóficas de
los jainos son intermediarias entre las de los brahmanes y
los buddhistas. Desde el
punto de vista de la organización social, se parecen a los
primeros; pero en orden a
religión se acercan más a estos últimos. Sus divisiones de
casta, su total abstinencia
de carne, su
son tan estrictamente
observadas por ellos
igual de los buddhistas,
niegan a los dioses
Los Vedas, adorando a los veinticuatro Tirthankaras o Jinas,
jefes de la Hueste de los
Bienaventurados, lo que
constituye su culto característico. Sus sacerdotes,
los buddhistas, permanecen
célibes; viven en vihâras aislados, solitarios, y eligen
sucesores indiferentemente
entre los de cualquier clase social.
Según los jainos, el único
lenguaje sagrado es el pákrito, que es el usado en su
literatura religiosa, así
idéntica cronología
legendaria. No comen después de puesto el sol y quitan con
minucioso esmero hasta el
polvo
insecto más ínfimo. Ambos
sistemas, o más bien escuelas de filosofía Jaina y buddhista,
enseñan la teoría de átomos
eternos e indestructibles, al tenor de la teoría atómica de
Kanâda, y aseguran que el
Cosmos ni tuvo principio ni tendrá fin. “El universo entero
no es sino Maya o
ilusión”, dicen a una los vedantinos, buddhistas y jainos; pero,
mientras que los secuaces de
Sankarâchârya predican sobre Parabrahm– la Divinidad
sin voluntad, entendimiento
ni acción por ser Entendimiento, Mente y Voluntad
absolutas–y sobre Ishwara,
que de Él emana, los jainos y buddhistas no creen en creador
alguno
de la Naturaleza, o
Substancia Primordial de formación espontánea, plástica e infinita.
Sin embargo, al igual de
todas las sectas indas, el jaino cree en la transmigración de las
el insecto más ínfimo, porque
con ello acaso priva de la vida a un verdadero antepasado.Por las Grutas y
Selvas del Indostán
17
suyo. Por eso también su
respeto hacia toda criatura viviente, por las que desarrolla un
amor y una solicitud
increíbles. No sólo hay en cualquier ciudad, por ínfima que sea, un
hospital–sanatorio para
animales enfermos, sino que sus sacerdotes llevan siempre una
especie de bufanda de
muselina, a fin de no destruir al más ínfimo mosquito de los que
en el aire pululan. Análogo
temor les hace no beber sino agua filtrada. Varios millones
de jainos, en fin, están
repartidos por
sitios.
El Pinjarapala de
prados, jardines y patios con
abrevaderos, jaulas para fieras y cercados para animales
domesticados. Una
institución, en suma, que bien pudiera haber servido
Arca de Noé. En el primero de
los patios no vimos animales, sino centenares de
espectros humanos: ancianos,
mujeres y niños. Eran los indígenas que restaban de los
“distritos
yardas más allá los veis o
curanderos oficiales estaban ocupados con la tarea de vendar
las rotas patas de un chacal;
en derramar aceite caliente sobre los ulcerados lomos de
perros sarnosos, y en ajustar
muletas a cigüeñas lisiadas, muchos seres humanos se
morían de hambre allí mismo.
Por dicha de aquellos
famélicos seres humanos, había a la sazón menos animales
asilados que de ordinario, y
así, eran alimentados con los residuos miserables de las
bestias allí recogidas, y no
me cabe duda alguna de que no pocos de aquellos infelices
caídos habrían consentido
gustosos en transmigrar instantáneamente a los cuerpos de
animales que así terminaban
su carrera terrestre tan mimosamente atendidos.
Pero ni aun las rosas de
Pinjarapala carecen de espinas. Las personalidades granívoras
no podían desear nada mejor,
por supuesto; pero me permito dudar de que fieras cual los
tigres,
y los huevos. Por
consiguiente, cuantos animales disfrutan de sus solícitos cuidados
tienen que hacerse
vegetarianos. Estábamos presentes cuando dieron de comer a un
herido por una bala inglesa.
Olfateó con displicencia la sopa de arroz que le presentaron,
sacudió la cola con
desagrado, gruñó, enseñándonos sus dientes amarillentos, y con un
débil rugido se apartó de la
comida. En cambio, ¡qué mirada tan oblicua y significativa
lanzó sobre su guardián, que
trataba con dulzura de persuadirle a que probase la sabrosa
sopa! Sólo los fuertes
barrotes de la prisión salvaron al jaino de otra más vigorosa
protesta por parte de aquel
veterano de la selva. Una hiena, con la cabeza sangrando y
una oreja medio deshecha,
principió por sentarse sobre la artesa llena de aquella salsa
espartana, y después, sin más
ceremonia, la volcó,
desprecio hacia tamaña
porquería para sus carniceros gustos. Los perros y lobos
lanzaban aullidos tan
lastimeros, que atrajeron al fin la atención de dos amigos
inseparables: un viejo
elefante con una pata de palo y un buey con un ojo enfermo; los
verdaderos e inseparables
Cástor y Pólux de la institución. Conforme a su noble
naturaleza, el primer
pensamiento
el cuello
una alada tribu de loros,
cigüeñas, palomas y flamencos se refocilaba con su almuerzo.
Los monos fueron los primeros
en responder a la llamada
extraordinario. Más allá nos
mostraron a un santo hombre que estaba alimentando
insectos con su propia
sangre. Yacía tendido en el suelo y con los ojos cerrados.Por las Grutas y
Selvas del Indostán
18
recibiendo de lleno los
caliginosos rayos
moscas, mosquitos y chinches.
–Ellos son todos hermanos
nuestros –observó con gran dulzura el guarda–. ¿Cómo
vosotros, los europeos,
podéis matarlos y hasta devorarlos?
–¿Qué haríais, pues, vos
–interroguéle–, si tratase de morderos esa terrible serpiente?
¿La mataríais si ella os
diese tiempo?
–¡Por nada
en algún paraje desierto,
fuera de la ciudad.
–¿Y si os mordiese?
–Recitaría tranquilo un mantram,
y si ello no producía el debido efecto, me resignaría
a la ley del Destino y
dejaría este cuerpo cambiándole por otro.
Tal fué la contestación de un
hombre hasta cierto punto educado e instruido, y cuando
le opusimos que ninguno de
los dones de la Naturaleza carece
que el hombre, por ejemplo,
tenía cuatro caninos carnívoros, nos replicó citando
capítulos enteros de la Teoría
de la selección natural y de los Orígenes de las especies,
de Darwin:
–Es falso que el hombre en
sus orígenes tuviese dientes caninos –repuso–. Ello vino
después, a medida que la
Humanidad fué cayendo más y más. Cuando el instinto
carnicero principió a
desarrollarse, las mandíbulas humanas cambiaron de forma para
adaptarse a las nuevas
necesidades.
No pude menos de preguntarme
entonces aquello de: “où la science va–t–elle se
fourrer?” .
Aquella noche se dió en el
Teatro de Elphinstone una función especial “en honor de la
Misión
representaron en Gujerate el
viejo drama mitológico del Sita–Rama, inspirado en el
Râmâyana
cuadros de gran tramoya
escénica. Los papeles femeninos, según uso, fueron ejecutados
por muchachos. Los actores,
al tenor de la costumbre tradicional, estaban descalzos y
medio desnudos. La
fastuosidad de los vestidos y la profusión y riqueza de los adornos
y de las mutaciones escénicas
eran realmente extraordinarios, maravillosos. Aun en los
mismos escenarios de los
grandes teatros de ópera no habría podido ofrecerse una
representación más fidedigna
de los ejércitos de Rama, tropas de monos al mando
gran Hanumân, el
soldado–poeta y estadista, el dios dramaturgo tan celebrado en la
historia de toda la
se atribuye a este nuestro
talentudo y siniestro antecesor.
Pasaron, ¡ay!, los felices
tiempos en que orgullosos nosotros de nuestra blanca piel, la
que después de todo no es,
acaso, sino el resultado de una decoloración bajo un cielo
septentrional, considerábamos
a los hindúes y a otros “negros” con un desprecio
olímpico, adecuado a nuestra
propia magnificencia, y, a no dudarlo, el compasivo Sir
William Jones habrá sentido
pena al traducir
para nuestro orgullo
europeos”. Pudo muy
bien Rama,
19
los célibes de su poderoso
ejército de monos con las hijas de los Râkshasas, fuertes
gigantes de Lanka o Ceilán, y
dotar con los frutos de estas bellezas dravidianas a todas
las comarcas de Occidente.
Tras las más pomposas ceremonias matrimoniales, los
monos–soldados construyeron
un puente con sus propias colas, desembarcando
felizmente en Europa con sus
esposas, y viviendo allí felices, rodeados de numerosa
progenie, que hoy, al cabo de
los siglos, no somos sino nosotros los europeos. Las
palabras dravidianas que se
han encontrado en el vascuence, por ejemplo, han llenado
de placer el corazón de los
brahmanes, quienes, gustosos, habrían ascendido a los
filólogos que tal
descubriesen al cargo de efectivos semidioses, al ver por ellos
confirmada su antigua
leyenda.
el poder de la autoridad de
su educación y sabiduría occidentales. Los hindúes se
convencieron entonces de que
somos los verdaderos, los auténticos descendientes de
Hanumân, y que hasta nuestros
primitivos rabos podrían ser identificados
examen cuidadoso y atento.
Hablando, en efecto, seriamente, ¿qué es lo que tenemos
que oponer nosotros una vez
que un hombre tan excelso
hipótesis, de la antiquísima
sabiduría de los arios venida? Sometámonos, pues,
dócilmente a la verdad, y
tengamos por antepasado, de una vez para siempre, al poeta,
héroe y hasta semidiós de
Hanumân, mejor que a cualquier otro mono que carezca de
cola.
El Sita–Rama es algo
así
dramas mitológicos. Viendo
representarse esta producción de la más remota antigüedad,
los espectadores se sienten
transportados a los días en que los dioses bajaban a la tierra
para tomar activa parte en
todos los asuntos de los mortales. Nada hay en ella que
recuerde al teatro moderno,
no obstante ser una misma la representación
espectáculo. De lo sublime a
lo ridículo se ha dicho con razón que no hay más que un
paso. El macho cabrío
ofrecido en holocausto a Baco, dió nacimiento a la tragedia
(Tra7goç údh). La mano
modificando los tristes
balidos y agónicos topetazos de aquellas víctimas cuadrúpedas
de la antigüedad, y
Raquel en el papel de Adriana
Lecouvreur y el horroroso “pataleo” realista de la
Croisette moderna en la
escena
afortunadamente para los
arqueólogos y anticuarios, no han dado ni un paso siquiera
desde los tiempos de nuestro
muy venerable predecesor Hanumân, mientras que los
descendientes de Temístocles,
ya estén activos, ya libres, reciben alborozados todos los
pretendidos cambios y mejoras
introducidos por el gusto moderno, imaginándose que
son una edición corregida y
aumentada
Con la más anhelante curiosidad
aguardábamos la representación del Sita–Rama. A
excepción nuestra y de la
construcción
sin que nada nos hiciese
recordar a Occidente. No había ni rastro de orquesta, y la
música brotaba
Rama es una de las
encarnaciones de Vishnú, y la mayor parte de los espectadores eran
adoradores de este dios, el
espectáculo no era, en modo alguno, una mera representación
teatral, sino la celebración
de un Misterio religioso que ofrecía a sus ojos la vida y las
hazañas de sus deidades más
veneradas y favoritas..Por las Grutas y Selvas del Indostán
20
El prólogo del Sita–Rama se
desarrollaba en época anterior a la Creación –ningún
autor dramático podía
atreverse a elegir otra más antigua–, es decir, que tenía lugar
antes de la manifestación
las sectas de la
hindúes llaman a las
sucesivas manifestaciones y desapariciones del Universo,
respectivamente, días y
noches de Brahmâ. Estas últimas, en las que el Universo
objetivo se retira, son denominadas
Pralayas, y los días, o las épocas
despertar del Universo a la
vida y a la luz, son llamados yugas, Manvantaras o centurias
y manifestaciones de los
dioses. También son denominados los Manvantaras y Pralayas,
expiraciones y aspiraciones
de Brahmâ. Cuando toca ya a su fin la noche de un pralaya,
Brahmâ despierta y con él
despierta también su Cuerpo, que es el Universo, que durante
el pralaya reposase en el
Seno de la Divinidad, o sea que yaciese reabsorbido en su
esencia subjetiva, para de
nuevo emanar más tarde del Principio Divino haciéndose
objetivo. Con Brahmâ, los
dioses todos que muriesen o durmiesen al mismo tiempo que
el Universo, retornan
lentamente a la vida. Sólo el INVISIBLE, el INFINITO, el SIN
VIDA, el Uno–Único 1
que es en sí mismo la Vida Incondicionada originaria yace
rodeado de un caos sin
límites. Su santa PRESENCIA no es visible y sólo se muestra en
el periódico latido o
pulsación
llena todo el escenario.
Tales aguas aún no han sido separadas de la tierra seca, porque
Brahmâ, el espíritu creador
de Narâyana, el “Agitador de las Aguas”, todavía no ha
surgido
agitación o vibración en toda
aquella informe masa; las aguas comienzan a adquirir
luminosa transparencia, y a
través de ellas cruzan, resplandecientes ya, los fúlgidos
rayos
Narâyana hasta que germina y
se rompe, surgiendo de él Brahmâ, quien pronto se eleva
en forma de divino Loto colosal
hasta la misma superficie de las aguas genesíacas.
Aparecen luego tenues y
transparentes nubes, cual hilos de tela de araña: después ellas
se condensan gradualmente
transformándose en los diez Prajâpatis o Poderes creadores,
personificación de Brahmâ, el
Dios de todo cuanto alienta, palpita y vive, y cantan un
himno de alabanza a su
creador. Semejante uniforme melodía, no acompañada por
orquesta alguna, tiene una
poética e infalsificable sencillez para nuestros oídos, no
hechos todavía a ella.
La hora de la revivificación
general ha sonado. Es separado el firmamento de las aguas
y en él van apareciendo
sucesivamente los asuras, y los gandharvas, los cantores y los
músicos celestes. Entonces
Indra, Yama, Varuna y Kuvera, o sea los espíritus que
presiden a los cuatro puntos
cardinales y a los cuatro elementos de agua, fuego, tierra y
aire forman los átomos de los cuales resurge la serpiente Ananta.
El monstruo flota
sobre las olas, y doblando su
cuello de cisne forma un lecho en el cual se reclina
Vishnú, la propia y genuina Diosa
de la Belleza. –¡Swatha!, ¡Swatha!, !Swatha!–
exclama el
Iglesia rusa esto se
pronuncia también: ¡Swiat!, ¡Swiat!, ¡Swiat!, que significa ¡Santo!,
¡Santo!, ¡Santo!
En uno de sus futuros Avatâras,
Vishnú reencarnará en Râma, el hijo de un poderoso
rey, y Lakhsmî, a su vez, se
transformará en Sîtâ. Todo el asunto del Râmâyana es
1 Véanse los comentarios a la primera Estancia del Dzyan
en el tomo I de La Doctrina Secreta..Por las Grutas y Selvas del
Indostán
21
cantado en pocas palabras por
los músicos celestes, y Kâma, el Dios del Amor, cobija a
la divina pareja, la cual, a
su vez, enciende una doble llama en sus corazones, de la cual
es entonces creado el mundo
nuestro.
Después se van representando
los sucesivos catorce actos
conocido de todos, y en el
que toman parte algunos centenares de personajes. Al final
argumentos, y el epílogo de
toda la representación, acogiéndose siempre a la
indulgencia de los
espectadores. Diríase entonces
de mármol y granito dejando sus
templos y pintadas con colores humanos venían a
evocar en las mentes de los
circunstantes los más antiguos y olvidados sucesos.
Sólo éramos allí cuatro los
representantes de Europa: los demás que llenaban la amplia
sala eran todos indígenas.
Los ostentosos vestidos de las mujeres, lechos de flores
parecían, y aquí y allá,
entre hermosas cabezas bronceadas, destacábanse las lindas y
melancólicas caras blancas de
las mujeres parsis, cuya belleza hacíanme recordar las de
las circasianas. Las mujeres
ocupaban las primeras filas, y es muy fácil conocer en la
soltera o casada, al tenor de
las marcas de pintados colores que llevan sobre sus frentes.
Desde los días aciagos en que
Alejandro el Magno destruyó los libros sagrados de los
gebars o güebros, éstos han sido constantemente
oprimidos por los idólatras. El rey
Ardeshir–Babechan restauró el
culto del Fuego en los años 229 a 243 de nuestra era.
Luego volvieron a ser
perseguidos por los Shakpurs o Sasánidas, no se puede
puntualizar bien si por el
segundo, el noveno o el undécimo rey de la dinastía. No
obstante, se asegura que uno
de estos sasánidas fué gran protector de la doctrina de
Zaratustra. Con las
persecuciones que siguieron a la caída de Yesdejird, los adoradores
del Fuego emigraron a la isla
de Ormasd, y habiendo encontrado allí más tarde un libro
de profecías de Zoroastro,
marcharon hacia el Indostán en obediencia a una de ellas.
Después de un largo y triste
éxodo, aparecieron hace unos mil o mil doscientos años en
el territorio del Maharana–jayadeva,
de Champanir, vasallo del rey de la Rajaputana,
quien les permitió
establecerse en el país, a condición de que renunciasen a sus armas y
la lengua persa, cambiándola
por la hindú, y que sus mujeres dejasen su traje nacional,
vistiendo como las mujeres
hindúes. Sin embargo, les permitió usar calzado, dado que
ello está estrictamente
prescrito por Zoroastro. Desde entonces se han verificado bien
pocos cambios. De aquí que las
mujeres parsis se distingan de sus congéneres las hindas
por ligeras diferencias. Las
caras casi blancas de las primeras estaban separadas por una
tira de alisado pelo negro,
de una especie de gorro blanco, todo cubierto por un brillante
velo. Las mujeres hindúes, en
cambio, llevaban descubierto su rico y reluciente pelo,
retorcido en una especie de
moño griego. Sus frentes estaban brillantemente pintadas y
en sus narices lucían grandes
anillos de oro. Unas y otras son aficionadas a los colores
de brillo uniforme, llevan saris,
y cubren sus brazos hasta el hombro con bangles.
Detrás de las mujeres se
agitaba en el patio del teatro todo un mar de maravillosos
turbantes. Había rajputs de
largos cabellos y de luengas barbas partidas, de facciones
griegas perfectas y sus
cabezas cubiertas por el pagrí, o sean más de veinte yardas de
finísima muselina blanca y
adornadas con pulseras, pendientes y brazaletes. Veíanse
asimismo brahmanes mahratas
con sus cabezas afeitadas, de las que colgaba un largo
mechón o trenza, y cuyos
turbantes eran de vivísimo color escarlata, con una especie de.Por las Grutas y
Selvas del Indostán
22
dorado cuerno de la
abundancia hacia la frente; bangas, con tricornios de malla;
kachhis, con cascos romanos;
bhillis, fronterizos del Rajatán, que se diría padecer dolor
de muelas, a juzgar por las
tres vueltas de sus turbantes en torno de sus mejillas; babús y
bengalís de Calcuta, llevando
descubierta siempre la cabeza, con sus cabelleras cortadas
según el gusto griego, y sus
cuerpos moldeados bajo los pliegues de la romana y blanca
toga viril, cual la de los
senadores de la Ciudad–Eterna; parsis, de negras mitras de hule;
místicos sikhs monoteístas,
secuaces de Nanaka, de turbantes análogos a los de los
sikhs, aunque con el cabello
largo llegándoles a la cintura; cientos, en fin, de tribus
heteróclitas e
indescriptibles.
Aunque nos propusimos
enumerar los múltiples y raros tocados que sólo pueden verse
en Bombay, hubimos de
renunciar a tan impracticable tarea al cabo de quince días. Cada
secta, casta, profesión y
gremio; cada una de las innumerables divisiones de la jerarquía
social, tiene un turbante
típico, resplandeciente de oro y pedrería, salvo en los casos de
luto. En compensación de
ello, hasta los mercaderes enriquecidos, los concejales del
Municipio y los rai–bahadurs
que han sido favorecidos con títulos nobiliarios por el
Gobierno, van siempre
descalzos, luciendo sus piernas desnudas hasta el muslo, y su
vestidura no es sino una
especie de camisón informe y blanco.
Algunos entre los gaikwares
o príncipes de Baroda apacientan aún en sus establos
raras jirafas y elefantes,
aunque el empleo de los primeros está terminantemente
prohibido en la ciudad de
Bombay. No obstante, pudimos contemplar a ministros y
hasta rajás cabalgando sobre
estos nobles cuadrúpedos, mascando a dos carrillos su
pansupari u hojas de betel, sin que apenas pudiesen sostener sus
cabezas inclinadas bajo
el peso de la pedrería de sus
turbantes y manos y pies cuajados de áureas joyas. Aquella
noche no vimos, naturalmente,
ni jirafas ni elefantes, pero sí ministros y rajás, y
honraba nuestro palco el
representante y tutor del Mahârâvana de Oodeypore. Era, al
par, rajá y doctor o pandit,
y se llamaba Mohunlal–Vishnulal–Pandia. Su indumentaria
consistía en un pequeño
turbante rojo cuajado de diamantes; calzones de seda–barej
asimismo rojos y un blanco
manto de gasa. Su cabello de ébano ocultaba a medias un
cuello de color de ámbar
orlado por un collar que habría enloquecido de codicia a
cualquier beldad parisiense.
No hay que decir que el pobre rajput se moría de sueño,
pero se mantenía gallardo en
heroico cumplimiento de su deber oficial, tirándose
filosóficamente de las barbas
a lo largo del metafísico laberinto del Ramayanashita;
gracias que en los entreactos
nos ofrecieron café, helados y cigarros que nos estaba
permitido fumar durante la
representación en nuestros cómodos asientos de primera fila,
cubiertos como ídolos por
flores y guirnaldas, mientras el director, un alto hindú
envuelto en ligera muselina
nos aspergiaba de cuando en cuando con agua de rosas.
La representación, que había
dado comienzo a las ocho de la noche, aún iba a las dos y
media de la madrugada por el
acto noveno, y el calor era insoportable; a pesar de que
cada uno de nosotros tenía
detrás un punkah–wallah o abanico–ventilador. Llegados así
al límite de nuestras
resistencias físicas tratamos de retirarnos, excusándonos, lo que
determinó una general
perturbación de los actores, como del público; el aéreo carro
triunfal en el que Sîtâ es
arrebatada por el malvado rey Râvana detúvose en el espacio;
el rey de los Nâgas o serpientes
cesó de vomitar llamas; los monos guerreros
permanecieron inmóviles sobre
los árboles de la escena, y el mismo Râma, de vestidura
azul–claro y con corona en
forma de minúscula pagoda adelantóse hacia las candilejas y
endilgó un discurso en
correctísimo inglés en el que nos daba rendidas gracias por el.Por las Grutas y
Selvas del Indostán
23
honor otorgado con nuestra
presencia. Echáronnos seguidamente nuevos ramos de
flores y nuevas aspersiones
de agua de rosas, y al fin pudimos vernos en casa a eso de
las cuatro de la mañana. Al
otro día nos dijeron que la función no había terminado hasta
las seis y media..II
EN CAMINO HACIA KARLI
e deslizan las primeras horas
de una mañana de los últimos días de Marzo. La
suave brisa acaricia las
soñolientas caras de los viajeros y el perfume
embriagador de las tuberosas
se mezcla con el ambiente acre de la hospedería.
Multitud de mujeres
brahmánicas, majestuosas, esculturales y de desnudos pies,
se encaminan al pozo, cual la
Raquel bíblica, con sus cántaros de cobre, que refulgen
como oro sobre sus cabezas.
En las múltiples piscinas sagradas del camino ejecutan sus
abluciones matutinas los
hindúes de ambos sexos. junto a las bardas de un huerto, un
ganso picotea la cabeza de
una cobra y mira gozosa su agonía mientras que el cuerpo
del reptil la sacude en sus
convulsiones postreras. Al lado hállase un mâli, o jardinero
desnudo, que hace su ofrenda
de betel y de sal a un deforme ídolo de Shiva, para
desarmar la cólera del “Dios
Destructor”, por la muerte de su serpiente favorita. Pasos
más acá de la estación del
ferrocarril contemplamos una modestísima procesión católica
formada por un puñado de
parias recién convertidos y algunos portugueses indígenas.
En la litera, bajo un dosel,
balanceábase una imagen de la Madona con un anillo en la
nariz y llevando en sus
brazos al santo niño con turbante rojo brahmánico y pijamas
amarillas por vestido.
–¡Hari, hari, devaki! (¡Gloria a la Santa Virgen!) – exclamaban
los noveles conversos,
incapaces de establecer, en su inconsciencia, la línea diferencial
entre la Madona católica y
Devakî, la madre de Krishna. Excluidos aquellos parias de
todo templo brahmánico por no
pertenecer a ninguna de las castas hindúes, suelen ser
admitidos en las pagodas
cristianas gracias a los padris, nombre derivado del padre
portugués y que es aplicado
indistintamente a los misioneros de toda secta europea.
Nuestros gharis o
carretas de dos ruedas arrastradas por una pareja de bueyes,
llegaron, por fin, a la
estación. Los empleados indígenas quedaron con la boca abierta al
apercibir unas caras de
blancos cruzando la ciudad en dorados carromatos hindúes.
Ignoran, sin duda, que
nosotros, americanos, hemos venido a estudiar sobre el terreno
mismo, no a la Europa, sino a
la India.
Cuando el viajero extiende su
vista por la orilla frontera al puerto de Bombay lo
primero que advierte es una
masa de obscuro azul alzada como una muralla entre él y el
horizonte. Es Parbul, montaña
de aplastada cumbre a 2.250 pies de elevación. Su falda
derecha muestra dos
escarpadas rocas exornadas de boscaje: la más alta de éstas,
Matarán, es el objetivo de
nuestro viaje y desde Bombay a Narel, que es la estación
situada al pie de la roca,
habremos de viajar durante cuatro horas por ferrocarril, aun
cuando en línea recta no sea
la distancia de más de doce millas. La vía férrea contornea,
en efecto, las más deliciosas
colinas, deja atrás docenas de bellísimos lagos y atraviesa
por más de veinte túneles
perforados en el corazón mismo de la roca.
Cinco amigos hindúes iban en
nuestra compañía. Dos de ellos procedían de la casta
superior, pero habían sido
expulsados de su pagoda por avenirse a tratar con nosotros,
S.Por las Grutas y Selvas del
Indostán
25
extranjeros malditos. Otros
dos, indígenas, con los que mantuviésemos correspondencia
largos años, se incorporaron
a nosotros en la estación. Los cuatro pertenecían ya a
nuestra sociedad, como
reformadores que aspiraban a constituir una nueva India, rivales
eternos de los brahmanes, de
sus castas y sus demás prejuicios, que nos acompañaban
para concurrir, en unión
nuestra, a la gran feria de las fiestas del templo de Karli,
deteniéndose, al paso, en
Matarán y Khanduli. Uno de ellos era un brahman de Poona;
otro, un moodeliar o
propietario rural de Madrás; el tercero, un zingalés de Kegalla; el
cuarto, un zemindar bengalés,
y el quinto, un rajput gigantesco, de mucho tiempo antes
conocido nuestro:
Gulab–Lal–Sing, o Gulab–Sing como solíamos llamarle. Merece
especialísima mención este
último porque acerca de su insigne personalidad circulaban
las leyendas más extrañas.
Decíase de él por muy cierto, que era un raja–yoga, un
efectivo Iniciado en los
misterios de la magia, la alquimia y otras ciencias ocultas
hindúes. Rico e independiente,
jamás se cebó en él la pública maledicencia, dado que,
aunque poseía a maravilla
tales ciencias y poderes, nunca hizo alarde de ellos en
público, ocultando sus
pasmosos conocimientos, excepto a un círculo muy reducido de
amigos.
Érase Gulab–Sing, añadimos,
un takur independiente del Rajistán, palabra que
significa literalmente “el
país de los reyes”, y todos los takures, casi sin excepción,
están deputados como
descendientes directos de Sûrya (el Sol), por lo que se los
denomina Sûrya–vansa. Arrogantes
como ninguno, tienen el proverbio de que “el cieno
de la tierra empañar no puede
los rayos divinos del Sol”. No miran con desprecio a
secta alguna, excepto a los
brahmanes, y honran únicamente a sus bardos, cantores de
sus glorias guerreras. De
ellos ha escrito el coronel Tod que “la magnificencia y
esplendores de las cortes
rajaputanas en los albores de la Historia fueron sencillamente
maravillosos, aun descontadas
las poéticas hipérboles de sus bardos, cantores de sus
hazañas. Sabido es que la
India septentrional ha sido siempre una comarca riquísima, y
ella fué, sin disputa, la más
poderosa satrapía de Darío”.
Aparte de todo esto, el país
fué siempre pródigo de los más extraordinarios sucesos,
que dieron tema a las
historias más peregrinas. Cada ínfimo reino del Rajistán cuenta
con unas Termópilas, y cada
pueblecito ha dado su Leónidas. El velo de los siglos, no
obstante, solapa y roba al
mundo que después ha seguido, tales sucesos, que el
historiador no ha legado a la
admiración de los hombres. Sonmath pasaría así como una
rival de Delfos: los tesoros
inauditos de Hind habrían eclipsado a las fabulosas riquezas
del rey de Lidia, y asimismo
los ejércitos de Jerjes, al lado de los de los hermanos
pandús habría remedado a un
mero puñado de hombres, merecedor de figurar tan sólo
en segunda línea.
Como Inglaterra ha tenido la
deferencia de no desarmar a los rajaputs, cual hiciera con
las demás nacionalidades de
la India, Gulab–Sing vino rodeado por una verdadera
cohorte de vasallos y
escuderos. No hay que decir por todo esto, que el takur, gran
conocedor de las antigüedades
de su patria y poseedor de un inagotable arsenal de
leyendas, resultó el más
elevado e interesante de nuestros compañeros de viaje.
–Allá, hacia el límite del
horizonte, se divisa el majestuoso Bhao Mallín. Su solitaria
cima fué antaño la morada de
un santo eremita y hoy es visitada anualmente por
millares de peregrinos,
porque, al decir de las gentes, acaecen allí las más extrañas
cosas. En la cresta de la
montaña, a dos mil pies sobre el nivel del mar, hállase el.Por las Grutas y
Selvas del Indostán
26
asiento de una fortaleza, y
detrás se alza otro peñasco de doscientos setenta pies con las
ruinas de otra fortaleza o
castillo mucho más antiguo, donde se refugió durante setenta y
cinco años dicho santo. Cómo
o de dónde obtenía él el alimento será siempre un
misterio: créese por algunos
que comía plantas silvestres; pero allí, en verdad, no existe
vegetación alguna sobre la
pelada mole roquera. No hay modo de escalar esta roca
tajada a pico, como no sea
trepando por una cuerda y apoyándose en los agujeros del
talud apenas mayores que para
entrar en ellos los dedos de los pies. Deputaríase, pues,
la ascensión allí como
reservada a monos y a acróbatas, si la devoción no proporcionase
alas a los hindúes para allí
subir, sin que se haya registrado, sin embargo, accidente
alguno nunca. En cambio, una
partida de turistas ingleses a quienes se les ocurrió la
desgraciada idea de querer
subir para explorar las ruinas, fué lanzada al abismo por una
racha de viento levantado de
improviso. Ante tamaña catástrofe, el general Dickinson
dió órdenes para que fueran
inhabilitados todos los medios de acceso a la altura superior
y la inferior, causa un
tiempo de tantas desgracias, y hoy se encuentra desierta,
sirviendo sólo de morada a
águilas y tigres.
Mientras le escuchábamos
embobados, yo pensaba en cómo cambian los tiempos y
cuán enorme es la diferencia
entre los modernos y los antiguos.
–¡Es el Kaliyuga!– exclamaban
los viejos hindúes de la comitiva, con sombría
desesperación, al oírme–.
¿Quién pudo nunca ir contra la negra y tenebrosa Edad?
Este fatalismo fundado en la
certidumbre de que nada bueno puede ahora esperarse y
que ni el propio dios Shiva
auxiliarles puede contra aquélla, yace hondamente arraigado
en las mentes de la
generación vieja. De los jóvenes no hay que hablar, pues todos
reciben su educación en
colegios y universidades, donde, si bien aprenden casi de
memoria a Heriberto Spencer,
a Juan Stuard Mill, a Darwin y a los filósofos alemanes,
pierden toda fe, tanto en su
propia religión cuanto en todas las demás del mundo. Los
jóvenes hindúes educados, son,
casi sin excepción, profundos materialistas, y a veces
llegan a los más increíbles
límites del ateísmo. Rara vez anhelan nada mejor que el
honor de “adjuntos del
oficial mayor”, como decimos en Rusia, o bien degeneran en
parásitos y serviles
aduladores de sus actuales amos, y lo que es peor aún y más
repugnante, editan periódicos
atiborrados de liberalismo de oropel que acaban siempre
siendo órganos
revolucionarios.
Mas esto es transitorio, sin
duda. El presente, comparado con el misterioso y sublime
pasado de la India, la
grandiosa y antigua Âryâvarta, no es sino el negro fondo de un
brillante cuadro: el mal
inevitable en el desarrollo cíclico de todo país. La India está
caduca, abrumada bajo el peso
de sus glorias, destrozada e inerte; pero el fragmento más
ínfimo de ella constituirá
siempre un preciado tesoro para el arqueólogo como para el
artista, y el curso natural
de los tiempos proporcionará más de una clave perdida al
psicólogo y al filósofo. El
arzobispo Heber, relatando sus expediciones por el país, llegó
a decir que “los antiguos
hindúes edificaban sus obras como titanes y las remataban
como joyeros”, y al
describir el Taj–Mahal de Agra, esa novena maravilla del mundo, la
denomina “un poema en mármol”.
Añadir pudo el prelado que en la India es imposible
hallar la ruina más
insignificante que no nos hable con mucha mayor elocuencia que
cien volúmenes acerca del
glorioso pasado de la India, sus anhelos religiosos, sus
creencias y sus
esperanzas..Por las Grutas y Selvas del Indostán
27
País alguno de la antigüedad,
ni siquiera el Egipto de los faraones, ha traducido como
la India los ideales del
espíritu en formas objetivas con más gráfica mano y maestría
más artística. El panteísmo
entero de la Vedânta se halla comprendido en el símbolo
bisexual de la diosa
Ardhanârî. Rodeada ésta por el doble triángulo o sello salomónico,
denominado en la India el
signo de Vishnú, yacen a sus pies un león, un toro y un
águila. En sus manos brilla
la luna llena que riela sobre las aguas de sus pies. La
Vedânta, en efecto, ha enseñado durante millares de años lo
que sólo comenzaron a
enseñar algunos filósofos
alemanes a fines del siglo XVIII y principios del XIX, o sea
que todas las cosas del mundo
objetivo, igual que este mundo mismo, son mera ilusión;
pura Mâyâ, vagos fantasmas
creados por nuestra imaginación, pero desprovistos de más
realidad que la que tener
pueda el reflejo de la luz de la luna reflejándose sobre las
aguas. El mundo fenomenal,
igual que nuestras ideas acerca de nuestro verdadero Yo,
son tan sólo una reflexión,
una sombra de cosas más excelsas. Por eso el sabio
verdadero jamás se deja
engañar por tales apariencias ilusorias. Él sabe harto bien que
ningún hombre alcanzará el
verdadero conocimiento, ni se identificará con su supremo
Ego, sino después que sus
elementos personales inferiores se sumerjan en el gran Todo,
convirtiéndose así en un
Brahma inmutable, universal, infinito. De aquí que miren al
ciclo del nacimiento, de la
vida y de la muerte como algo que es producto simplemente
de la ilusión imaginativa.
En términos generales, la
filosofía hindú, ramificada como lo está en multitud de
enseñanzas metafísicas,
posee, cuando no se aparta de los cánones ontológicos de su
tradición, una lógica tan
severa, tan acabada, y una psicología tan maravillosamente
perfecta y refinada, que
merecería figurar a la cabeza de cuantas escuelas antiguas y
modernas, idealistas o
positivistas se han sucedido después, y hasta eclipsarlas. El
positivismo de un Lewis, que
pone los pelos de punta a cualquier teólogo de Oxford, es
un juego de chicos comparado
con la escuela atomística de Vaisheshika, con su mundo
encasillado cual tablero de
ajedrez, en seis categorías de átomos eternos, nueve
substancias, veinticuatro
cualidades y cinco mociones. Por increíbles que parecer
puedan de ser encerradas
estas ideas abstractas, idealistas, panteístas o materialistas en
símbolos adecuados y
alegóricos, la India, no obstante, ha conseguido hacerlo, sea
cualquiera su enseñanza.
Todas, todas las ha encuadrado e inmortalizado en sus feos
ídolos de cuádruple faz; en
la complicada planta geométrica de sus templos y hasta en
las extrañas líneas y
manchones de color de las frentes de sus respectivos sectarios.
Departíamos amigablemente
acerca de todas estas cosas con nuestros buenos
compañeros de viaje hindúes,
cuando penetró en nuestro departamento un padre
católico, uno de los
profesores del colegio de jesuitas de San Francisco Javier, en
Bombay. Incapaz de contenerse
durante mucho tiempo, se mezcló, al fin, en nuestra
conversación. Restregándose
las manos, sonriente, dijo que sentía gran curiosidad por
saber con qué clase de
sofismas podrían encontrar nuestros compañeros algo que se
pareciese a una explicación
filosófica acerca de las cuatro caras del deforme ídolo de
Shiva coronado de serpientes,
que se veía a la entrada de una pagoda.
–Muy sencillo –replicó el
babú bengalés–. Esas cuatro caras miran hacia los
respectivos cuatro puntos
cardinales: Norte, Sur, Este y Oeste, pero las cuatro no son
sino un cuerpo y pertenecen a
un dios..Por las Grutas y Selvas del Indostán
28
–Pero –objetó el padre–, ¿podríais
explicarnos antes la idea filosófica a la que
responden las cuatro caras
dichas y las ocho manos de vuestro Shiva?
–Con mucho gusto. Como
creemos que nuestro excelso Rudra (el nombre védico
asignado a esta deidad) es
omnipresente, le representamos con la cara vuelta a la vez en
todas direcciones. Sus ocho
manos revelan su omnipotencia, y su cuerpo, a su vez, nos
expresa que es Uno, no
obstante hallarse en todas partes, sin que nadie pueda escapar a
su mirada que todo lo ve, ni
tampoco a su mano justiciera.
Iba a replicar el padre, pero
el tren se detuvo. Acabábamos de llegar a Narel.
No hace veinticinco años que
la planta de un blanco holló por vez primera la cumbre
del Matarán, enorme
conglomerado roquizo de cristalina masa. Aunque cercano a
Bombay y no muy distante
tampoco de Khandala, residencia veraniega de los europeos,
las enhiestas cumbres del
gigante fueron tenidas por largo tiempo como inaccesibles.
Por la parte del Norte, su
talud liso y casi vertical se alza a 2.450 pies sobre las aguas
del río Pen, y más arriba,
las innumerables rocas aisladas y colinas se pierden entre las
nubes, cubiertas de espesa
vegetación y surcadas por valles y gargantas. En 1854, la vía
férrea atravesó uno de los
contrafuertes del Matarán, y hoy llegan al pie de la última
montaña, deteniéndose en
Narel, donde, hasta hace poco, sólo se veía un precipicio
horripilante. Desde Narel a
la meseta superior sólo median ocho millas, que pueden ser
recorridas a caballo o en
palanquín, abierto o cerrado, según se prefiera.
Como llegábamos a Narel a las
seis de la tarde, semejante expedición no parecía
demasiado tentadora. La
civilización ha conseguido grandes triunfos sobre aquella
naturaleza inerte, pero, no
obstante su poderío, aún no ha triunfado de las serpientes y
los tigres. Han sido éstos
desterrados, sin duda, a selvas muy lejanas; pero las serpientes
de todas clases,
especialmente las cobras y culebras de coral, habitantes predilectos de
los árboles, abundan todavía
como antaño en las frondas del Matarán, manteniendo una
campaña de guerrillas con los
hombres invasores. ¡Desgraciado el peatón y hasta el
jinete que acierte a pasar
bajo el árbol desde cuyas ramas acecha la serpiente–coral!
Aunque las cobras y otros
reptiles rara vez acometen al hombre, como no se las pise,
esta otra clase de guerrilleros
acechan pacientemente a sus víctimas, y tan pronto como
la cabeza de un viajero pasa
bajo la rama que alberga al ofidio, éste se lanza al espacio,
colgando cuan largo es, y
clava sus colmillos en la frente de su víctima. Este curioso
hecho fué deputado como
fabuloso, pero ya ha sido debidamente comprobado e
incorporado a la Historia
Natural del país. En casos tales los indígenas ven en la
venenosa serpiente al
emisario de la Muerte: al ejecutor de la voluntad de Kâli, la diosa
sanguinaria esposa de Shiva.
La tarde que siguió a aquel
caliginoso día resultó deliciosa, invitándonos a gozar de su
frescura, aun a trueque de
detenernos en nuestro camino. Diríase que en medio de
aquella naturaleza prodigiosa
se sentía la necesidad de romper los pesados lazos que nos
ligan a la tierra e
identificarnos con aquella oleada de vida, como si hasta la misma
muerte tuviese sus encantos
en la India.
Además, a las ocho iba a
salir la luna, y tres horas más de ascensión hacia aquella
especie de monolito, en medio
de la claridad de aquella soberbia noche tropical capaz
de poner a prueba el pincel
del mejor artista, valía la pena de un sacrificio, y, dicho sea
de paso, entre los pocos
pintores capaces de trasladar fielmente al lienzo el encanto sutil.Por las
Grutas y Selvas del Indostán
29
de una noche de luna en la
India, la opinión pública comenzaba a señalar a nuestro
propio compañero V. V.
Vereshtchagin.
Después que comimos
precipitadamente en la terraza de la mansión de parada,
reclamamos nuestras literas,
y echándonos casi sobre los ojos sus toldos, semejantes a
medianos techos, continuamos
nuestro viaje. Ocho coolies, o cargadores, apenas
vestidos como con hojas de
parra, tomaron en sus fuertes brazos cada una de las literas
y arrancaron montaña arriba
lanzando esos gritos o alaridos sui géneris de los que
ningún hindú de su clase
prescinde. Cada equipo de coolíes contaba con otros ocho
individuos de relevo. Éramos,
pues, en junto, unos sesenta y cuatro, sin contar a los
hindúes que nos acompañaban y
a sus servidores. Un verdadero ejército capaz de
espantar a cualquier
extraviado tigre o leopardo del bosque y a cualquiera otra clase de
animales, excepto a los
monos, nuestros amantísimos y atrevidos primos por línea
directa, desde Hanumân,
nuestro bisabuelo común. No bien nos internamos en una
espesura de junto a la
montaña, estos amables parientes se incorporaron en gran número
a la comitiva.
Conviene no olvidar que,
gracias a las épicas proezas de aquel aliado de Râma, todo
mono es sagrado en la India.
El Gobierno, por su parte, imitando la primitiva sabiduría
de la East India Company, ha
prohibido terminantemente que se los moleste lo más
mínimo, no sólo cuando se
hallen en los bosques, que son su natural morada, sino hasta
cuando asaltan los jardines
de la ciudad. Así, que la banda de monos hubo de seguirnos
todo el camino, charloteando
como loros, saltando de rama enrama y haciéndonos
muecas formidables, cual
otros tantos duendes nocturnos. Otras veces, colgando de los
árboles, parecían, bajo los
rayos de la luna llena, cual ninfas de la selva de la mitología
rusa. En ocasiones nos
aguardaban en las curvas del camino, cual si trataran de
mostrárnosle solícitos. En
una palabra, que no nos abandonaron ni un momento. Un
mono niño cayó en mi falda, y
al momento su tierna madre, saltando sin miramiento
alguno sobre los hombros de
los coolíes, voló a recogerle, y, después de hacerme su
más fea mueca, echó a correr
con él.
–Los bandras (monos)
traen la buena suerte con su presencia–observó uno de los
hindúes, cual si tratara de
consolarme por la pérdida de mi arrugado toldo –. Además
–añadió–, el encontrarles
aquí nos indica que en diez millas a la redonda no hay ni un
solo tigre.
A medida que remontábamos más
y más por la empinada y tortuosa senda, la selva se
tornaba más sombría, más
densa y más impenetrable. Alguno de sus rincones era tan
tenebroso como una tumba. Al
cruzar bajo los banyans seculares resultaba imposible
distinguir los propios dedos
de la mano a dos pulgadas de distancia, y era grande la
extrañeza que me embargaba,
pensando que cada vez iba a ser menos posible el avanzar
sin un previo tanteo del
camino; pero los coolíes jamás titubearon ni dieron el menor
paso en falso; antes bien,
cada vez parecían marchar más de prisa. Por una especie de
convenio tácito, ninguno de
nosotros hablaba una palabra, envueltos como nos
hallábamos en aquel tupido
velo de tinieblas, y sólo se oía la entrecortada respiración de
los coolíes y sus rápidas
cuanto cadenciosas pisadas sobre el pedregoso suelo.
Al sentirlos jadear
experimentábase una como vergüenza de pertenecer a esa especie
humana, una parte de la cual
hace de la otra verdaderas bestias de carga, y cuenta que
semejantes infelices reciben
por su trabajo cuatro annas diarios. ¡Cuatro annas por.Por las
Grutas y Selvas del Indostán
30
caminar ocho millas cuesta
arriba y otras tantas cuesta abajo, dos veces por día nada
menos; en junto, 32 millas,
subiendo y bajando una montaña de 1.500 pies de altura
bajo un peso de doscientas
libras! No obstante toda razón en contrario, tal es el salario
de aquéllos, porque en la
India, donde todo está regido por costumbres inveteradas, tal
es el estipendio asignado a
todas las labores serviles.
A medida que avanzamos, los
espacios descubiertos y las explanadas y cañadas eran
cada vez más frecuentes,
reinando en ellos una luz que parecía de día. Millares de
cigarras esparcían por
aquellos ámbitos su chirrido metálico y grandes bandadas de
loros se precipitaban de un
lado para otro, y alguna vez, hacia el fondo de los
precipicios erizados de
maleza resonaba el atronador y prolongado rugido de los tigres.
Los shikaris nos
aseguraron que cuando la noche está en calma, los bramidos de estas
bestias pueden ser oídos a
distancia hasta de muchas millas. El panorama, a la luz de las
bengalas cambiaba a cada
revuelta del camino. Ríos, bosques, rocas y praderas se
extendían ya a nuestros pies
hasta la remota lontananza, agitándose e irisándose bajo los
plateados rayos lunares cual
si reflejasen en un espejo. El archifantástico conjunto aquel
nos embobaba haciéndonos
hasta contener el aliento. Sentíamos ya el vértigo al
contemplar tamaños
precipicios a la luz vacilante de la luna, y un americano,
compañero nuestro, vióse
precisado a desmontar de su cabalgadura temeroso de no
poder resistir la atracción
del abismo.
En alguna ocasión cruzaron a
nuestro lado peatones solitarios, hombres y mujeres
jóvenes que descendían del
Matarán, camino de sus viviendas, después de un largo día
de trabajo. A veces acontece
que tales infelices no retornan a ellas. La Policía se limita a
anunciar que la persona así
desaparecida ha muerto víctima de una serpiente o de un
tigre, y pronto no queda de
ella ni el recuerdo. ¡Una persona de más o de menos entre
los doscientos cuarenta
millones de habitantes de la India no puede importar gran cosa!
Pero existe en todo el Decán
una extraña superstición acerca de esta misteriosa montaña
todavía, en parte,
inexplorada. Los indígenas aseguran que, a pesar del número
considerable de víctimas como
caen aquí, jamás se ha encontrado ni uno solo de sus
esqueletos, porque el
cadáver, destrozado por los tigres o intacto, es enterrado tan
hábilmente por los monos en
hoyos profundos que de ellos no queda la huella más
ínfima. Los buenos ingleses
se ríen lindamente de tamaña leyenda; pero la Policía no
puede negar el hecho de la
referida desaparición de los cuerpos, y cuando los
contrafuertes de la montaña
fueron perforados para la construcción de la vía férrea,
hubieron de encontrarse, en
efecto, huesos dispersos con huellas de los dientes de los
tigres, así como brazaletes
rotos y otros adornos semejantes, a profundidades increíbles.
El hecho de aparecer rotas
estas cosas demostraba que ellas no habían sido enterradas
por los hombres, quienes, ora
merced a las ideas religiosas de los hindúes, ora por
avaricia, jamás habrían
consentido en romperlas, ni en enterrar plata ni oro. ¿Será
posible, por tanto que, así
como entre los hombres una mano lava a la otra, exista en el
reino zoológico una especie
animal que oculte los crímenes de otra…?
Habiendo pernoctado en una
posada portuguesa, hecha de bambúes y adosada como
nido de águilas al talud casi
vertical de la roca, nos levantamos al romper el día y
después de contemplar
aquellos panoramas de proverbial grandeza, hicimos nuestros
preparativos para regresar a
Narel. A la luz del día todo aquello era aún más espléndido
que por la noche. Un volumen
no bastaría para describirlo. A no ser porque el horizonte
estaba cerrado por tres
lados, merced a las montañas, todo el territorio del Decán.Por las Grutas y
Selvas del Indostán
31
habríase mostrado ante
nuestros ojos. Bombay se divisaba allá abajo, que parecíamos
tocarle con la mano, y su
canal, que le separa de Salsetta, brillaba cual una cinta de
plata. El canal, serpenteando
hacia el puerto, rodeaba a Kanari y a otros islotes,
semejantes a verdes guisantes
en la blanca tela de sus aguas brillantes esparcidos, y se
reunía y se confundía al fin
con la línea deslumbradora de la costa del Océano Indico.
Al otro lado vése el Konkan
septentrional que termina en el Tal–Ghats; luego las cimas
agudas de los picachos de
Jano–Maoli, y, por último, la almenada crestería de Funell,
cuya imponente silueta se
perfila en el profundo azul del cielo, como en los castillos de
gigantes de los cuentos de
hadas. Más lejos todavía asoma Parbul, cuya meseta de su
cumbre fué deputada como la
morada celeste desde donde Vishnú, según la leyenda,
dirigió su palabra a los
mortales. Acullá, en el fondo del desfiladero que se ensancha
formando pintoresco valle y
donde cada roca solitaria encierra una leyenda, pueden
percibirse las grisáceas y
azuladas cumbres de montañas todavía más altas y extrañas.
Allí está Khandala, frente a
la que avanza un enorme bloque rocoso denominado La
Nariz del Duque. Al lado contrario, en la misma cima de la sierra,
se halla Karli, que, en
opinión de todos los
arqueólogos, es el más antiguo y mejor conservado de los templos
hindúes.
Quien ha cruzado una y otra
vez los desfiladeros del Cáucaso; quien desde la cima de
la Montaña de la Cruz ha
visto a sus pies fulgurar el relámpago y estallar el trueno; o
bien ha visitado los Alpes y
el Rigi; quien, en fin, conozca bien la cordillera andina, así
como los rincones de los
Catskills de América, puede permitirse formular esta humilde
opinión: Las Montañas
caucásicas son, sin disputa, más majestuosas que los Gates de la
India y su grandiosidad no
puede ser empequeñecida comparándolas con éstos, pero la
belleza de los Gates es de un
perfil, por decirlo así, más clásico. A la vista de aquéllas se
experimenta un positivo
placer aunado a una impresión de temor. Siéntese uno como un
verdadero pigmeo ante
semejantes titanes de la Naturaleza, pero en la India,
exceptuando al Himâlaya, las
montañas producen una impresión diferente. Dado que las
cimas más elevadas del Decán,
igual que las cumbres que bordean al Indostán
septentrional y las de los
Gates orientales no exceden de 3.000 pies y de 7.000 sobre el
nivel del mar los picos de
los Gates occidentales que van desde el río Surta al cabo
Comorín en la costa de
Malabaar, mal puede haber parangón entre todos ellos y los
patriarcas caucásicos de
nevada cabeza que se denominan Elbruz o Kasbek que pasan
de 18.000 pies. En cambio, el
encanto de las montañas de la India estriba en sus
caprichosas formas. Algunas
veces, estas montañas, o picos volcánicos más bien, se
encadenan unos tras otros,
pero lo más frecuente es el verlos aislados, como surgidos
sin causa visible para
desesperación de los geólogos y en los sitios en donde menos
podrían esperarse. Los valles
espaciosos encuadrados por altas murallas de rocas, sobre
las que cruza el ferrocarril,
son muy frecuentes. Diríase que se están contemplando las
esculturas a medio concluir,
alzadas por algún titán: aquí un ave de ensueño, posada
sobre la cabeza de un
monstruo de 600 pies de altura; a su lado la silueta de un guerrero;
almenados castillos feudales;
nuevas alimañas, devorándose unas a otras; estatuas de
rotos miembros, y caóticos
montones de cien otras raras cosas, y de ello nada es debido
sino a capricho de la
Naturaleza, la cual ha sido no pocas veces por el Arte aprovechada
para sus fortalezas. El arte
hindú, en efecto, no ha de buscarse, no, en la superficie, sino
en el interior de la tierra,
pues fuera de ésta, rara vez construían ellos sus templos, cual
si sintiesen la modestia de
su colosal esfuerzo o no se atreviesen a rivalizar cara a cara.Por las Grutas y
Selvas del Indostán
32
con aquélla. Escogida por los
hindúes, verbigracia, una roca cual la de Karli o la de
Elefanta, la excavaban, según
los Puranas, pacientemente durante siglos, con tan
grandioso estilo que
arquitectura ulterior ninguna ha podido ensoñar nada que se la
iguale. Las fábulas de los
cíclopes son aún más verdaderas en la India que en Egipto.
La preciosa línea de Narel a
Karandala recuerda otra vía férrea semejante que va desde
Génova a los Apeninos. Ella
atraviesa una región a 1.400 pies sobre Konkán, y en
algunos sitios, mientras un
carril se apoya en el agudo filo de la roca, el otro está
sostenido sobre arcos y
bóvedas. El viaducto de Mali–Khindi tiene una altura de 165
pies. Así nosotros hubimos de
correr entre el cielo y la tierra con el abismo a entrambos
lados entre mangos y
plataneros. Es indudable que los ingenieros ingleses construyen de
un modo maravilloso.
Salvado felizmente el paso de
Bhor Ghat, llegamos a Kandala. Nuestro bungalow se
alza en el mismo borde del
precipicio que se oculta bajo exuberante vegetación. En
aquellos insondables retiros
donde todo está en flor, un botánico hallaría materia de
estudio a su vida. Las
palmeras que crecen cerca de la costa ya no alcanzan allí,
reemplazadas por las
higueras, los pipales (ficus religiosa), los mangos, los banyans y
millares de otros árboles y
arbustos desconocidos para los extranjeros como yo. Se ha
calumniado a la flora de la
India suponiéndola con frecuencia abundante, sí, en flores
hermosísimas, pero
desprovistas de aroma. Acaso ello pueda ser cierto en determinadas
épocas, pero no acontece así
cuando florecen los blancos jazmines, las tuberosas
balsámicas y los dorados
frangipanis o champakas. El mismo perfume de estos últimos
llega a embriagar por su
intensidad y en cuanto a su tamaño es el rey de los árboles
floridos. Cientos de ellos
estaban en plena florescencia, a la sazón, en Matarán y
Khandala.
Sentados en la terraza
hablábamos y gozábamos de aquellas perspectivas bellísimas
hasta cerca de la media
noche, mientras que todo en nuestro alrededor dormía en
silencio.
Khandala no es sino un gran
villorrio en la meseta montañosa de la serranía de
Sahiadra a unos 2 000 pies
sobre el nivel del mar y rodeada de los extraños picachos
aislados que tantas otras
veces llevábamos vistos. Uno de ellos, erguido del otro lado
del abismo, remeda un colosal
edificio de un solo piso, con plano techo y almenado
parapeto. Se asegura por los
hindúes que en cierta parte de dicha colina se abre una
entrada secreta que conduce a
vastísimas salas interiores: a un verdadero palacio
subterráneo, y que aun
existen gentes que poseen el secreto de semejante mansión. Un
Santo eremita, asceta y mago
que habitara aquella cripta “durante varios siglos”,
comunicó su secreto a Sivaji,
el celebérrimo instructor de los ejércitos del Mahratta.
Predecesor del Tanhauser de
la ópera wagneriana, pasó éste siete años de su juventud en
esta misteriosa mansión y en
ella fué, sin duda, donde adquirió su hercúlea fuerza y su
valor inaudito.
Sivaji es una especie de Ilia
Moorometz indostánico, aunque de época ya vecina a la
nuestra, pues que fué el
héroe y rey de los Mahrattas, en el siglo VII, y el fundador de
un Imperio muy fugaz. A él le
debe la India el haber sacudido el yugo musulmán. Con
manos de infante y estatura
de mujer, gozaba, sin embargo, de una fuerza prodigiosa
que se atribuía a magia por
sus compatriotas. Aun puede admirarse en cierto Museo su
tizona, notable tanto por su peso y tamaño cuanto por
diminuta empuñadura, apta como.Por las Grutas y Selvas del Indostán
33
para un niño de diez años.
Hijo de un pobre oficial del Emperador, mató, cual otro
David, al Goliat musulmán, el
formidable Afzul–Khan. Matólo no con honda, sino con
esotra temible arma de
combate de los mahrattas, denominada vaghuakh, que consiste
en cinco largas uñas de
acero, agudas como leznas y fuertes como garfios. Cálzanse esta
manopla a modo de guante los
combatientes y con ellas se desgarran recíprocamente las
carnes como las fieras. El
Decán está plagado de leyendas relativas a Sivaji, y los
mismos historiadores ingleses
le mencionan con respeto. A la manera de la fábula de
Carlos V, una de aquellas
tradiciones locales asegura que Sivaji no ha muerto, sino que
vive ocultamente en una de
las criptas de Sahiara, y que no bien llegue la hora por el
Destino fijada –y ella está
ya muy próxima, al decir de los astrólogos– reaparecerá para
libertar de nuevo a su país.
Astutos e instruidos los
brahmanes, esos efectivos jesuitas de la India, saben
aprovecharse de la general
ignorancia de las masas para explotarlas, sacándolas hasta la
última vaca que sirve de
sostén a una familia. Véase un curioso ejemplo de semejantes
procederes.
En julio de 1879 apareció en
Bombay el siguiente documento misterioso, que traduzco
al pie de la letra del
ejemplar mahratti, pues su original había sido traducido a los 273
dialectos que se hablan en la
India:
“iShri!” (salutación
preliminar intraducible): Sepan cuantos este escrito lean que su
original, estampado en letras
de oro, ha descendido de Indraloka (el cielo de Indra),
cayendo, a la presencia de
santos brahamanes, sobre el altar mismo del templo de
Vishveshvara, que se alza en
la sagrada Benarés.
“Oíd, pues, y no lo olvidéis,
¡oh tribus del Indostán, Rajistán, Punjab, etcétera, etc.! El
sábado, día segundo de la
primera mitad del mes de Magha, 1809 de la era de Salivaban
(1887), en el onceno mes de
los hindúes, durante el Aswini Nakshatra (la primera de las
veintisiete moradas del mes
lunar), cuando el sol entre en el signo de Capricornio y la hora
del día se halle cerca de la
constelación de Piscis, o sea a la una y treinta y seis minutos
post–meridiam, la última hora
del Kali–yuga sonará, comenzando el anhelado Satya–yuga
(esto es, el final del
Maha–yuga, o Gran Ciclo, que encierra en sí los otros cuatro Yugas).
Este Satya–yuga contará esta
vez mil cien años, y durante él la vida humana normal será de
veintiocho años. Los días
serán más largos, pues constarán de veinte horas y cuarenta y
ocho minutos, y las noches
serán de trece horas y doce minutos, lo que nos darán treinta y
cuatro horas y un minuto en
lugar de las veinticuatro actuales. Dicho primer día del
Satya–yuga será felicísimo
para nosotros, pues será el día en que tornará a presentarse
nuestro rey de blanca tez y
áureos cabellos, quien descenderá del remoto Norte. Él será
pronto el rey autónomo de la
India y la terrible Mâyâ de la humana incredulidad, envuelta
en cuantas herejías ella
alimenta, será precipitada al Pâtâla (el abismo, los antípodas),
mientras que la Mâyâ de los
justos y piadosos perdurará con ellos, ayudándoles a gozar
todos los dones de Mretinloka
(o séase de nuestra tierra).
“Sepan todos asimismo que
para la debida difusión de este divino documento, cada copia
del mismo será recompensada
con el perdón de un número de pecados igual a cuantos son
perdonados de ordinario
cuando un hombre piadoso sacrifica cien vacas a un brahmán. En
cuanto a los indiferentes e
incrédulos, ellos serán enviados a Naraka (el infierno). Trascrito
y decretado por Madlan
Shriran, el siervo de Vishnú, el sábado, día séptimo de la primera
mitad de Sharavan (quinto mes
del año hindú), año 1801 de la Era de Shalivahan (26 de
junio de 1879)”..Por
las Grutas y Selvas del Indostán
34
Ignoro lo que acaeciese
después con esta ignorante y perversa epístola. Probablemente
fué prohibida por el Gobierno
su propagación, cosa que pone harto de relieve, de un
lado, la credulidad de la
pobre plebe, sumida en la superstición, y de otro, el ningún
escrúpulo de los pícaros
brahmanes.
En cuanto a la palabra
Pâtâla, que literalmente significa “el lado opuesto”, es muy
interesante el descubrimiento
hecho por el swami Dayanand Saraswati, de quien ya hice
mención al principio, sobre
todo desde el día que los filólogos le acepten. Dayanand
trata de demostrar, en
efecto, que los primitivos arios conocían y aun visitaban la
América, a la que denomina
Pâtâla cierto manuscrito, y que de aquélla se hizo después
una especie de infierno o
Hades griego. Sostiene Dayanand esta teoría fundándose en
los más antiguos manuscritos,
especialmente en los de las leyendas relativas a Krishna y
a Arjuna, su discípulo
predilecto. En la historia de este último, por cierto, se dice que
era Arjuna uno de los cinco
Pândavas, o descendientes de la dinastía lunar, que visitó a
Pâtâla, casándose en uno de
ellos con una viuda, hija del rey Nagual y llamada Illupl.
Comparando ciertamente los
tales nombres del padre y de la hija, nos encontramos con
los detalles siguientes, que
dicen mucho en favor de la hipótesis de Dayanand:
1.º Nagual es el
nombre con que los hechiceros mexicanos, indios y demás aborígenes
de América son conocidos
todavía. El Nagual mexicanos, lo mismo que los Nargales
asirios y caldeos, jefes de
los Mago, reúne en su persona las funciones de sacerdote y de
hechicero, siendo servido
este último oficio por un daimon, que generalmente es un
cocodrilo o una serpiente, y
se considera que tales Naguales son los descendientes de
Nagua, el rey de las
serpientes. El abate Brasseur de Bourbourg les consagra una gran
parte de su libro acerca de
México, y dice que los Naguales no son sino servidores del
demonio, quien, a su vez, les
sirve tan sólo temporalmente. Naga, es también serpiente,
en sánscrito, y el Rey de
los Nâgas desempeña importantísimo papel en la historia de
Buddha, existiendo en los Purânas
la tradición de que Arjuna fué quien introdujo el
culto de las serpientes en
Pâtâla. Tamañas coincidencias e identidades de nombres son
tan sorprendentes, en verdad,
que los hombres de ciencia deberían prestarlas más atenta
consideración.
2.º Illupl, el nombre de la
esposa de Arjuna, es puramente mexicano antiguo, y si
rechazamos la hipótesis del
swami Dayanand, nos resultará imposible por completo el
explicar la existencia actual
de este nombre en los manuscritos sánscritos muy
anteriores a la Era
Cristiana. De todas las antiguas lenguas y dialectos, sólo en las de los
aborígenes mexicanos juegan
las combinaciones de consonantes tales como pl, tl, etc.
Abundan ellas,
principalmente, entre los toltecas o náhuatl, mientras que ni en el
sánscrito, ni en el griego
antiguo se encuentran nunca al final de palabra. Hasta las
palabras mismas de Atlas y
Atlantes diríanse extrañas a la etimología de toda lengua
europea. Platón no las
inventó, dondequiera que las encontrase. La raíz atl en lengua
tolteca significa guerra y
agua, e inmediatamente después del descubrimiento de
América, Colón tropezó con
una ciudad llamada Atlán a la entrada de la bahía de Uraga.
Hoy es ella una mísera aldea
que los pescadores llaman Aclo. En América tan sólo es
donde se pueden hallar
nombres tales como Itzcoatl, Zempoaltecatl y Popocatepetl.
Tratar de explicar tamañas
coincidencias por meras casualidades sería demasiado. En
tanto, pues, que la ciencia
no demuestre nada en contrario, la hipótesis de Dayanand nos
parece razonable, por
aquello, al menos, de que tanto vale una hipótesis como otra..Por las Grutas y
Selvas del Indostán
35
Dayanand añade que la ruta
seguida por Arjuna de Asia a América, fué por Siberia y el
estrecho de Bering.
Con escuchar estas y otras
leyendas análogas más que medió la noche, y el posadero
nos envió un criado con el
recado de que correríamos grave riesgo si permanecíamos
demasiado tiempo en la
balaustrada bajo una noche de luna. El programa de tales
riesgos dividíase en tres
secciones: la de las serpientes, la de las fieras y la de los
dacoites. Aparte de las
cobras y las serpientes–roca, conviene añadir que en las
montañas de los alrededores
pululan unas serpientes muy pequeñas, llamadas furzen,
que son las más peligrosas de
todas, porque su veneno mata con la instantaneidad del
relámpago. Suele atraerlas la
claridad de la luna, y tribus enteras de ellas se deslizan
hacia las terrazas de las
casas en busca de calor, pues en ellas se encuentran más
abrigadas que en el suelo
húmedo. Daba también la feliz casualidad que el verde y
embalsamado abismo de debajo
de la terraza era el lugar predilecto de los tigres y
leopardos que allí venían a
apagar su sed en el caudaloso arroyo que corría por su
fondo, y luego merodeaban al
amanecer bajo las ventanas del bungalow. Por último,
había desalmados dacoites,
cuyas guaridas se hallaban esparcidas por montañas
inaccesibles a la Policía, y
que suelen hacer fuego sobre los europeos, sólo por darse el
placer de enviar ad patres
uno de los tan odiados bellatis o extranjeros. Tres días antes
de nuestra llegada la mujer
de un brahmán había sido arrebatada por un
los perros favoritos
más explicaciones nos
apresuramos a entrar en nuestros dormitorios. Al amanecer
partiríamos para Karli,
distante de allí unas seis millas..
III EN LAS CUEVAS DE KARLI
las cinco de la mañana ya
habíamos llegado al límite de las posibilidades, no ya
de todo camino carretero,
sino hasta de herradura. Nuestra carreta de bueyes no
pudo avanzar más, pues la
última media milla había sido algo así
de piedras. Nos era forzoso
el abandonar nuestra empresa o bien el trepar por
una pendiente abrupta de 200
pies de altura. Agotados así todos los recursos que nos
sugería nuestra inventiva,
contemplábamos la histórica mole frontera sin saber qué
partido tomar. Cerca de la
cumbre de la mole aquella, bajo las tajadas rocas, veíanse
hasta una docena de negros
agujeros y centenares de peregrinos trepaban hasta ellos
semejantes, con sus vestidos
de fiesta, a un hormiguero de colores. En aquel apurado
trance nuestros fieles
acompañantes hindús vinieron en nuestro socorro, y llevándose
uno de ellos
ecos de la altura repitieron
la señal, y momentos después varios brahmanes medio
desnudos, servidores
hereditarios
de gatos monteses. Cinco
minutos más tarde estaban a nuestro lado, y, ligándonos con
fuertes ataduras, nos
arrastraron, más que nos condujeron, a la altura, donde, exhaustos
aunque sin magulladura
alguna, escalamos el atrio
entonces por cactos
gigantescos.
El majestuoso pórtico
rectangular, apoyado sobre cuatro macizos pilares, mide 52 pies
de anchura y está todo él
cubierto de musgo y de pinturas antiguas. Vese en él la célebre
“columna del león”,así
denominada por los cuatro leones de tamaño natural esculpidos
en su base. Un arco colosal
con gigantescas cariátides forma la entrada principal, y
sobre él aparecen los
relieves de tres corpulentos elefantes con sus trompas. La planta
del templo es ovalada y mide
128 pies de largo por 46 de anchura. Los 42 pilares que
soportan la cúpula central
dejan dos naves laterales, y en el centro, detrás de un altar, se
demarca una pequeña cámara
destinada antaño por los antiguos sacerdotes arios al culto
más secreto. Los dos pasillos
laterales que conducen a este recinto aparecen como
interrumpidos bruscamente,
cual si revelaran la existencia de puertas que ya no existen.
Según la descripción de
Fergusson, los basamentos, fustes y capiteles de los 42 pilares
“son de impecable factura y
representan dos elefantes arrodillados, con un dios y una
diosa encima”. Dicho
autor añade que este chaitya o santuario es el más antiguo y
mejor conservado de toda la
antes de nuestra Era, ya que
Prinsep, el descifrador de la inscripción de Silastamba,
asevera que el pilar
rey de Ceilán, en el año
veinte de su reinado, esto es, ciento sesenta y tres antes de
nuestra Era. De aquí quizá el
que el Dr. Stevenson señale esta fecha
fundación de Karlen o Karli,
construido, bajo el emperador Devobhuti, por el arquitecto
Dhanu–Kâkata. Mas, ¿cómo
puede afirmarse esto último frente a dichas auténticas
inscripciones? El propio
Fergusson, el implacable defensor de las antigüedades
A.Por las Grutas y Selvas del
Indostán
37
egipcias, cuanto crítico hostil
contra las de la India, insiste, como va dicho, en que Karli
pertenece al estilo de las
construcciones del siglo III, antes del Cristianismo, y agrega:
“La disposición de sus
elementos arquitectónicos es idéntica a la arquitectura gótica en
los coros y ábsides
poligonales de sus catedrales”.
Sobre la entrada principal
del hipogeo hay una galería que recuerda el coro de aquellas
catedrales. Además de dicha
entrada, otras dos laterales conducen a las naves y sobre la
galería se abre un ventanal
único en forma de herradura para que la luz caiga directa
desde él sobre la dagopha o
altar, mientras que el bosque de columnas de las naves
queda en una obscuridad
creciente a medida que se alejan del altar. Así, merced a
semejante disposición, el
visitante que penetra por el pórtico ve el altar central
resplandeciente de luz,
mientras que en torno de él todo son densas tinieblas donde el
profano no podía pisar. Una
de las esculturas de la daghopa, desde la cual los
“Rajas–sacerdotes” acostumbraban
a pronunciar sus sentencias, se llama Dharma–Raja,
de Dharma, el Minos
hindú. Corren por encima del templo hasta dos hileras de
covachas, en cada una de las
cuales existen anchos peristilos formados por grandes
columnas esculpidas y desde
ellos se pasa a diversos corredores, muy largos a veces, y a
celdas espaciosas que
invariablemente aparecen como cortados u obstruidos
bruscamente por un sólido
muro, sin huella practicable para poder seguir más adelante.
Los custodios del templo,
pues, o han perdido el secreto de otras cuevas más interiores o
le ocultan cuidadosamente a
los europeos.
Además de los vihâras ya
descriptos, existen otros muchos esparcidos por la pendiente
de la montaña, y semejantes
monasterios–templos, aunque más pequeños que el
primero, son, en opinión de
algunos arqueólogos, muchísimo más antiguos. Cual sea su
verdadera edad nadie lo sabe,
excepto algunos brahmanes que guardan silencio sobre
ello. Desairadísima suele ser
casi siempre la situación de los arqueólogos europeos
frente a los problemas de la
India. Las masas, sumidas como yacen en la más abyecta
superstición, no pueden
prestarles la menor ayuda, y los brahmanes instruidos, iniciados
en los misterios de las
bibliotecas secretas de las pagodas, hacen cuanto está en sus
manos para impedir toda
investigación arqueológica. Injusto sería, sin embargo, después
de lo que ya ha ocurrido, el
censurar a los brahmanes acerca del particular. Una amarga
y secular experiencia les ha
enseñado que sus únicas armas de defensa contra aquéllos
son la desconfianza y la reserva,
sin las cuales su historia tradicional y sus más
preciados tesoros se habrían
perdido irremisiblemente. Los trastornos políticos que han
conmovido el país hasta en
sus cimientos, las irrupciones mahometanas tan funestas, el
vandalismo sin piedad de los
mahometanos, cuanto de los padres católicos, capaces de
todo con tal de hallar
manuscritos y destruirlos, disculpa la conducta de los brahmanes.
A pesar de citadas tendencias
destructoras guárdanse en muchos sitios de la India
vastísimas bibliotecas capaces
de irradiar nueva y refulgente luz no ya sobre la historia
de la India, sino también
sobre los más debatidos y obscuros problemas de la Historia
Universal. Algunas de estas
bibliotecas, llenas de los más preciosos manuscritos, se
hallan en poder de príncipes
del país y de pagodas dependientes de sus dominios, pero
la mayor parte de ellas está
bajo la custodia de los jainos –la más antigua de las sectas
hindúes– y de los takures de
la Raja–Putana, cuyos señoriales castillos se encuentran
esparcidos por todo el
Rajistán, cual sendos nidos de águila en las cumbres roqueras. La.Por las
Grutas y Selvas del Indostán
38
existencia de las célebres
colecciones de Jassulmer y de Patana no es ningún secreto
para el Gobierno, aunque
sigan por completo fuera de su alcance. Además, los
manuscritos están redactados
en un lenguaje antiguo, hoy olvidado por completo e
inteligible tan sólo para los
más altos sacerdotes y sus bibliotecarios iniciados. Un
grueso infolio de éstos es
tan sagrado e inviolable, que pende de pesada cadena de oro
en el centro del templo de
Chintamani en Jassulmer y sólo es descendido al
advenimiento de cada nuevo
pontífice, para desempolvarle y arreglarle. Dicho libro es
la obra de Somaditya Guru
Acharya, Sumo Sacerdote premusulmán, bien conocido por
la Historia, pues su manto
sirve todavía para la iniciación de cada nuevo Alto sacerdote.
El coronel James Tod, que
pasara tantos años en la India granjeándose el cariño de todo
el mundo, incluso de los
brahmanes –la más extraordinaria cosa que puede contarse en
la historia de un angloindo–,
ha escrito la única historia verdadera que hay acerca de la
India y, sin embargo, jamás
le fué permitido el tocar a dicho libro. Corre como muy
autorizado entre los
musulmanes el aserto de que hubo de serle ofrecida la iniciación en
el templo aludido y él, como
rabioso arqueólogo, casi se decidió a aceptar; pero como
tuviese que regresar a
Inglaterra a causa de su salud, dejó el mundo sin que le fuera
dable tornar a su patria
adoptiva, y el enigma de este nuevo volumen sibilino permanece
por tal causa sin aclarar.
Los takures de la
Rajaputana que, según se cree, poseen algunas de dichas bibliotecas
subterráneas, ocupan en la
India una posición semejante a la de los señores feudales
europeos del medioevo.
Dependen nominalmente de algún príncipe del país o del
Gobierno inglés, pero son
independientes de hecho. Sus fortalezas erigidas en los más
altos peñascos, y además de
esta dificultad natural de acceso al visitante, sus dueños son
más inaccesibles aún, porque
en cada uno de estos castillos existen largos pasadizos
subterráneos, sólo conocidos
por su dueño actual y cuyo secreto éste lega a su sucesor al
tiempo de su muerte. Nosotros
hemos visitado dos de estos subterráneos, lo bastante
dilatado uno de ellos para
contener toda una aldea. No habrá tortura capaz de arrancar a
sus dueños el secreto de la
entrada, pero los Yoguis y Adeptos iniciados van y vienen
libremente por ellos con la
aquiescencia del takur.
Una historieta análoga corre
muy autorizada respecto a las bibliotecas y pasajes
subterráneos de Karli. Los
arqueólogos, por su parte, son incapaces de precisar siquiera
si el templo fué labrado por
los buddhistas o por los brahmanes. La inmensa daghopa o
altar que ocupa el Sancta
Sanctorum del templo a la vista de los devotos, está cubierto
por un techo en forma de
parasol y remeda a un minarete cobijado bajo una cúpula.
Estos parasoles suelen
proteger a estatuas de Buddha y de los sabios chinos; pero los
partidarios adoradores de
Shiva, actuales poseedores del templo, aseguran, por su parte,
que estas bajas
construcciones no son sino lingams de dicho dios. Además, las estatuas
de dioses de ambos sexos
esculpidas en la roca impiden sostener que el templo sea de
procedencia buddhista.
Fergusson, a este propósito dice: “¿Qué representa en sí este
memorable monumento de la
antigüedad? ¿Procede de los hindúes o de los buddhistas?
¿Fueron trazados sus planos a
raíz de la muerte de Sakya Sing, o pertenece acaso a otra
religión todavía más antigua?”
Tal es el problema. Si obligado
Fergusson por lo que patentizan las inscripciones,
accede a reconocer la gran
antigüedad de Karli, y asegura, por otro lado, que Elefanta es
de fecha muy posterior, se
creará un insoluble dilema, porque el estilo arquitectónico de
uno y otro templo son
enteramente el mismos y las esculturas de este último son, si se.Por las Grutas
y Selvas del Indostán
39
quiere, más elocuentes
todavía. Atribuir, pues, Elefanta y Kanari a los buddhistas y
decir, por otro lado, que
ellos corresponden, respectivamente, a los siglos V y X, es caer
en el mayor y más
injustificable anacronismo, porque después del siglo anterior a
nuestra Era, ya no quedaba en
la India un solo buddhista de prestigio. Vencidos y
perseguidos, en efecto, los
buddhistas por los brahmanes hubieron aquéllos de emigrar
hacia Ceilán y los distritos
de allende el Himâlaya, y una vez muerto el rey Asoka el
buddhismo fué raído del país
por la teocracia de los brahmanes en breves años.
La hipótesis de Fergusson es
incapaz de sufrir un análisis crítico. Elefanta y Salsetta,
que están a dos y cinco
millas, respectivamente, de Bombay, se encuentran plagadas de
antiguos templos hindúes.
¿Es, pues, creíble que los fanáticos brahmanes, en todo el
esplendor de su poder, o sea
antes de las invasiones musulmanas, tolerasen que aquellos
aborrecidos herejes alzasen
templos en sus dominios, y especialmente en la isla de
Gharipuri consagrada por las
pagodas hindúes? Además, no hay precisión de ser
arquitecto, ni arqueólogo, ni
nada semejante para convencerse a primera vista de que
templos como el de Elefanta
constituyen la obra de verdaderos cíclopes y que para su
erección se requirieron no
años, sino siglos más bien. Mientras que en Karli todo está
construido y tallado
siguiendo un plan perfecto y único, en Elefanta no parece sino que
millares de manos diferentes
hubiesen trabajado en épocas distintas, al tenor de sus
peculiares ideas y fantasías.
Las tres cuevas principales de los templos están abiertas en
durísima roca de pórfido, y
el primer templo es un cuadrado de 130 pies de lado, con 16
pilastras y 26 gruesas
columnas. Entre algunas median de 12 a 16 pies; entre otras 15
pies, 5 pulgadas, 13 pies y
tres y media pulgadas, y así sucesivamente. Igual carencia de
uniformidad se advierte en
los pedestales, cuyo estilo varía de unos a otros.
¿Por qué, pues, no hemos de
otorgar asentimiento a las explicaciones de los
brahmanes, cuando nos
aseguran que este último templo fué comenzado por los hijos de
Pându, a raíz de la gran
guerra del Mahâbhârata, y que a la muerte de éstos se ordenó a
todo verdadero creyente que
continuase la obra con arreglo a sus ideas peculiares? De
este modo, dicen, se fué
construyendo el templo gradualmente por espacio de tres
siglos. Cuantos deseaban ver
redimidos sus pecados poníanse con ardor a trabajar y
fueron muchas las gentes
nobiliarias y hasta los reyes que tomaron parte personal en
referida labor.
Hacia la derecha del templo
existe una piedra típica: un lingam de Shiva, en su
simbolismo de Fuerza
Fructificadora, cobijado bajo una capillita cuadrada de cuatro
puertas. Alrededor del
templete existen diversas figuras humanas de tamaño colosal.
Son, según los brahmanes,
estatuas que representan a los respectivos constructores
reales, hindús de la más
elevada alcurnia, guardianes de las puertas del Sancta
Sanctorum. Cada una de estas
figuras se apoya sobre un enano que representa a la casta
inferior, promovido por la
imaginación popular al rango de daimon o de pisacha.
El templo de Karli, por otra
parte, está cuajado de nada hábiles trabajos en piedra, y
los brahmanes aseguran que
este sagrado recinto no se vería tan abandonado si los
hombres, tanto de las
generaciones pasadas, como de la actual, no fuesen realmente
indignos de visitarlo. En
cuanto a Kankari y algunos otros templos hipogeos, no cabe
duda alguna que se deben a
los buddhistas, porque en algunos de ellos se tropezaron
inscripciones en perfecta
conservación, cuyo estilo en nada se asemeja a las
construcciones simbólicas del
brahmanismo. El arzobispo Heber opina que el hipogeo.Por las Grutas y Selvas
del Indostán
40
de Kanari fué labrado en los
siglos I o II del cristianismo; pero Elefanta es mucho más
antiguo y debe ser catalogado
entre los monumentos prehistóricos, como perteneciente a
la época que siguió
inmediatamente a la gran guerra cantada en el Mahâbhârata. Por
desgracia, respecto a la
fecha de esta célebre guerra no media acuerdo entre los
científicos europeos, pues
mientras que el sapientísimo Dr. Martín Haug la cree
antidiluviana, el no menos
célebre y sabio profesor Max Müller la coloca lo más cerca
posible del siglo I de
nuestra Era.
-------Cardiff Theosophical Society in Wales-------
206 Newport Road, Cardiff, Wales, UK. CF24-1DL
--------------------La
feria llegaba a su apoteosis,
cuando, después que visitamos las celdas escalando
todos los pisos, sin olvidar
la ponderada “sala de los luchadores”, descendimos, no por
escalera alguna, de la que no
hay ni rastro sino descolgados mediante maromas, cual
cangilones de noria. Más de
tres mil personas habían acudido de las ciudades y aldeas
vecinas. Las mujeres iban
adornadas con brillantes saris o faldas de colores, con
profusión de anillos, no ya
en narices, orejas y labios, sino doquiera que podía colgarse
uno. Sus cabellos negrísimos,
aplastados hacia atrás, brillaban por el aceite de coco y
aparecían adornados con las
flores purpúreas que están consagradas a Shiva y a
Bhavani, la contraparte
femenina de dicho dios.
Delante del templo se
alineaban multitud de tiendecitas donde podían adquirirse todos
los útiles para los usuales
sacrificios, tales como hierbas aromáticas, incienso, sándalo,
gulab, anís y ese polvo rojo
con el que los peregrinos espolvorean primero al ídolo y
luego su propia faz.
Faquires, bairagis, hossein, toda la cofradía mendicante, en fin, se
hallaban entre la abigarrada
multitud. Con sus guirnaldas entrelazadas, sus largos y
despeinados cabellos,
trenzados sobre la coronilla, cual verdaderos mohos, y sus
barbudas caras, ofrecían
cierta semejanza ridícula con monos desnudos. No pocos de
ellos mostraban en sus
cuerpos las heridas y cardenales inferidos al mortificarse
bárbaramente. Vimos también
algunos bunis encantadores de serpientes, con docenas de
animales de esta especie
enroscados por sus cinturas, brazos, piernas y cuello, cual
modelos dignos de ser copiados
por un pintor que tratara de representar la figura de una
Furia masculina. Un jadugar
era notable entre todos ellos. Su cabeza estaba coronada
por un verdadero turbante de
cobras, cuyas caperuzas y cabezas, de intenso verde
obscuro, semejaban las hojas
de una guirnalda. Silbaban los tales reptiles con tal furia y
tal fuerza, que su ruido se
oía a cien pasos, mientras que vibraban sus lenguas y
brillaban de cólera sus
ojuelos a la aproximación de las gentes. La frase de “picadura de
una serpiente” es universal,
pero ella en sí, la picadura, es por completo inofensiva.
Para que el veneno de la
serpiente infeccione la sangre de la victima es preciso, no que
el dardo o lengua de la
serpiente pique, sino que muerda ella con sus colmillos. El
colmillo de la cobra es
semejante a una aguja, y comunica con la glándula del veneno.
Si a la cobra se la corta
esta glándula, la cobra no vive dos días; por tanto, la hipótesis
de los escépticos, relativa a
que el buni les amputa dicho saco glandular, es puramente
gratuita. El término «silbar»
no es el adecuado, tratándose de las cobras, pues que éstas
no silban. El ruido que
producen remeda al estertor de un moribundo, y todo el cuerpo
de ella tiembla al lanzar
este fuerte y pesado gruñido..Por las Grutas y Selvas del Indostán
41
Por cierto que, a este
propósito, tuvimos ocasión de presenciar un hecho bien extraño
que sin comentarios
transcribo, dejando a los naturalistas el cuidado de aclarar el
enigma.
Ansiando, sin duda, una buena
propina, el buni del turbante de cobras nos envió
recado por un chicuelo que
deseaba mostrarnos su poder de encantar a las serpientes.
Aceptamos gustosos, a
condición, por supuesto, de establecer entre nosotros y sus
discípulos lo que Disraeli
llamaría “una prudente frontera científica”. Escogimos un
lugar aparte, a unos quince
pasos del círculo mágico trazado por aquél, y sin pararme a
describir las tretas y
prodigios que en él vimos, consignaré tan sólo el fenómeno
principal entre los que
ejecutó el buni. Con ayuda de la vaguda o flautín de bambú hizo
que las cobras cayesen en una
especie de sueño hipnótico, mediante una monótona
melodía, original y baja, que
por poco no nos duerme también a nosotros. Como quiera
que sea, a todos nos
acometió, sin causa aparente, un grandísimo sueño; pero fuimos
sacados de aquel semiletargo
por nuestro amigo Gulab–Sing, quien, cogiendo un
puñado de no sé qué hierba,
nos aconsejó que nos frotásemos las sienes con ella.
Entonces sacó el buni de un
sucio zurrón una especie de piedra redonda, parecida a un
ojo de besugo o bien a un
ágata con una mancha blanca en el centro, declarando que
quien comprase aquella piedra
podía encantar a cualquier cobra (no a las demás
serpientes), porque la
paralizaría y la haría dormir. Dicha piedra era el único remedio
conocido contra la mordedura
del referido animal, y bastaba aplicar el talismán a la
herida para que se adhiriese
a ella tan firmemente, que no caería de ella hasta no
absorber todo el veneno,
llegado cuyo momento se desprendería por sí misma, pasando
todo peligro.
Sabiendo nosotros que el
Gobierno daría complacido una buena recompensa a quien le
proporcionase un antídoto
contra el veneno de la cobra, no mostramos gran interés por
poseer aquella piedra, y el
buni entonces empezó a irritar a las cobras. Escogió luego
una de ocho pies de largo y
la puso literalmente furiosa. Rodeó ella con su cola un
árbol; silbó y alzó la cabeza
amenazadora. Entonces el buni, con la mayor sangre fría,
dejó que le mordiese en un
dedo, del cual vimos brotar todos gotas de sangre. Un grito
enorme de espanto se escapó
de entre la multitud; pero el buni, muy tranquilo, adhirió la
piedra a la herida y la
función continuó.
–¡Esto es una farsa –exclamó
el coronel neoyorquino– a la serpiente le han quitado
antes la glándula del veneno!
Para replicar contra
semejante aserto, el buni cogió la cobra por la cabeza y, después
de breve lucha, atravesó un
palito en la boca del animal, de manera que no pudiese
cerrarla. Luego la acercó a
nosotros y nos la fué mostrando sucesivamente para que
comprobásemos la falsedad de
la suspicacia del Coronel. En efecto, todos pudimos
apreciar que la terrible
glándula aparecía en el fondo de la boca de la cobra. Nuestro
tozudo Coronel, sin embargo,
insistió:
–Pero,¿cómo acreditar que la
glándula tiene aun veneno?
Exasperado el buni hizo traer
un gallo vivo; le ató las patas y le colocó frente a la
cobra. Esta, en un principio,
pareció no hacer caso de aquella su nueva víctima y siguió
silbando amenazadora contra
el buni, que la atormentaba e irritaba más y más. Al fin, se
lanzó contra el pobre animal,
quien intentó una débil defensa, aunque pronto quedó, por.Por las Grutas y
Selvas del Indostán
42
el terror, inmovilizado. El
efecto de la mordedura fué instantáneo, y, como los hechos
son hechos, aunque se trate
de desvirtuarlos, diré lo que después acaeció. La serpiente
estaba en el paroxismo de su
furor hasta el punto de que ni un tigre se habría acercado a
ella. Enroscada en un árbol,
sacudía en el espació la parte delantera de su tronco, cual si
pretendiese morderlo todo. Un
perro que se hallaba cerca atrajo la atención del buni,
quien le miraba con sus
penetrantes y vidriosos ojos, al par que canturreaba no sé qué en
baja voz. El can comenzó a
inquietarse y, con el rabo entre piernas, trató de huir, pero,
cual si sintiese una
influencia misteriosa, quedó como petrificado. Luego, víctima de la
sugestión del buni, fuésele
acercando poco a poco con débil gruñido. En el acto me
percaté de la intención del
buni y sentí una inmensa compasión hacia el animal, pero el
horror me tenía paralizada la
lengua y no era dueña de mover un dedo.
Afortunadamente la demoníaca
escena fué breve. Así que el perro se halló cerca de la
cobra, ésta le mordió cruel:
el animalito cayó hacia atrás, se agitó su cuerpo con cortas
convulsiones y murió también.
Era, pues, insensato seguir dudando acerca de la eficacia
del veneno.
A todo esto la extraña piedra
se había desprendido del dedo del domador, quien nos
mostró triunfal su dedo
curado. Vimos todos, en efecto, la señal de la picadura: un
punto rojo tamaño como una
cabeza de alfiler. Luego, tomando el buni la piedra entre
sus dedos y haciendo que sus
demás serpientes se alzasen en corro sobre sus colas, nos
demostró la influencia que
dicha piedra ejercía sobre éstas, quienes al verla quedaban
con la mirada fija en ella,
como extasiadas. Cuanto más el buni acercaba la piedra a sus
cabezas más se estremecían
éstas, aterradas, cayendo, al fin, como hipnotizadas, una
tras otra. Dirigiéndose luego
al escéptico Coronel, te invitó a que experimentase por sí
propio la influencia de la
piedra. Pese a nuestras protestas de horror, el Coronel, sin
hacernos caso, se armó con la
piedra y se aproximó valerosamente a una deforme cobra.
No hay para qué añadir que
quedé petrificada de horror. La cobra, irguiendo su
caperuza, trató de lanzarse
sobre el experimentador, pero repentinamente se detuvo y,
después de breve pausa,
principió a seguir con su pesado cuerpo los movimientos
circulares de la mano del
Coronel, y cuando éste llegó a tocar con la piedra sobre la
cabeza del ofidio, la cobra
se tambaleó cual si estuviese embriagada; amortiguó su
intenso silbido, cayó
lánguida su caperuza sobre su pescuezo, cerró los ojos
inclinándose más y más,
quedando, en fin, dormida, inerte como un tronco.
Respiramos, por fin. Llamamos
luego aparte al hechicero y le requerimos para que nos
vendiese aquella
piedra–talismán, a lo que accedió en el acto pidiéndonos meras dos
rupias. Recogí el talismán y
aún lo conservo. El buni aseguró, y nuestros amigos
hindúes lo confirmaron, que
él no es sino una excrecencia huesosa de la cobra. Una
cobra entre mil posee dicha
excrecencia entre la mandíbula superior y el velo palatino, y
no está ésta adherida al
hueso, sino que flota envuelta en la piel del paladar, siendo muy
fácil, pues, el cortarla,
aunque con ello la cobra muere. Al decir de Bishu Nath, nuestro
buni, semejante lámina o
excrecencia confiere a la cobra que le posee el rango real
sobre el resto de sus
congéneres.
–Esta cobra real –añadió el
hechicero– se parece a un brahmán, a un brahmán dwija
entre shudras: todos le
obedecen. También existe un sapo venenoso que está dotado
asimismo de esta piedra, si
bien los efectos de ella son más débiles. Para contrarrestar la
acción del veneno de la cobra
hay que aplicar la piedra del sapo dos minutos, a más.Por las Grutas y Selvas
del Indostán
43
tardar, después de la
mordedura, pero la de la cobra es eficaz en cualquier momento, y
su antídoto es seguro,
ínterin el corazón del atacado no cese de latir.
Al despedirse el buni de
nosotros, nos recomendó que guardásemos la piedra en un
sitio seco y que cuidásemos
de no dejarla nunca cerca de un cadáver, así como ocultarla
durante los eclipses de sol y
de luna, pues de otro modo, perdería su virtud. En los casos
de mordedura por perro
hidrófobo, nos dijo también que introdujésemos la piedra en un
vaso con agua, dejándola en
él durante la noche. Bebiendo el agua a la mañana siguiente
el enfermo, cesaría todo
peligro.
–¡Esto no es un hombre, sino
un demonio!– exclamó el buen Coronel cuando se
alejaba el buni camino del
templo de Shiva, templo en el cual no logramos ser
admitidos.
–¡Al contrario! –replicó el
rajpunt, con significativa sonrisa–, como vos y como yo, no
es sino un simple mortal y
además un gran ignorante. Como todos los encantadores de
serpientes, está educado en
una pagoda shivaítica. Shiva es el dios de las serpientes y
los brahmanes les enseñan
allí todo género de artimañas magnéticas por procedimientos
empíricos, sin revelarles
jamás los principios teóricos, asegurándoles tan sólo que el
propio Shiva se halla siempre
detrás de sus fenómenos, por manera que a éste atribuyen
sus prodigios los tales
bunis.
–Pero, dado que el Gobierno
de la India tiene ofrecida una recompensa a quien
encuentre el antídoto contra
el veneno de la cobra, ¿por qué causa no la reclaman los
bunis, en lugar de dejar
morir a millares de personas tan tristemente?
–Jamás los brahmanes lo
permitirían. Si el Gobierno se tomase la molestia de revisar
con cuidado las estadísticas
de las muertes originadas por las serpientes, se advertiría
que ningún hindú de la
secta shivaítica ha muerto nunca por mordedura de las cobras.
Ellos dejan, si, que perezcan
las gentes de otras sectas, pero salvan a todos los de la
suya.
–Pero, ¿no ha advertido la
facilidad con que parece haberse desprendido de su secreto,
a pesar de ser nosotros
extranjeros? ¿Por qué no han de poder comprarlo los ingleses
con idéntica facilidad?
–Porque semejante secreto es
inútil por completo en manos de europeos. Los hindúes
no lo ocultan, porque saben
muy bien que nadie puede emplearlo sin su ayuda. La
piedra sólo goza sus poderes
prodigiosos cuando ha sido extraída de la cobra viva, y
para poder cogerla sin
matarla ha de ser ésta aletargada antes o, si preferís el término,
encantada. ¿Y quién de entre los extranjeros puede hacer esto?
Aun entre los mismos
hindúes no encontraréis un
solo individuo en toda la India que posea este antiguo
secreto, no siendo un
discípulo de los brahmanes shivaitas. Sólo éstos poseen semejante
monopolio, y de éstos, ni
siquiera todos, sino –digámoslo de una vez– aquellos que
siguen la escuela
pseudo–Patanjâli, denominados ascetas Bhuta. Ahora bien, esparcidas
por toda la India, no hay más
que media docena de sus escuelas–pagodas, y sus
sacerdotes, antes que de su
secreto, se desprenderían de sus vidas.
–Hemos pagado tan sólo dos
rupias por un secreto que resultó tan eficaz en manos del
Coronel como en las del buni.
¿Seria difícil, acaso, el procurarse una partida de estas
piedras?.Por las Grutas y
Selvas del Indostán
44
Nuestro amigo se echó a reír.
–Dentro de breves días –dijo–
el talismán perderá todo su poder curativo en vuestras
manos inexpertas. Por eso os
lo cedió en tan bajo precio, y con él probablemente estará
a estas horas ofreciendo
algún holocausto en los altares de su deidad. Garantizo una
semana de actividad a vuestra
compra. Después podéis tirarla sin escrúpulo.
No tardamos mucho tiempo en
experimentar cuán profunda verdad mediaba en
aquellas palabras. Al día
siguiente tropezamos con una pequeñuela mordida por un
escorpión verde. La niña
parecía estar en las últimas convulsiones; pero tan pronto
como le aplicamos la piedra
pareció aliviarse, y una hora más tarde jugaba alegremente,
mientras que, aun en el caso
de picadura de escorpión negro común, el paciente sufre
durante dos semanas. Diez
días más tarde, cuando ensayamos los efectos de la piedra en
un pobre coolíe que acababa
de ser mordido por una cobra, ni se adhirió siquiera a la
herida, y el infeliz expiró
de allí a poco. No haré, pues, aquí el panegírico de la piedra,
ni menos trataré de explicar
sus virtudes. Me limito a narrar los hechos y dejo la suerte
de este relato a la ventura.
Los escépticos son muy dueños de pensar lo que gusten; pero
muchas gentes podrán
encontrar con facilidad en la India que testimonien acerca de
nuestra exactitud.
Alguien me ha contado una
anécdota relacionada con todo esto. Cuando el Dr. Sir. J.
Fayrer publicó su Thanatophidia,
obra muy conocida en Europa, acerca de las
serpientes venenosas de la
India, declaró categóricamente en ella su absoluta
incredulidad respecto a los
encantadores de serpientes del país. Quince días después de
la aparición de su libro
entre los angloindios, una cobra hubo de morder a su propio
cocinero. Un buni que pasaba
por allí se ofreció complaciente a salvarle la vida. Dadas
sus seguridades, no hay por
qué decir que el célebre naturalista no podía aceptar
semejante oferta. No
obstante, el mayor Kelly y otros oficiales le instaron para que
permitiese el experimento.
Convencido el doctor de que su cocinero no viviría una hora
más, otorgó su
consentimiento, y acaeció, como era de esperar, que antes de que
transcurriese una hora el
cocinero se encontró en su fogón preparando tranquilamente la
comida, y se añade que el Dr.
Fayrer pensó seriamente en quemar su libro.
El día se tornó terriblemente
sofocante. El calor de las rocas nos quemaba los pies, a
pesar de nuestro calzado de
gruesas sucias. Por otra parte, la general curiosidad que
despertaba nuestra presencia
y el acosamiento nada atento de la multitud, se hacían
insoportables. Resolvimos,
pues, volver “a casa”, o sea a nuestra fresca caverna, a
seiscientos pasos del templo,
donde teníamos propósito de pasar la velada y dormir, y
como nuestros compañeros
hindúes habían marchado a visitar la feria, partimos solos
hacia allí.
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206 Newport Road, Cardiff, Wales, UK. CF24-1DL
--------------------Al
acercarnos a la entrada del
templo atrajo nuestra atención la presencia de un joven
de belleza ideal que se
mantenía apartado de la multitud. Era un individuo de la secta
sadhu, “un candidato a la
santidad”, al decir de uno de los de nuestra partida..Por las Grutas y
Selvas del Indostán
45
Los sadhúes difieren
esencialmente de las demás sectas. jamás se muestran en público
desnudos, ni se cubren de
húmeda ceniza, ni se pintan signos en rostro ni frente, y, en
fin, nunca adoran a los
ídolos. Pertenecientes a la sección adwaita de la escuela
vedantina, creen únicamente
en Parabrahm o el Gran Espíritu. El joven parecía
decentísimo, con su airosa
túnica amarilla, especie de bata de noche desprovista de
mangas. Sus cabellos eran
largos y llevaba la cabeza descubierta. Su codo se apoyaba en
el lomo de una vaca, la cual
era, en verdad, de lo más extraordinario que darse puede,
pues que, además de sus
cuatro extremidades perfectamente conformadas, tenía una
quinta pata que arrancaba de
su morrillo. Tamaña fantasía de la Naturaleza usaba de
aquella su quinta pata cual
si fuera una mano y brazo, pues que daba con ella caza a las
atormentadoras moscas y se
rascaba la cabeza con su pezuña. Creímos al principio que
se trataba de una artimaña
para atraer la atención, y hasta nos sentirnos no poco hostiles
hacia el bicho, como hacia su
hermoso dueño; pero así que nos aproximamos, vimos
que no se trataba de
artilugio alguno, sino que era una jugarreta real y efectiva de la
traviesa Madre Naturaleza.
Supimos por el mismo joven que la vaca le había sido
regalada por el maharaja
Holkar, y que su leche había sido durante dos años su único
alimento.
Los sadhúes son aspirantes a
la Raja–Yoga y, como va dicho, pertenecen generalmente
a la escuela Vedanta, esto
es, son discípulos de Iniciados que han renunciado por
completo al mundo, llevando
una vida de perfecta castidad monástica. Una enemistad
mortal media entre los
sadhúes y los bunis shivaítas, que se manifiesta, por parte de
aquéllos en forma de un
desprecio silencioso y sin límites, y por la de los bunis por las
continuas tentativas de raer
a sus contrarios de sobre la faz de la tierra. Este
antagonismo es tal como el
que mediar pueda entre la luz y las tinieblas, y hace recordar
el dualismo entre Ahura–Mazda
y Ahrimán de los zoroastrianos. Multitud de gentes
consideran a los sadhúes como
verdaderos Magos, hijos del Sol o del Principio Divino,
al paso que son tenidos los
bunis como hechiceros peligrosos. Como habíamos oído
estupendos relatos acerca de
los primeros, ansiábamos ver alguno de los prodigios que
se les atribuían, aun por
ciertos ingleses, por lo cual invitamos con insistencia al joven
sadhú a que visitara nuestra
vihâra aquella tarde; pero el gallardo asceta rehusó
severamente el hacerlo porque
nos hallábamos dentro del templo de los adoradores del
ídolo, cuyo mero ambiente le
resultaría antagónico. Le ofrecimos dinero, que rechazó
con toda dignidad, y nos
separamos.
Un sendero, o más bien una
verdadera cornisa volando sobre el talud de una roca de
200 pies de altura, conducía
del templo principal hasta nuestra vihâra, y se necesita
excelentes ojos, pie seguro y
cabeza firmísima para no caer en el precipicio al primer
paso en falso. En ayudas no
había ya qué pensar, porque, como el borde aquel no tiene
más de dos pies de ancho,
nadie podía ir al lado de otro. Teníamos, pues, que marchar
uno a uno, sacando verdaderas
fuerzas de flaqueza. Pero el valor se había ausentado de
nuestro pecho con licencia
ilimitada. Aun era peor que la de otro nadie la situación de
nuestro americano Coronel;
grueso y corto de vista, era por tales causas muy propenso
al vértigo. Para animarnos
nos pusimos a cantar el dúo de Norma, aquel que empieza
“Moriam in sieme” ,
cogiéndonos a la vez de las manos para salvarnos de la muerte los
cuatro compañeros, o morir
los cuatro juntos.
Como era de temer, el Coronel
nos dió un susto tremendo. Estábamos ya a la mitad del
camino hacia la cueva, cuando
dió un paso en falso: vaciló un momento, soltó mi mano.Por las Grutas y Selvas
del Indostán
46
y rodó hacia el borde de la
cornisa. Nosotros tres, asidos a matas y piedras, nos
hallábamos incapacitados por
completo para socorrerle, y un grito unánime de horror
salió de nuestros pechos,
pero quedó cortado al ver que había conseguido asirse al
tronco de un arbusto que
crecía a pocos pasos por bajo. Sabíamos, además, que el
Coronel era buen gimnasta y
de mucha sangre fría ante el peligro. Sin embargo, el
momento no podía ser más
crítico. El débil arbusto podría ceder bajo su peso y no
sabíamos qué partido tomar,
cuando vimos que nuestros gritos demandando auxilio eran
contestados por la repentina
aparición del sadhú y de su vaca misteriosa.
Eran de ver marchando
tranquilamente a unos veinte pasos por bajo de nosotros en un
relieve tan ínfimo de la
roca, que el pie de un niño con dificultad hubiera hallado sitio
en donde posarse. Sin
embargo, ambos caminaban tan tranquilos y descuidadamente
como si hallasen la más
cómoda de las carreteras en lugar de aquel talud roquizo. El
sadhú gritó al Coronel que se
mantuviese firme y a nosotros que no nos moviésemos.
Soltando al punto la cuerda
con la que conducía a la vaca–fenómeno, dióla dos
palmadas en el pescuezo, y
con ambas manos la volvió la cabeza en dirección nuestra,
gritándola al par que
restallaba la lengua: –iChal! (anda). El animal, en el acto, con
saltos de cabra montés, se
acercó hacia donde estábamos y se quedó inmóvil ante
nosotros, en cuanto al sadhú
sus movimientos eran igualmente rápidos cual los de una
cierva. Al instante llegó al
arbusto; ató la cuerda en torno de la cintura del Coronel, le
incorporó y luego, con un
nuevo esfuerzo de su potente brazo, le subió hasta el camino.
Así vióse pronto el Coronel a
nuestro lado, sin haber perdido el ánimo ni un momento,
pero sí, por desgracia, sus
lentes de oro… La aventura que se anunciaba como tragedia
acababa en sainete, pues.
–¿Qué hacer ahora?– nos
preguntamos –No podemos en modo alguno dejaros solo
otra vez.
–De aquí a muy poco
sobrevendrá la noche y estaremos perdidos –dijo Mr. Y…, el
secretario del Coronel.
Efectivamente que el Sol se
hundía ya en el horizonte y los segundos eran más que
preciosos. En el entretanto,
el sadhú había vuelto a liar la cuerda en torno del pescuezo
de la vaca, y permanecía de
pie, ante nosotros, sin entender, indudablemente, nuestra
conversación. Su alta y fina
silueta parecía como suspendida en el aire sobre el
precipicio. Su negra y undosa
cabellera flotaba al soplo de la brisa, era lo único que
mostraba que en él
contemplábamos a un ser vivo y no a una magnífica estatua de
bronce. Olvidando nuestro
reciente riesgo, Miss X…, que era artista de nacimiento,
exclamó:
–¡Mirad la majestad de ese
purísimo perfil; observad también su gallarda apostura y lo
hermoso de su silueta sobre
el dorado y azul del firmamento! ¡Diríase que era el propio
Adonis griego y no un mero
hindú!
El Adonis puso fin a su
éxtasis. Miro a Miss X… con ojos compasivos, medio
sonrientes, y dijo con poderosa
voz de hindú:
–Bara–Sahib no puede ir más
lejos sin que ajenos ojos le ayuden. Los ojos de Sahib
son sus peores enemigos.
Monte el Sahib en mi vaca que ella no tropieza jamás..Por las Grutas y Selvas
del Indostán
47
–¿Yo montar en una vaca, y de
cinco patas?… ¡jamás!– exclamó el infeliz Coronel
con aire tan lánguido y
triste que todos soltamos la carcajada.
–Preferible le será al Sahib
el sentarse sobre una vaca que acostarse en una chitta–
replicó el sadhú con seriedad
encantadora, aludiendo a la chitta o pira donde son
quemados los cadáveres–. ¿Por
qué evocar una hora que no ha sonado aun para morir?
Convencido el buen Coronel de
la completa inutilidad de su resistencia, aceptó al fin
el consejo del sadhú, quien
hubo de colocarle con especial cuidado a horcajadas sobre la
vaca, recomendándole que se
asiese de su quinta pata.
Rompió en seguida el sadhú la
interrumpida marcha, y todos le seguimos como mejor
pudimos. Unos minutos después
estábamos ya en la terraza de nuestro vihâra, donde nos
esperaban nuestros amigos
hindúes, que habían regresado por distinto camino. Nos
apresuramos a referirles
nuestras aventuras, y cuando fuimos a dirigirnos al sadhú,
advertimos con sorpresa que
él y su vaca habían desaparecido.
–Es inútil que le busquéis–
observó tranquilamente Gulab–Sing–. Él sabe bien que
sois sincero en vuestra
gratitud, querido Coronel, pero jamás os habría aceptado
recompensa alguna. ¡No
olvidéis que se trata de un sadhú y no de un despreciable
buni!– añadió con énfasis.
Al oír expresarse así al takur
Gulab–Sing vino a nuestras mientes lo que se decía de
que este orgulloso amigo
nuestro pertenecía también a la secta de los sadhúes.
–¿Quién sabe?– murmuró el
Coronel a mi oído–. Acaso tenga no poco de verdadera
semejante dicho. Los
Sadhú–Nânaka no debe ser confundido con los Gurú–Nânaka, uno
de los jefes de los sikhs,
porque los primeros son adwaítas, o creyentes en la Divinidad
abstracta, a la que denominan
Parabrahm, como va dicho, mientras que los últimos son
monoteístas.
En la sala central del vihâra
habla una estatua de Bhavani, la contraparte femenina de
Shiva. Era la estatua de
tamaño natural, y del cuerpo de la Devakî vimos brotaba el agua
fresca y pura de uno de los
manantiales de la montaña, que caía luego en una pila, a sus
pies, entre los montones de
ofrendas consagrados a la diosa, ofrendas consistentes en
incienso, arroz, flores y
hojas de betel. Como la sala resultaba así demasiado húmeda,
preferimos pasar la noche al
aire libre en la terraza, colgados –valga la frase– entre la
tierra y el cielo, alumbrados
por la claridad de la luna casi llena. Preparóse una cena al
uso oriental sobre los
manteles tendidos en el suelo y utilizando a guisa de platos las
hojas de los plátanos. Los
silenciosos pasos de los sirvientes, verdaderos fantasmas con
turbantes de roja o blanca
muselina; las obscuras fauces de las criptas vecinas,
excavadas por razas ignoradas
en tiempos los más remotos en loor de una religión
prehistórica, por completo
desconocida, y, en fin, la profundidad sin límites del espacio
esfumado por los vagos
efluvios de la luna, todo contribuía a transportarnos a un
extraño mundo y a épocas
lejanísimas, distintas por completo de la nuestra.
Teníamos a la vista además
cinco diferentes tipos de indumentaria, cinco
representantes de otros tantos
pueblos diferentes, sin la más remota semejanza entre si,
y conocidos, sin embargo, por
nuestra etnografía bajo el nombre genérico de hindúes,
cual el cóndor, el águila, el
halcón, el búho y el buitre son conocidos por la
denominación genérica de
“aves de rapiña”. Es, a saber: un rajput, un bengalés,
un.Por las Grutas y Selvas del Indostán
48
madrasiano, un singalés y un mahratti,
descendiente este último de una raza acerca de
cuyo origen llevan
discutiendo más de medio siglo los sabios de Europa, sin conseguir
el llegar a un acuerdo.
-------Cardiff Theosophical Society in Wales-------
206 Newport Road, Cardiff, Wales, UK. CF24-1DL
--------------------Los
rajputs son conocidos como
hindúes, y se los cree pertenecientes al gran tronco
ario; pero ellos se denominan
así propios Surya–vansa, esto es, descendientes de Sûrya,
o el Sol, mientras que los
brahmanes derivan su origen de Hindú, o la Luna, por lo que
son conocidos a su vez como
Indú–vansa, ya que Hindú, Chandra y Soma son, en
sánscrito, otros tantos
nombres de la Luna. Así, pues, si a los primeros arios que
aparecieron en el prólogo de
la Historia los denominamos brahmanes, estos es, las
gentes que, según Max–Müller,
cruzaron los Himalayas y conquistaron el país del
Penjab o de los cinco ríos,
entonces los rajputs no pueden considerarse como arios, y
viceversa; si son ellos
también arios, y además no son brahmanes (pues que todas sus
genealogías y libros
religiosos llamados Purânas demuestran que son mucho más
antiguos que los brahmanes
mismos), es indudable que aquellas tribus arias primitivas
existieron efectivamente en
otros países de nuestro globo además del tan famoso país
del Oxus, cuna de la raza
germánica, antecesora de arios y de hindúes, según supone
dicho sabio y su escuela
alemana.
La genealogía lunar
brahmánica, según el árbol genealógico sacado por el coronel Tod
de los manuscritos puránicos
que existen en los archivos de Oodeypore, principia con
Pururavas, dos mil doscientos
años antes de Cristo, y mucho más tarde, por tanto, que la
de lkshvâku, el gran
patriarca de Suryavansa. Rech, el cuarto hijo de Pururavas,
encabeza la línea propiamente
lunar, pero hasta después de la decimoquinta generación
suyo no aparece Harita,
fundador de la Kanshika–gotra o tribu brahmánica.
Así es que los rajputs odian
mortalmente a estos últimos. Dicen que los hijos del Sol y
de Rama no tienen nada de
común con los hijos de la Luna y de Krishna. Respecto de
los bengalíes, al decir de su
tradición histórica, no son ellos sino aborígenes, y
dravidianos los madrasianos y
los singaleses. De éstos se han dicho ora que son camitas,
ora que semitas, ora que
arios, y, últimamente, han sido dejados “a la voluntad de
Dios”, al agregar que
en todo caso son turanios migoles. En cuanto a los maharavattis,
ellos son los aborígenes del
Indostán occidental, como los bengalíes lo son del oriental,
pero en lo relativo a poder
precisar a qué tronco pertenecen estas gentes ningún
etnólogo alcanzaría a
determinarlo, excepto quizá un alemán de esos que niegan con
todo aplomo las propias
tradiciones de los naturales, sencillamente porque no
concuerden con sus sabias
conclusiones. Cuando tal suceda, los antiguos manuscritos en
cuestión son desfigurados y
sacrificados en aras de la ficción emanada de algún oráculo
favorito… Por crear ídolos en
el mundo espiritual suelen ser tachadas de supersticiosas
las masas ignorantes; pero,
¿no es acaso el hombre ilustrado, mil veces más
incongruente que tales masas
cuando se trata de sus autoridades predilectas? ¿No
permite él, acaso, que media
docena de laureadas cabezas hagan lo que les venga en
gana con los hechos para
sacar las conclusiones con arreglo a sus gustos, mientras
maltrata a cuantos osan
alzarse contra los dogmas de estos especialistas infalibles?.Por las Grutas y
Selvas del Indostán
49
No olvidemos a este propósito
el caso acaecido al propio Luis Jacolliot, quien a pesar
de haber vivido durante
veinte años en la India, y a pesar de conocer a fondo al país y su
lengua, fué arrollado por
aquel Max Müller, cuyo pie jamás hollase el suelo indostánico.
Meros niños de pecho son los
pueblos más antiguos de Europa respecto de las tribus
asiáticas, especialmente las
de la India, y ante las gloriosas genealogías de los rajputs
resultan de ayer las más
antiguas noblezas europeas. Ellas constituyen al par los anales
más veraces y antiguos de
todos los pueblos, al decir del coronel Tod, quien hubo de
estudiar durante más de
cuatro lustros aquellas genealogías. Datan ellas, en efecto, de
mil a dos mil doscientos años
antes de Cristo, y sus frecuentes referencias a autores
griegos testimonian su
autenticidad. Tras larga y esmeradísima compulsa de las
inscripciones epigráficas,
con el texto de los Purânas, dicho autor formuló la conclusión
de que los archivos de
Oodeypore (ahora inaccesibles al público), y sin necesidad de
otras fuentes de estudio,
constituyen la clave, tanto para la historia de la India en
particular, como para toda la
historia del mundo. Por supuesto que el coronel Tod cuida
muy bien de aconsejar, a
diferencia de tantos arqueólogos charlatanes que ignoran lo
que es la India, que no se
tome la historia de Rama, de Krishna y de los cinco hermanos
Pandúes del Mahâbhârata, como
meras alegorías poéticas. Antes al contrario, quien
medite atentamente acerca de
estas pretendidas leyendas, se convencerá de que sus
fábulas no son sino vivos recuerdos históricos, ya que las
comprueban los propios
descendientes de estos
héroes, sus tribus, sus ciudades antiguas y sus monedas. Nadie
puede aventurarse a juzgar,
en definitiva, sin haber consultado como aquél las
inscripciones de las columnas
de Purag, de Mevar y de Inda–Prestha, las de las rocas de
Junagur, Bijoli, Aravuri y
demás antiquísimos templos jainos, esparcidos por la India, y
donde aparecen epigrafías
numerosas en lengua hoy completamente desconocida y en
comparación de la cual son
meros juegos de niños los jeroglíficos egipcios.
No obstante todo esto, el
profesor Max–Müller, quien, como va dicho, jamás estuvo en
la India, se erigió en juez
del asunto y adulteró las tablas cronológicas, a su gusto, para
que Europa luego, tomándole
como un oráculo, siguiese al pie de la letra sus falsas
conclusiones. ¡Así se
escribe la Historia en nuestros días!
No puedo resistir a la
tentación de demostrar, aunque sólo sea a mis lectores rusos, en
cuán débiles bases están
apoyadas las conclusiones cronológicas del venerable
sanscritista alemán y cuán
poca confianza merece cuando se pronuncia en contra de la
antigüedad de este o del otro
manuscrito. Páginas estas nuestras de índole ligera y
descriptivas, no pueden tener,
como tales, pretensiones de erudición, por lo que acaso
lleguen a parecer
incongruentes. Pero no hay que olvidar que en Rusia, igual que en
otros países de Europa, la
gente estima el valor de cualquier lumbrera filológica al tenor
de los puntos de admiración
que le prodiguen sus admiradores y que no se conoce allí
por nadie el famoso Veda–Brashya
del swani Dayanand. Hasta se ignorará acaso la
existencia de tal obra, cosa
afortunada por la reputación científica del profesor
Max–Müller. Diré, pues, brevemente
que cuando éste declara en su Sahitya–Grantha
que los arioindos adquirieron
la noción de la Divinidad muy lentamente, es evidente que
intenta demostrarnos que los Vedas
están muy lejos de contar con una antigüedad tan
grande, como la que les
asignan algunos de sus colegas universitarios. Después de
aducir algunos razonamientos
en pro de su teoría, termina con un hecho que deputa
como indiscutible. Señala, en
efecto, la palabra hiranya–garbha de los mantrams, que él
traduce por la palabra oro,
y añade que, como aquella parte de los Vedas llamada.Por las Grutas y
Selvas del Indostán
50
chanda, apareció hace unos tres mil cien años, la otra parte
consagrada a los mantrams
no puede datar de antes de
unos dos mil novecientos años. Conviene advertir que los
Vedas están divididos en dos partes: los chandas,
slokas o versos, y los mantrams de
oraciones rítmicas a manera
de himnos, que se emplearon además en las operaciones de
la buena Magia. Ahora bien,
el profesor Max–Müller analiza el mantrams de “Agnihi
Poorwebhihi” tanto
filosófica, como cronológicamente, y tropezando en él con la
palabra hiranya–garbha la
califica como un anacronismo. “Los antiguos no conocían el
oro –dice–, y, por tanto, si
el oro es mencionado en este mantram, se debe sin duda a
una interpolación ulterior,
relativamente moderna”.
Pero en este punto comete un
crasísimo error el ilustre sanscritista. El mismo swami
Dayanand y otros pandits o
doctores que distan mucho de ser amigos de Dayanand,
sostiene que el profesor ha
interpretado erróneamente aquel término. Hiranya, ahora ni
nunca ha significado oro cuando
va unido a la palabra garbha, pues entonces no debe
traducirse sino por luz
divina; conocimiento místico, de manera semejante a como los
alquimistas solían emplear la
frase de oro sublimado, en vez de la de luz, cuando
trataban de obtener el metal
puro con sus rayos. Los dos vocablos de hiranya y garbha,
cuando van unidos, significan
literalmente, pues, el seno radiante, y al ser usados en los
Vedas, se aplican al Primer Principio, en cuyo seno yace
permanentemente la luz del
divino Conocimiento; la
suprema Verdad, la Esencia del alma humana, purificada de
todos sus pecados, al modo de
como yace la pepita de oro en el seno de la tierra.
Hay que mirar siempre en los mantrams
un doble sentido: el literal o material y el
puramente abstracto o
metafísico, ya que todo cuanto existe en la tierra se halla
íntimamente ligado con el
mundo espiritual, del que no es sino una reflexión grosera;
procediendo de él y siendo en
él reabsorbido. Indra, el dios del trueno, por ejemplo;
Surya, el dios del Sol; Vayú,
el del viento, y Agni, el del fuego, dependen todos de
aquel Principio Primero, y
parten, según el mantrams, del radiante seno de luz o
hiranyagarbha. Los dioses en tal concepto no son sino los Poderes de
la Naturaleza, y
los Adeptos o Iniciados de la
India saben bien que el dios Indra no es sino el mero
sonido producido por las
descargas eléctricas, o más bien la misma electricidad. Surya,
a su vez, no es el dios del
Sol, sino más bien el ígneo centro de nuestro sistema: la
Esencia de donde proceden el
fuego, la luz, el calor, etc., o sea la cosa misma, que
ningún hombre de ciencia
europea, desde Tyndall hasta Schröpfer, no han podido
definir todavía. Tamaña
significación oculta pasó inadvertida para Max–Müller, quien,
por apegarse siempre a la
letra muerta, vese forzado a cortar el nudo de Gordio, que no
puede desatar. ¿Cómo se le
puede permitir entonces que dicte fallo acerca de la
antigüedad de los Vedas,
cuando tan pobremente interpreta estos antiquísimos
documentos?
Tal expone, al menos,
Dayanand, y a él y a su Rig–Veda Bhashya Bhoomika deben
dirigirse para más amplia
información.
Todos, menos yo, dormían
pesadamente en torno del fuego, sin cuidarse lo más
mínimo del vocerío de la
feria ni del prolongado rugir de los tigres del valle, ni siquiera
de las oraciones salmodiadas
por los peregrinos que iban y venían durante la noche,
cruzando a obscuras y sin
temor alguno aquel mismo sendero que tanta zozobra nos
produjese a nosotros de día.
Venían en grupos de dos o de tres individuos, y a veces,
hasta cruzaba una mujer sin
acompañante alguno. Como nosotros ocupábamos la.Por las Grutas y Selvas del
Indostán
51
entrada del vihâra grande,
después de regruñir un tanto penetraban por una de las
pequeñas cuevas laterales
semejante a un templete con la estatua de Devaki–Mata,
alzándose sobre un pilón.
Cada peregrino se prosternaba unos instantes, colocaba su
ofrenda a los pies de la
diosa, humedecía su frente, mejillas y pecho con el agua de la
pila, o bien se bañaba en
ella, y, en fin, se retiraba sin volver la espalda, arrodillándose
por última vez en la puerta y
desaparecía en la obscuridad balbuceando su postrer
plegaria: ¡Mata, Maha–mata!
(¡Madre, madre excelsa!)
Dos de los criados de
Gulab–Sing, encargados de hacer la centinela contra las fieras,
se hallaban sentados en las
gradas del atrio con sus clásicas lanzas y pieles de león o
tigre. Como no podía
conciliar el sueño, observaba con curiosidad creciente cuanto en
nuestro derredor acaecía. El
takur tampoco dormía, y siempre que entreabría mis ojos,
abrumados por el sopor, veía
destacarse, en primer término de aquel cuadro, la silueta
gigante de nuestro misterioso
amigo.
Hallábase el rajput sentado,
según la costumbre oriental, rodeando con sus brazos sus
rodillas, sobre un banco
tallado en la roca a un extremo de la terraza, con la mirada fija
en la diáfana atmósfera. Tan
al borde se hallaba del abismo, que al más ligero
movimiento podía ponerle en
gran peligro. Pero la misma Bhavani, la de la estatua de
granito, estaba más inmóvil
que él. Era entonces tan intensa la luz de la luna que, por
contraste, la negra sombra
producida por la roca que le cobijaba se hacía doblemente
impenetrable y velaba su cara
con la majestad de las tinieblas. De vez en cuando el
fulgor del amortiguado fuego
se avivaba un instante, y al reflejar sobre la silueta aquélla
podía distinguir sus
hieráticos perfiles bronceados, y sus brillantes ojos, tan inmóviles
como el resto de su persona.
–¿En qué pensará? ¿Duerme tan
sólo o se encuentra en ese extraño estado, en que toda
la vida corporal parece
temporalmente detenida? Precisamente nos había relatado
aquella misma mañana, cómo
los rajayoguis iniciados podían sumirse a voluntad en este
estado… ¡O si, al menos, yo
pudiera dormir!
De repente di un salto,
excitada por los recuerdos de las cobras, al escuchar a mi lado
mismo un largo y agudo
silbido. El estridente sonido databa del propio heno sobre el
que reposaba. ¡Luego se
repitió una y hasta dos veces… ¡Era nuestro reloj–despertador
americano que siempre viajaba
conmigo! No pude menos de sentirme avergonzada de
mi puerilidad.
Pero ni el silbido, ni el
sonoro campanilleo del despertador, ni mi repentino
movimiento que habla obligado
a Miss X… a levantar su soñolienta cabeza, sacaron a
Gulab–Sing de su
impasibilidad sobre el borde del precipicio. Transcurrió así otra
media hora. Aún se oía el
lejano rumor de la fiesta y todo en derredor mío yacía
silencioso y tranquilo; pero
el sueño huía más cada vez de mí. A poco se levantó el
viento fresco que precede al
amanecer, agitando los arbustos y árboles del abismo, y mi
atención se fijaba
alternativamente en el grupo formado por los tres rajputs, amo y
criados, que delante tenía,
y, sin saber por qué, fijé la vista en los largos cabellos de los
criados que flotaban al
viento, aunque el sitio estaba resguardado. Al contemplar en
seguida al takur, la sangre
se me heló en las venas. Mientras el turbante de uno de
aquellos flotaba a impulsos
del viento, la cabellera del Sahib, en cambio, permanecía tan
inmóvil como si estuviese
pegado sobre sus espaldas. No se movía ni un solo cabello, ni
un pliegue tan solo de su
fino vestido de muselina..Por las Grutas y Selvas del Indostán
52
–¿Qué significa esto? –me
pregunté a mí misma llena de curiosidad–. ¿Soy víctima de
una alucinación o de una
realidad inexplicable y maravillosa? Cerré los ojos para no ver
más; pero un instante después
volví a abrirlos sobresaltada ante cierto ruido alarmante
que acababa de sentir hacia
las gradas de entrada. La larga y obscura silueta de una fiera
aparecía contorneada sobre el
pálido ambiente exterior. Vi sus medrosos perfiles, su
larga cola que azotaba sus
ijares, y vi también que los criados se levantaban tan veloces
como silenciosos, mirando a
Gulah–Sing como para pedirle órdenes. Pero, ¿dónde
estaba Gulab–Sing? En el
sitio de un momento antes nadie había. Sólo se percibía el
topi o turbante agitado por
el viento. Me levanté de un salto, al par que un rugido
ensordecedor retumbó por todo
el vihâra cual un trueno. ¡Cielos, un tigre!
Antes de que la impresión
tomase clara forma en mi mente, todos cuantos dormían se
levantaron de un salto; los
hombres empuñaron sus revólveres y carabinas, y un crujido
como de ramas rotas, aunado
al ruido que hiciese al caer un cuerpo pesado hacia el
fondo del precipicio.
–¿Qué pasa? –dijo
tranquilamente, en medio de la alarma general, la voz de
Gulab–Sing, a quien veía de
nuevo sentado sobre el banco de piedra–. ¿Por qué
alarmarse tanto?
–¡Un tigre! ¿No era un tigre?
–gritaron atropelladamente europeos e hindúes, salvo
Miss X…, que temblaba como si
tuviese fiebre.
–Tigre o lo que fuera poco
nos importa ya, pues lo que fuese yace exánime en el fondo
del abismo– contestó
bostezando el rajput.
–No sé cómo el Gobierno no
hace acabar con tan horribles animales –decía sollozando
la infeliz Miss X…. quien,
sin duda, creía a pies juntos en la omnipotencia del Poder
Ejecutivo.
–Mas, ¿cómo os habéis podido
librar del de las rayas? –insistía, confuso el Coronel–.
¿Habéis disparado algún tiro
que, sin embargo, no hemos oído?
–Vosotros, los europeos, os
imagináis que un tiro es, si no el único, el mejor
expediente al menos para
librarse de las fieras; pero nosotros poseemos contra ellas
otros medios más eficaces, a
veces, que los fusiles mismos –dijo el babú
Narendro–Das–Sen–. Esperad a
llegar a Bengala, que allí tendréis sobrada ocasión de
trabar conocimiento con los
señores tigres.
Empezaba a clarear el día, y
Gulab–Sing nos propuso el descender para examinar las
cuevas restantes y las ruinas
de una fortaleza, antes que el Sol calentase con exceso. A
las tres y media nos
dirigimos al valle por otro camino más practicable, sin que esta vez
nos acaeciese aventura
alguna. El maharatti nos abandonó sin decirnos dónde iba.
-------Cardiff Theosophical Society in Wales-------
206 Newport Road, Cardiff, Wales, UK. CF24-1DL
--------------------Visitamos
así la derruida fortaleza de
Logarh, conquistada por Sivaji a los mogoles en
1670, y los restos de la sala
donde la viuda de Nana Farnavese, so pretexto de
protectorado inglés fué
mantenida de hecho como prisionera del general Wellesley en
1804, con una pensión de
12.000 rupias. De allí nos dirigimos a la aldea de Vargaon,.Por las Grutas y
Selvas del Indostán
53
aún muy rica y antaño
fortificada. Allí pasaríamos las horas más calurosas del día, de
nueve de la mañana a cuatro
de la tarde, para ir después a los históricos hipogeos de
Birsa y Badjab, a unas tres
millas de Karli.
A cosa de las dos, cuando a
pesar de nuestros enormes abanicos echábamos pestes
contra el calor, apareció
nuestro amigo el brahmán de Mahratta, a quien creíamos
extraviado. Le acompañaban
media docena de decanies, o naturales del Decan, y
avanzaba con lentitud,
sentado casi en las orejas del caballo, que relinchaba con
poquísimas ganas de andar. Cuando
llegó a la terraza y echó pie a tierra, supimos la
verdadera causa de su
desaparición. Atravesado en el arzón de la silla traía el cadáver de
un enorme tigre, cuya cola
arrastraba por el polvo. Aún mostraba llena de sangre su
entreabierta boca. QuitáronIo
de la silla y le depositaron al pie de los escalones de la
entrada.
¿Sería el tigre aquél que nos
visitara la noche anterior? Miré a Gulab–Sing, que
reposaba en un rincón sobre
su manta, con la cabeza apoyada en la mano y leyendo.
Frunció apenas el entrecejo,
pero nada dijo. El brahmán portador del tigre permanecía
silencioso también,
inspeccionando no sé qué clase de preparativos como para una
solemnidad, exigida por las
creencias de aquellas supersticiosas gentes.
Un poco pelo cortado de la
piel de todo tigre que no ha caído por baja ni cuchillo, sino
por la mera palabra del
Maestro, es considerado como el mejor de los talismanes contra
toda la felina raza.
–Esta es una oportunidad
rarísima –explicó el maharatti–, porque rara vez se encuentra
un hombre que posea la tal
palabra. Los yoguis y sâddhus no matan, generalmente, a las
fieras, creyendo reprensible
la destrucción de cualquier ser viviente, aunque sea la de
una cobra o de un tigre,
cuidando, tan sólo, de apartarse de los animales dañinos. En la
India no existe, pues, más
que una Fraternidad, cuyos individuos poseen todos los
secretos y nada existe oculto
para ellos en la Naturaleza entera. A la vista teníamos un
tigre cuyo cuerpo evidenciaba
que no había sido muerto por otra arma que la palabra de
Gulab–Sing. Le encontré sin
dificultad entre la maleza, por bajo, exactamente, de
nuestro vihâra, y de la roca
desde la cual rodase el tigre ya muerto y sepan que los tigres
jamás dan paso en falso. Así,
pues, Gulab–Sing, yo os saludo: ¡Sois todo un raja–yogui!
–terminó el orgulloso
brahmán, postrándose de hinojos ante el takur.
–¡Dejaos de vanas palabras,
Krishna Rao –interrumpió Gulab–Sing–, levantaos y no
hagáis el papel de un mísero
shûdra!
–Os obedezco, Sahib, pero
perdonadme, porque confío en mi propio juicio. Ningún
raja–yogui, por otra parte,
ha declarado jamás sus relaciones con la Fraternidad, desde el
día en que el monte Abu vino
a la existencia.
Luego, el brahmán comenzó a
distribuir porciones del pelo del tigre. Nadie pronunció
palabra y yo miré con
curiosidad a todos mis compañeros de viaje. El Coronel,
presidente de nuestra
Sociedad, estaba sentado, con la mirada baja y
extraordinariamente pálido.
Su secretario, Mr. Y…, echado de espaldas, aceptó
silenciosamente su porción de
pelo y lo guardó en su bolsa. En cuanto a los hindúes,
todos rodeaban al tigre, y el
singalés trazaba misteriosos signos en la frente del animal,
mientras Gulab–Sing, como si
nada fuese con él, continuaba su lectura..Por las Grutas y Selvas del Indostán
54
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--------------------El
hipogeo de Birza, a seis
millas de Vargaon, aparece tallado bajo el mismo plan que
el de Karli. El techo
abovedado del templo se apoya sobre 26 columnas de 18 pies de
altura, y el pórtico sobre
cuatro columnas de 24 pies, con imafrontes formados por
grupos de caballos, elefantes
y bueyes de la más refinada belleza. La llamada Cámara
de Iniciación es un espacioso recinto de planta oval, con columnata
y 11 celdas muy
hondas excavadas en la roca.
Las cuevas de Bajah son las más admirables y antiguas de
todas. Aun se ven en ellas
inscripciones que demuestran que todos estos templos fueron
excavados por los jainas, más
bien que por los buddhistas. Los actuales buddhistas sólo
admiten a un Buddha, o sea a
Gautama, príncipe de Kapilavastu, seis siglos antes de la
Era Cristiana, mientras que
los jainas reconocen a Buddha en cada uno de sus 34
Instructores Divinos o
Tirthankaras, el último de los cuales fué el Gurú o Maestro de
Gautama. Semejante diferencia
entre unos y otros es muy embarazosa cuando se trata de
hacer conjeturas acerca de la
filiación de este o aquel vihâra o chailya, porque conviene
saber que la antigüedad de la
secta Jaina se pierde en la más remota e insondable
antigüedad, y, por tanto, el
nombre de Buddha que aparece repetido en las inscripciones,
igual puede atribuirse al
último y propiamente dichos, que al primero de la serie de ellos
que data, según la genealogía
de Tod, de dos mil doscientos años antes de Cristo.
Una de las inscripciones de
la cueva de Baira, por ejemplo, esculpida en caracteres
cuneiformes dice así: “Ex
voto del asceta de Nassk, al santo, al celeste y divino Buddha,
sin pecado”. Otra, que
campea sobre una celda, añade: “Humilde ofrenda al Celestial; al
bien amado cuerpo físico,
fruto del Manú, aquí siempre presente”. No hay que añadir
que de aquí suele deducirse
el carácter del hipogeo como si, en efecto, perteneciese a los
brahmanes que creen en Manú.
Dos más dicen: “Homenaje al purificado Saka–Saka”.
“Ofrenda del vehículo de
Radha (la esposa de Krishna, símbolo de toda perfección), a
Sugata, el que partió para
siempre”. Sugata es también otro de los nombres de Buddha.
¡Nueva contradicción!
En aquellos alrededores de Vargaón,
fué donde los anahrattis cogieron prisionero al
capitán Vaughan, a su esposa
y a su hermano y los ahorcaron, después de la batalla de
Khirki.
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--------------------A
la siguiente mañana marchamos
a Chinchor, o Chinchud, como se le llama en el
país. Es una miniatura del
L’hassa del Tíbet, porque así como el Buddha encarna
sucesivamente en cada
Dalai–Lama, aquí, asimismo, Shiva, su padre celeste, le permite
a su vez encarnar en el hijo
mayor de determinada familia brahmánica. Hay un templo
suntuoso en el cual los
Sucesivos avatares de Gumpati han vivido y sido adorados
durante más de doscientos
años. Narremos lo que allí acaeció..Por las Grutas y Selvas del Indostán
55
Hace unos doscientos
cincuenta años que a un pobre matrimonio brahmán, el dios de
la Sabiduría le prometió en
sueños que encarnaría en su hijo primogénito. El muchacho
que nació, en efecto, fué
llamado Maroba, que es uno de los muchos títulos del Dios.
Maroba, creció, se casó, y
tuvo varios hijos, tras lo cual el dios le ordenó que renunciase
al mundo y fuera a terminar
su vida en el desierto. Allí ya, durante veintidós años, según
la leyenda cuenta, Maroba
realizó infinitos milagros, aumentando su fama cada día. El
asceta vivía en un rincón de
la selva impenetrable que cubría a Chinchud en aquellos
tiempos. Gumpati se le tornó
a mostrar de nuevo y prometió seguir encarnando en su
descendencia durante siete
generaciones, después de lo cual sus milagros ya no tuvieron
límites y la gente acabó por
rendirle culto y edificarle un templo suntuoso.
Últimamente Maroba ordenó a
su pueblo que le enterrasen vivo, en cuclillas y con un
libro en la mano, y que no
volviesen a abrir su sepultura so pena de toda su ira y
maldición. Después del
entierro de Maroba, Gumpati encarnó en su Primogénito, quien,
a su vez, dió principio a una
vida de portentos. Así, pues, el divino Maroba I fue
reemplazado por el divino
Chintamán I. Este último dios tuvo ocho esposas y ocho
hijos; y las prodigiosas
habilidades de Narayán I, el mayor de estos hijos, fueron tan
sonadas que su fama llegó a
oídos del emperador Alamgir, quien trató de comprobar el
alcance de su divinización
o poderes. Al efecto, Alamgir, a guisa de presente, le hizo
enviar un pedazo de cola de
una vaca envuelta en riquísimas telas. Es sabido que para
un hindú el tocar tan sólo la
cola de una vaca muerta es la mayor de las degradaciones;
pero Narayán, al recibirla,
roció el paquete con agua, y así que le desenvolvieron
hallaron un precioso
ramillete de syringas blancas en lugar de la impía cola. Semejante
metamorfosis asombró tanto al
soberano que regaló al dios Narayán I ocho aldeas. Estas
riquezas pasaron después a
Chintamán–Deo II, cuyo heredero fué Dharmadhar y,
finalmente, a Narayán II.
Este, al violar el sepulcro de Maroba atrajo la maldición sobre
su cabeza, razón por la cual
su hijo, el último de esta dinastía de dioses, ha de morir sin
sucesión.
Cuando nosotros vimos a este
último avatar de Gumpati era ya un anciano de noventa
años, sentado en una especie
de plataforma. Su cabeza apenas se sostenía, y sus ojos, de
estúpida mirada, no nos veía
ya, gracias al uso continuo del opio. Multitud de piedras
preciosas brillaban en su
cuello, orejas y dedos de manos y pies, y en torno suyo se
amontonaban numerosas
ofrendas. Para podernos acercar a semejante reliquia, que se
desmoronaba, se nos había
obligado a descalzarnos.
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--------------------Tornamos
a Bombay aquella tarde para
salir dos días después a nuestro viaje al
noroeste, porque teníamos que
ver a Nissit, una de las pocas ciudades mencionadas por
los historiadores griegos,
sus hipogeos y la torre de Rama, y visitar a Allabad, la antigua
Prayâga, metrópoli de la
dinastía lunar, que se alza en la confluencia del Ganges y del
Jumna, a Benarés, la ciudad
de los cinco mil templos y otros tantos monos; a Cawnpur,
célebre por la sangrienta
venganza de Nana Sahib. Teníamos que ver asimismo los
restos de la Ciudad del Sol,
destruída hace seis mil años, según los cómputos de
Colebrooke; a Agra y a Delhi;
explorar luego el Rajistán, con sus mil castillos takures,.Por las Grutas y
Selvas del Indostán
56
leyendas y ruinas; a Labore,
la metrópoli del Penjab, y, en fin, detenernos algún tiempo
en Amritsar, en cuyo Templo
de Oro, construido en el centro del Lago de la
¡mortalidad, había de verificarse la primera reunión de los
miembros de nuestra
Sociedad: brahmanes, buddhistas,
sikhs, etc., representantes de las mil y una sectas de la
India, que, en mayor o menor
grado, simpatizaban con la idea de la Fraternidad
Humana, que constituye el
lema de nuestra Sociedad Teosófica..IV
GLORIAS QUE FUERON
enarés Prayâga–hoy Allabad–, Nassik,
Hurdwar, Bhadrinath y Matura, eran los
lugares sagrados de la India
prehistórica que sucesivamente íbamos a recorrer,
pero no visitándolos al modo
de los turistas, esto es, a vista de pájaro, con una
guía barata en fa mano y un cicerone
que fatigue nuestras piernas y abrume
nuestro cerebro. Sabíamos muy
bien que estos antiguos lugares rebosan de tradiciones
que se hallan cubiertas por
la mala hierba de la fantasía popular, como las ruinas de un
antiguo castillo se cubren de
hiedra, sepultándose bajo el follaje de estas plantas
parásitas hasta el punto de
que es casi imposible para el arqueólogo el formarse idea de
la arquitectura del edificio,
antaño perfecto, y los meros montones informes de
escombros que le desfiguran,
como lo es para nosotros el separar entre el caos de las
leyendas, el trigo de la
verdad de la cizaña ulterior. Ni guías, ni cicerones podían sernos
útiles, pues para lo único
que podían servirnos era para señalarnos aquellos sitios donde
se alzara antaño una
fortaleza, un templo, una selva sagrada o una ciudad famosa, y
repetirnos luego las leyendas
creadas en las últimas épocas bajo la dominación
musulmana. La verdad, sin
desnaturalizar, la historia auténtica de cada, lugar de
importancia, nos era preciso
el buscarla por nosotros mismos, mediante nuestro propio
esfuerzo.
La India moderna no es hoy ni
una pálida sombra de lo que fué, no ya en la época
anticristiana, sino ni
siquiera en el Indostán de los días de Akbar, Aurunzeb y
Shah–Jehan. Las vecindades de
las poblaciones arrasadas por las guerras y las
aniquiladas aldeas aparecen
sembradas de guijarros rojizos y redondos, como lágrimas
sangrientas petrificadas. Al
aproximarse a la poterna de alguna fortaleza antigua no se
tiene que pisar por entre
guijas naturales, sino sobre los dispersos fragmentos de granito
antiguo, bajo cuyas
sedimentaciones yacen muchas veces las ruinas de una tercera
ciudad todavía más antigua.
Los musulmanes construían de ordinario sus ciudades sobre
los restos de las que habían
tomado por asalto, y las han asignado denominaciones
modernas. Los nombres de
estas últimas ciudades suelen mencionarse en las leyendas,
mientras que los de sus
ciudades antecesoras habían ya desparecido de la memoria de
las gentes aun antes de la
invasión musulmana. ¿Llegará un día en que sean sacados a
luz tamaños secretos de los
siglos?
Sabiendo de antemano todas
estas cosas, resolvimos armarnos de paciencia, aunque
nos fuera preciso dedicar
años enteros a explorar idénticos sitios, para tener una mejor
información histórica y
hechos menos desfigurados que los esclarecidos por nuestros
antecesores que se habrían
tenido que conformar con una escogida colección de
ingenuas mentiras escapadas
de labios de algún semisalvaje aterrorizado, o de algún
brahmán más deseoso de
desfigurar la verdad que de hablar nada. En cuanto atañía a
nosotros, la cosa variaba,
porque estábamos ayudados por toda una agrupación de
hindúes ilustrados,
profundamente interesados en el asunto. Habíasenos prometido,
B.Por las Grutas y Selvas del
Indostán
58
además, la revelación de
algunos secretos y la traducción exacta de crónicas antiguas,
salvadas de la destrucción
por verdadero milagro.
La historia de la India se
borró, tiempo hace, de la memoria de sus hijos, y es aún un
misterio para sus
conquistadores, aunque indudablemente exista en manuscritos que se
ocultan con cuidado a los
europeos. Tal se ha demostrado, a juzgar por algunas palabras
harto significativas
pronunciadas por brahmanes en las raras veces de amistosas
expansiones. Así cuenta el
coronel Tod, tantas veces citado, que hubo de decírselo un
Mahant, jefe de cierta
antiquísima pagoda–monasterio:
–Sahib, perdéis el tiempo en
vanas investigaciones. Es cierto que la India bellati, o de
los extranjeros, la tenéis a
la vista; pero jamás alcanzaréis a conocer a la India gupta u
oculta. Nosotros, guardianes
celosos de sus misterios, antes de revelar los secretos de
ésta, nos cortaríamos la
lengua.
Tod consiguió, no obstante,
averiguar no poco. Jamás inglés alguno fué mejor mirado
por los naturales que este
antiguo y esforzado amigo del Maharana de Oodeypur, quien
siempre se mostró bondadoso y
justiciero con ellos, hasta con el más humilde. Su obra,
escrita con anterioridad al
poderoso desarrollo de la etnología, es todavía un
monumento en lo que al
Rajistán se refiere. Pese a la modesta opinión que el autor tuvo
siempre de ella, pues la
calificaba de simple acopio de materiales para la labor de
historiadores futuros,
hállanse en el libro multitud de cosas en las que no soñó jamás
funcionario civil alguno de
la metrópoli.
Dejemos a nuestros amigos que
se sonrían con incredulidad; perdonemos también a
nuestros enemigos en que
desprecien nuestra pretensión de “penetrar en los misterios
del mundo de la Aryavarth”,
según las frases de cierto crítico. Por contraria que nos sea
la opinión de los críticos, y
aun en el caso de que no resulten más dignos de asenso
nuestros asertos que los de
Fergusson, Wilson, Wheeler y demás arqueólogos y
sanscritistas que se han
ocupado de la India, no por eso los creo indemostrables, aunque
se nos suele decir que a
guisa de insensatos chiquillos, emprendemos una labor frente a
la que retrocedieran
aterrados docenas de historiadores y filólogos ayudados
espléndidamente por el dinero
y la influencia del Gobierno, mientras que nosotros nos
empeñamos en una tarea que ha
resultado superior a las fuerzas de toda una sociedad,
como la Sociedad Real
Asiática.
Pasé. No pocos recuerdan, sin
embargo, que no hace muchos años, un pobre húngaro,
casi un mendigo, se dirigió a
pie al Tíbet atravesando países tan desconocidos como
peligrosos, impulsado tan
sólo por el ardiente anhelo de hacer luz acerca de los orígenes
de su nación. Su viaje dió
por resultado el descubrimiento de una verdadera mina de
tesoros literarios; y la
Filología, que se habla debatido en las verdaderas tinieblas
cimerianas de un laberinto
etimológico, y que estaba a punto de lanzar al mundo
científico una de las más
peregrinas teorías, tropezó repentinamente con el verdadero
hilo de Ariadna, pues que
dicha ciencia descubrió, por fin, que la lengua sánscrita, si no
el antepasado, es –usando la expresión de Max–Müller– el hermano
mayor de todas las
lenguas clásicas. Gracias al
celo y pericia de Alejandro Csoma de Körös, el Tíbet nos
entregó una lengua que nos
era totalmente desconocida. Él la asimiló, en gran parte,
analizándola; y de sus
traducciones han surgido las demostraciones siguientes: primera,
que los originales del Zend–Avesta,
las Sagradas Escrituras de los adoradores del Sol, la
Tripitaka buddhista y el Aytareya–Brahmana fueron
escritos todos en la primitiva.Por las Grutas y Selvas del Indostán
59
lengua sánscrita; segunda,
que las lenguas zenda, nepalesa y sánscrito–brahmánica
moderna, no son, más o menos,
sino formas dialectales de la primera; tercera, que el
antiguo sánscrito es el
origen de todas la lenguas indoeuropeas menos antiguas, así
como de las lenguas y
dialectos europeos modernos; cuarta, que las tres principales
religiones paganas,
zoroastrismo, brahmanismo y buddismo, no son sino meras herejías
de las puras enseñanzas
monoteístas de los Vedas, cosa que no por eso les priva de su
carácter de verdaderas
religiones antiguas, no de pretendidas falsificaciones modernas.
El resultado de todo esto es
notorio: Un infeliz viajero, sin dinero ni protección alguna,
consiguió ser admitido en las
lamiserías del Tíbet y que allí le diesen a conocer la
literatura sagrada de las
solitarias gentes que por aquellos lugares habitan, sin duda
porque a mogoles y tibetanos
los trató como a verdaderos hermanos suyos, no como a
una raza inferior, proeza,
¡ay!, reservada tan sólo a los llamados hombres científicos.
Uno siente vergüenza hasta de
la Humanidad y de la ciencia cuando recuerda que aquel
hombre singular, que trajo la
semilla para una tan óptima cosecha, continuó siendo, casi
hasta el día de su muerte, un
trabajador pobre y obscurecido. De regreso de su viaje al
Tíbet, llegó a Calcuta sin un
céntimo en el bolsillo, y sólo empezó a ser conocido su
nombre y a pronunciarse con
veneración citando agonizaba en uno de los lugares más
miserables de Calcuta. Muy
enfermo ya, quiso volver al Tíbet, y salió de nuevo a pie a
través de la región de
Sikkhim; pero sucumbió en el camino, y fué enterrado en
Darhjeeling.
Nuestra pretensión, además,
sabemos bien que es imposible encuadrarla en el formato
y condiciones de meros
artículos periodísticos, y por ello aspiramos no más que a poner
la primera piedra de un
edificio cuya sucesiva construcción está encomendada a las
generaciones futuras. El
combatir con fruto las falsas teorías acumuladas por dos
generaciones de
orientalistas, precisaría medio siglo de asidua labor, porque para
reemplazar dichas teorías por
otras nuevas necesitamos aducir nuevos hechos en su
contra, fundados, no ya en
cronologías y testimonios adulterados de brahmanes
embusteros, cual acaeciese
por desgracia con Luis Jacolliot y con el teniente Willord,
sino en pruebas abrumadoras
que han de suministrar inscripciones no descifradas aún.
La clave de éstas no la
poseen los europeos, pues, según antes he dicho, yace atesorada
en manuscritos tan viejos
como las inscripciones mismas, y que se hallan fuera del
alcance de las gentes; aun
dado caso que se confirmasen nuestras esperanzas y
obtuviésemos dicha clave,
otra nueva dificultad se alzaría ante nosotros; es, a saber, la
de que tendríamos que
emprender, página tras página, una refutación sistemática de los
numerosos volúmenes de hipótesis
publicados por la Real Sociedad Asiática. Tamaña
labor sólo podría ser llevada
a cabo por una docena de sanscritistas incansables tras
ímprobo esfuerzo, y estos
sanscritistas son más raros en la India que los elefantes
blancos. Gracias a donaciones
particulares, se han abierto, sin embargo, ya dos escuelas
libres de sánscrito y de
pali; una en Bombay, por la Sociedad Teosófica, y otra en
Benarés, bajo la presidencia
del sabio Rama–Mishra–Shastri. En el año actual 1882, la
Sociedad Teosófica cuenta ya
con catorce escuelas entre las de Ceylán y las de la India.
Con las cabezas llenas de tan
interesantes pensamientos, nuestra comitiva, compuesta
por un americano, tres
europeos y tres indígenas, ocupamos todo un departamento del
gran ferrocarril Peninsular
de la India, camino de Nassik, una de las ciudades más
antiguas del país, como ya
dije, y la más sagrada de todas a los ojos de los moradores de
la Presidencia Occidental.
Nassik proviene de la palabra sánscrita nassika o nariz. Una.Por las
Grutas y Selvas del Indostán
60
leyenda épica asegura que en
aquel sitio, Lakshman, el hermano mayor del divino rey
Rama, cortó las narices a la
gigantona Sarpnaka, hermana de aquel Ravana que robase a
Sita, la Elena troyana de los
hindúes.
El tren se detiene a unas
seis millas de la ciudad, por manera que fué preciso acabar
nuestro viaje en seis dorados
carros de dos ruedas llamados ekkas y tirados por bueyes.
Era la una de la mañana; pero
no obstante la obscuridad de la hora, los dorados cuernos
de los bueyes estaban
cubiertos por guirnaldas de flores, y en sus patas llevaban sonoras
campanillas metálicas.
Teníamos que recorrer grandes hondonadas llenas de maleza,
donde, según se apresuraron a
decirnos nuestros conductores, campan por sus respetos
los tigres y otros solitarios
cuadrúpedos. No tuvimos, sin embargo, ocasión propicia
para trabar conocimiento con
los tigres; pero si pudimos gozar del concierto que nos
diera una familia entera de
hambrientos chacales que seguían nuestros pasos
coreándolos con salvajes
aullidos. Estos animales son muy molestos; pero tan cobardes,
que aun siendo suficientes
ellos para devorarnos, no sólo a nosotros, sino hasta a los
bueyes de cuernos dorados,
ninguno se atrevió a aproximársenos. Cada vez que el largo
látigo que empleábamos contra
las serpientes caía sobre el lomo de uno de ellos, la
borda entera huía produciendo
una algarabía imposible. Los conductores, por su parte,
no perdonaron ni una sola de
sus supersticiosas precauciones contra los tigres, así que
cantaban mantrams en coro,
esparcían betel en el sendero en honor de los Rajás del
bosque, y al final de cada
canción hacían arrodillarse a los bueyes e inclinar sus testuces
en homenaje a los dioses
mayores. Con estas ceremonias, el ekka, que es como una
cáscara de nuez, amenazaba
derribarnos sobre los bueyes. De tan agradable manera
hicimos nuestro recorrido de
cinco horas bajo un cielo negrísimo, y llegamos a las seis
de la mañana a nuestro
alojamiento.
El carácter sagrado de
Nassik, no se debe, empero, al mutilado tronco de la giganta,
sino a su situación a orillas
del río Godavari y muy cerca ya de sus fuentes, río,
denominado Ganga (o Ganges)
por sus naturales, sin que sepamos la razón. La ciudad
debe probablemente a este
nombre mágico sus magníficos e innumerables templos y el
ser residencia de la selecta
clase de brahmanes que habitan en las orillas del río. Hay
peregrinaciones dos veces por
año y en ellas el número de peregrinos suele exceder
mucho a los treinta y cinco
mil habitantes de la población. Las casas de los brahmanes
acomodados, que se alzan a
derecha e izquierda del camino desde el centro de la ciudad
al río, son tan pintorescas
como sucias, y todo un bosque de estrechas pagodas de forma
piramidal orlan las márgenes
del río, pagodas alzadas sobre las ruinas de los templos
que destruyese antaño el
fanatismo musulmán. La leyenda nos enseña que aquéllas
provienen de las cenizas de
la cola de Hanumân, el dios–mono, cuando el perverso
Râvana se la untó cruel con
betún y le prendió fuego. Hanumân, al verse ya perdido, dió
un salto por los aires,
retornando a Nassik su patria querida.
De aquel noble adorno trasero
del dios–mono, así quemado durante el viaje por los
aires, no quedaron más que
cenizas, pero de cada sacratísimo átomo de ellas, al caer al
suelo, hubo de surgir un
templo… Diríase, en efecto, al contemplar desde la altura las
innumerables pagodas, que
ellas habían sido esparcidas a puñados desde el cielo. No ya
las orillas del río y sus
alrededores, sino los más pequeños islotes; la roca más ínfima
que aflora en las aguas,
tiene su templete, sin que haya uno de ellos que no tenga su
peculiar leyenda, con tantas
versiones como brahmanes la refieren, en espera del óbolo
correspondiente..Por las
Grutas y Selvas del Indostán
61
Los brahmanes de Nassik, como
los de toda la India, están divididos en dos sectas: la
una que adora a Vishnú, y la
otra a Shiva, y entre ambos existe una guerra secular.
Aunque la comarca del Godovari
haya sido cuna de Hanumân y teatro de las primeras
proezas de Rama, que fué una
de las encarnaciones del Vishnú, hay en ella tantos o más
templos de Shiva que de este
último. Las pagodas shivaíticas están construidas con
negro basalto, mas como el
negro es el color distintivo de los vaishnavas o adoradores
de Vishnú, como recuerdo de
la quemada cola de Hanumân, surge de ello la manzana de
la discordia, por sostener
éstos que los shivaitas no tienen derecho a emplear en sus
pagodas piedras con tal
color. Infinitos fueron, por tanto, los pleitos que tuvieron que
fallar los ingleses, desde el
primer día de su dominación entre las dos sectas rivales y,
gracias a esta fatídica cola,
toda sentencia era apelada de un tribunal para otro, como si
ella fuese por sí sola el
verdadero deus ex machina de los brahmanes de Nassik, y hanse
emborronado a propósito de
tan ruidoso apéndice más resmas de papel que en la
querella celebérrima acerca
del ganso sagrado entre el Ivan Ivanitch y el Ivan
Nikiphoritch rusos, y se ha derramado
más tinta y más bilis que todo ha existido en
Mirgorod desde la creación
del universo. El puerco que con tantísimo acierto decidiese
la famosa querella de Gogol,
habría sido una inapreciable dicha para Nassik, al acabar
con su eterna disputa. Además,
si el tal puerco viniese de Rusia, nada podría hacer, pues
tan luego como llegase sería
detenido como espía ruso.
En Nassik se muestra al
viajero el baño de Rama y las cenizas de los brahmanes
verdaderamente piadosos, son
aquí traídas de los lugares más remotos para ser arrojados
en el Godavari y que se
mezclen eternamente con las aguas del sagrado Ganges. En
cierto antiguo manuscrito de
uno de los generales de Rama, que sin saber por qué no es
mencionado en el Râmâyana,
señala al río Godavari como frontera separadora de
Ayodya o Ude, el imperio de
Rama y de Lanka o Ceilán, el imperio de Râvana. Allí fué,
en efecto, según canta el Ramayana,
el lugar preciso donde Rama, cazador, levantó un
hermoso antílope, cuya piel
trató de regalar a Sita, su esposa; pero al perseguir al ágil
cuadrúpedo, violó la frontera
y penetró indebidamente en el territorio de su vecino.
No cabe duda alguna que Rama,
Râvana y hasta el mismo Hanumân, promovido por
alguna razón misteriosa a la
categoría de simio, son personajes auténticos que en algún
tiempo tuvieron existencia
real. Desde hace unos cincuenta años se viene sospechando
vagamente que los brahmanes
atesoran sobre ello inapreciables manuscritos, uno de los
cuales se ocupa de la época
prehistórica en que los arios invadieron por vez primera el
país y comenzaron una
inacabable lucha con los obscuros aborígenes de la India del
Sur, pero jamás el fanatismo
indhú ha permitido al Gobierno inglés el comprobar tan
interesantes particulares.
Lo más notable de Nassik son
sus célebres hipogeos a cinco millas de la población, y
me hallaba bien distante de
pensar, al partir para dicho sitio, en que una cola, y no la de
Hanumân, había de representar
un salvador papel evitándome, si no la muerte, al menos
unas serias contusiones.
Veamos lo acaecido.
Para escalar la elevada
montaña alquilamos elefantes; la mejor pareja de ellos que
había en el país, pues su
dueño, nos aseguró que el propio Príncipe de Gales había
cabalgado en sus lomos,
encontrándolos excelentes. El alquiler de ellos, durante todo el
día, sería de dos rupias por
elefante. Bien pronto nuestros compañeros hindúes,
habituados desde niños a
tales cabalgaduras, saltaron con agilidad sobre sus lomos.Por las Grutas y
Selvas del Indostán
62
cubriéndolos como moscas, sin
preferir éste ni aquel sido de su dorso, sosteniéndose no
tanto por cuerdas, cuanto por
los dedos de sus manos y pies, y ofreciendo un
espectáculo de perfecta
comodidad. A nosotros los europeos se nos reservó la elefanta
por ser más mansa. Los
degenerados y jóvenes elefantes que suelen exhibirse en los
circos da Europa no son ni la
sombra del colosal tamaño de aquellas nobles bestias.
Sobre el lomo de la elefanta
nos habían puesto dos bancos pequeños con asientos en
declive, y el conductor o mahout
se situó entre las dos oreja del animal, mientras que
nosotros considerábamos con
tanta extrañeza como desconfianza los comodísimos
asientos que se nos habían
preparado. Cuando el conductor ordenó a la elefanta que se
arrodillase para que
montásemos, confieso ingenuamente que se me puso “carne de
gallina”. Nuestra
elefanta respondía al poético nombre de Chanchuli Peri, o el Hada
solicita, y era, en verdad, el más obediente y alegre
individuo de los de su especie.
Cogidos unos con otros, dimos
la señal de marcha, y el conductor aguijoneó al animal
en su oreja derecha,
haciéndole levantarse por sus patas delanteras, con cuyo
movimiento dimos un bandazo
hacia atrás, que al punto fué seguido por otro hacia
adelante al alzarse la
elefanta de sus patas traseras. Ello no fué sino el comienzo de
nuestras desventuras, pues a
los primeros pasos de Peri bazuqueábamos y rodamos en
todas direcciones como
fragmentos palpitantes de jalea.
El viaje paró así en seco, y
recogidos con precipitación del suelo, fuimos vueltos a
colocar en nuestros asientos
respectivos, en cuya tarea Peri al cogernos demostró la
habilidad de su trompa, y la
caravana siguió su itinerario. El solo pensamiento de que
teníamos que recorrer así
nada menos que cinco millas nos acobardaba en tales
términos, que a poco no renunciamos
a la excursión; pero, al fin, rechazamos
indignados la propuesta de
ser atados en nuestros asientos, como indicaban nuestros
camaradas hindúes riendo a
carcajadas… Pronto me arrepentí, sin embargo, de aquel
alarde de vanidad frente a
tan extemporáneo y fantástico medio de locomoción. El
caballo que llevaba nuestras
maletas, trotando al lado de Peri, no parecía sino ínfimo
jumentillo, y a cada vigorosa
zancada de Peri veíamonos forzados a realizar las mayores
proezas acrobáticas,
bazuqueados de aquí para allá con la agitada marcha. Semejante
ejercicio, hecho bajo el sol
más abrasador que darse puede, nos ponía en un estado de
cuerpo y espíritu como entre
el mareo y la pesadilla. Para remate de nuestros goces,
remontábamos un angustioso
sendero tallado sobre un profundo barranco, cuando la
elefanta tropezó, haciéndome
perder el equilibrio, y como iba en el sitio de honor, o sea
en la parte posterior, caí al
suelo como una masa inerte. Habríame despeñado en el
barranco un momento después,
a no ser por el instinto y la maravillosa destreza del
animal, quien, al verme en
tierra, me sujetó con su cola arrodillándose con todo cuidado.
La cola resultaba, sin
embargo, algo la débil para el peso de mi cuerpo, y lastimada la
pobre y generosa bestia
comenzó a lanzar plañideros gemidos, hasta que el conductor
vino en nuestro auxilio.
Presenciamos entonces una
escena que nos patentizó cuán grande es la bajeza, la
grosera astucia y la avaricia
cobarde de un paria, de un proscrito como aquel.
Púsose a examinar con cuidado
la cola de la elefanta, y cuando se disponía a ya a
tornar a subir a su puesto,
tuve la mala ocurrencia de condolerme de ella. Operóse
rápido cambio entonces en la
conducta del hindú. Arrojáse de repente al suelo y se
comenzó a golpear como un
endemoniado, lanzando horribles imprecaciones y
gemidos, repitiendo
constantemente que Mam–Sahib, o sea yo, había causado la pérdida.Por las Grutas
y Selvas del Indostán
63
de la cola a su amada Peri,
quien quedaba ya inutilizada hasta el punto de que su esposo,
el orgulloso elefante
Airavati, el descendiente directo del propio elefante de Indra,
renunciaría de allí para
siempre a su mutilada compañera, por lo cual valía más que ésta
hubiese muerto. A los
consuelos que te prodigaban nuestros compañeros, el proscrito
sólo contestaba con lágrimas
y alaridos. Vano fué que le persuadiésemos de que el
“soberbio Airavati” no
se mostraría quejoso ante tamaña desgracia, pues que frotaba
cariñosmente su trompa sobre
el cuello de Peri y ésta no parecía sentir ya lo más
mínimo del accidente. Todo
resultó inútil, hasta que nuestro Narayán perdió ya la
paciencia y, hombre dotado de
hercúleas fuerzas, acudió a un curioso expediente, que
fué a tirar a distancia una
rupia y asir con la otra del vestido de muselina del mahout
lanzándole tras la moneda.
Éste, sin reparar en su nariz, que sangraba bajo el golpe
sufrido, se abalanzó sobre la
moneda de plata cual bestia salvaje sobre su presa.
Postróse luego una y varias
veces en el polvo haciendo interminables salaams o
zalemas, transformando su
dolor, como por encanto, en la más loca alegría. Dió otro
tirón a la cola de la
elefanta y declaró gozoso que estaba ella sana por completo, gracias
a las oraciones del sahib,
para demostración de lo cual se colgó de la cola hasta que se le
hizo tornar a su puesto.
–Pero, ¿es posible que una
miserable rupia haya operado tamaño mi]agro? –nos
preguntábamos asombrados.
–Es natural vuestra extrañeza
–respondieron nuestros hindúes–. No necesitamos
declararos la vergüenza, el
asco que sentimos ante tamaña bajeza y avaricia. Pero no
olvidéis que este miserable,
que tiene mujer e hijos sin duda, sirve a su amo por doce
meras rupias al año, y que en
lugar de ellas más de una vez no recibe sino una paliza.
Considerad, además, que toda
su raza viene soportando desde hace siglos la
embrutecedora tiranía de los
brahmanes y de los musulmanes fanáticos, quienes
consideran a un hindú al
nivel del reptil más inmundo, y, que aun hoy los ingleses no
los miran mucho mejor, razón
por la cual antes sentiréis compasión que desprecio frente
a semejantes caricaturas de
verdaderos hombres.
La caricatura aquella,
en efecto, se consideró dichosa y sin sentir conciencia alguna
de la humillación sufrida.
Aposentado sobre el espacioso testuz de la elefanta, narrábala
su inesperada riqueza y la
recordaba su divino origen, ordenándola que con su trompa
saludase agradecida a los sahibs.
Peri, que estaba de muy buen humor merced al regalo
que le había hecho de toda
una caña de azúcar, elevó su trompa y nos lanzó juguetones
resoplidos en nuestros
propios rostros.
-------Cardiff Theosophical Society in Wales-------
206 Newport Road, Cardiff, Wales, UK. CF24-1DL
--------------------Entrando
en el hipogeo de Nassik,
dimos al olvido la raquítica India actual, su miseria
cotidiana y sus humillaciones,
tornando a la antigua grande y desconocida India.
Las cuevas principales de
Nassik fueron abiertas en la montaña denominada
Pandú–Sena, y están dotadas
de tradiciones que aluden a los mismos cinco, ¿míticos?,
hermanos constructores de
todos los hipogeos de su clase. Los arqueólogos deputan
unánimemente a este hipogeo
como más importante y grandioso que todos, los de.Por las Grutas y Selvas del
Indostán
64
Elefanta y de Karli juntos,
y, sin embargo, salvo el doctor Wilson, demasiado
precipitado en sus juicios,
ningún arqueólogo se ha atrevido a resolver de plano acerca
de la época a que pertenece,
ni siquiera acerca de cuál de las tres grandes religiones de
la antigüedad profesaron sus
enigmáticos constructores.
Quienes allí tallasen las
cuevas no eran ni de la misma época ni de igual creencia. Lo
primero que salta a la vista
es la rusticidad de la obra primitiva, sus proporciones
ciclópeas y lo deteriorados
que están los relieves de los sólidos muros, mientras que las
esculturas de la cueva principal
del segundo piso están primorosamente talladas y en
excelente conservación. Ello
revela que entre el comienzo y el final de las obras
hubieron de mediar bastantes
siglos. ¿Cuántos fueron éstos? La inscripción sánscrita
que aparece. en el pedestal
de uno de aquellos colosos de piedra, fija en el año 453,
antes de nuestra Era, la
fecha de la edificación. Barth, Stevensos, Gibson, Reeves y
otros sabios occidentales,
desprovistos de los prejuicios que pudieran abrigar acerca del
particular los pandits o
doctores indígenas, deducen, de la conjunción planetaria que
reza en la inscripción dicha
que semejante fecha de construcción igual pudo ser la citada
de 453 que la de 1784, y aun
la de 2640, antes de Cristo, cosa esta última imposible,
dado que Buddha y los
monasterios buddhistas se mencionan en ella.
“¡Al Perfecto, al Altísimo!
–rezan las frases más salientes de dicha inscripción–. El
hijo del rey Kshaparota,
señor de la tribu de los Kshatriyas y Gobernador de Dinik; el
protector, brillante como la
aurora, ha sacrificado aquí cien mil vacas de las que pastan
a orillas del río Bansa; y
como constructor, ha hecho aquí, en esta santa mansión, lugar
donde toda pasión cesa, su
ofrenda de oro. Ningún sitio del mundo es más risueño y
deleitoso que este de junto
al río, ni en Gaya, la ciudad sagrada; ni en la excelsa
montaña de Dashatura; ni en
Prabhâsa, donde millares de brahmanes se congregan; ni
en la ciudad de Patisraya, el
monasterio buddhista; ni siquiera en el edificio construido
por Depanakara a orillas del mar.
Este es el lugar donde son otorgados los dones más
preciosos y que tan saludable
resulta para los ascetas. Una segura barca fué también
instalada por aquel que
estableció los pasajes diarios y gratuitos de una a otra orilla. Él
construyó asimismo la hospedería,
la fuente pública, el león de oro en el peligroso paso
de esta puerta de Govardhana,
el otro león del vado del río y el de Ramartirtha. El
ansioso rebaño, aquí halla
siempre almacenado, por la munificencia del generoso
donante, más de cien clases
de henos y miles de raíces de la montaña. Esta segunda
cueva excavada fué por orden
de la misma generosa persona en la luminosa montaña del
Govardhana, cuando el Sol,
Rahú y Shukra estaban juntos en la plenitud de su camino.
Indra, Yama y Lakhsmî, después
de colmarlos de bendiciones, tornaron a sus carros
triunfales por el ámbito del
firmamento, gracias a los mantrams sagrados. Luego que
ellos hubieron así partido,
cayó un fuerte aguacero… etc”.
Rahú y Kehetti son las estrellas fijas que forman la
cabeza y la cola de la constelación
del dragón; Shukra, es
Venus, y Lakhsmî, Indra y Yama representan, respectivamente, a
las constelaciones zodiacales
de Virgo, Acuario y Tauro, que están consagradas a estas
tres deidades entre las doce
del Zodíaco.
Las primeras cuevas aparecen
excavadas en un cerrete cónico y a unos 280 pies de la
base de éste. En la más
principal de entre ellas hay tres estatuas de Buddha, y en las
laterales un lingham y dos
ídolos jainos. En la cueva de más arriba vese la efigie de
Dhasma–Rajá o Indhostira, el
mayor de los hermanos pandús, cuyo templo se ve.Por las Grutas y Selvas del
Indostán
65
también entre Pent y Nassík.
Hállase por allí asimismo una enorme estatua de Buddha
reclinada en el suelo, y otra
del mismo tamaño rodeada de columnas con capiteles,
figurando diversos animales.
No lejos hay un verdadero laberinto de vihâras para los
ermitaños buddhistas. Vense,
pues, mezclados en dicho sitio todas las épocas, sectas y
estilos, cual los árboles de
cien distintas clases en la espesura de una selva virgen.
No deja de ser harto extraña
la circunstancia de que todos los hipogeos de la India se
hallen cobijados por cónicas
rocas y montañas, cual si sus constructores hubiesen
buscado de intento a
semejantes pirámides naturales. Semejante peculiaridad, que ya
tuve ocasión de observar en
Karli, es exclusiva de la India. ¿Se trata, pues, de una mera
coincidencia, u obedece ello
a una exigencia arquitectónica del remoto pasado aquel? Y
en tal supuesto, ¿quiénes son
los originales y quiénes los imitadores: los constructores
de las pirámides de Egipto, o
esotros arquitectos de los hipogeos indostánicos? Lo
mismo en los hipogeos que en
las cuevas, todo aparece sometido a la más rigurosa
exactitud geométrica. En
entrambos casos las entradas se abren en la base, pero siempre
a cierta altura sobre el
exterior. Por otra parte, nadie ignora que no es la Naturaleza la
que copia del arte, sino que
el arte trata siempre de reproducir esta o la otra forma dalas
que nos muestra la
Naturaleza, y si expresadas semejanzas entre los respectivos
simbolismos de la India y el
Egipto no son sino meras coincidencias casuales, hay que
reconocer que son ellas
demasiado chocantes por lo extraordinarias. Es indudable que el
Egipto ha tomado infinitas
cosas de la India y que los pocos hechos que acerca de los
remotos Faraones ha podido
descubrir nuestra ciencia, lejos de contradecir tal teoría
proclaman que la India fué la
cuna de la egipcia raza. Allá en la remota antigüedad
Kalluka–Bhatta escribió, en
efecto: “Durante el reinado de Visvamitra, primer rey de la
estirpe de Soma–Vansha, tras
cinco días de sangrienta batalla, Manú–Vena, el heredero
de tantos reyes gloriosos,
fué abandonado por los brahmanes y tuvo que emigrar con sus
gentes, atravesando la Arya y
la Barria para llegar, al fin, a las orillas de Masra …”
Conviene no olvidar que Arya
es la Persia o el Irán, y que Barria es el más antiguo
nombre de la Arabia, mientras
que Masra es uno de los primitivos nombres del Cairo,
desfigurado, por los
musulmanes en el de Misro o Musr.
Kalluka–Bhatta es un cronista
antiguo, y los sanscritistas que discuten acerca de la
época en que escribiese,
creen que ésta fluctúa entre el año 2000 antes de nuestra Era y
el reinado de Akbar, que fué
contemporáneo de Juan el Temerario y de Isabel de
Inglaterra. Ante tamaña
incertidumbre de opiniones, pudiera rechazarse el testimonio de
Kalluka–Bhatta; pero aun en
el peor caso, tenemos en nuestro favor la opinión de un
autor moderno que ha
estudiado durante toda su vida el Egipto en Egipto, no sin salir en
su vida de Berlín o de
Londres, como tantos otros, descifrando las inscripciones de los
sarcófagos y papirus más
antiguos. Se trata de Henry Brugsch Bey, cuando dice:
“ … Lo, repito, mi convicción
firmísima es la de que los egipcios vinieron de Asia mucho
antes del período llamado
histórico y después de atravesar la península del Sinaí, ese puente
de todas las naciones,
encontraron su nueva patria en las orillas del sagrado Nilo”.
Otra inscripción en cierta
roca de Hamemat, añade que Sankara, el postrer Faraón de
la undécima dinastía, “fué
enviado a Punt para traer en su buque gomas aromáticas de
las que se recogen por los
príncipes del país rojo”. Comentándola, por su parte, Brugsch
Bey, nos enseña que “con el
nombre de Punt designaban los habitantes de Chemi a un.Por las Grutas y Selvas
del Indostán
66
remoto país, rodeado por un
gran océano, con valles y montañas numerosas y con gran
riqueza en ébano y otras
maderas raras, piedras y metales preciosos y poblado de fieras,
jirafas y enormes monos”.
El nombre del mono en Egipto era kaff o kaffi, que es el
hebreo koff y el
sanscritánico kapi.
Punt, a los ojos de los
antiguos egipcios, era una tierra sagrada, ya que Punt o
Pa–nuter era la tierra original de los dioses, quienes la
abandonaron bajo la jefatura de
A–mon –¿el Manú–Vena de Kalluka–Bhatta?– y de Hor y Hater,
que después se
aposentaron en la tierra
Chemi, o sea en el Egipto.
Hanumân, el dios mono del
Mahâbhârata, tiene un gran aire de familia con los
cinocéfalos egipcios, y es
idéntico también el emblema de Osiris y de Shiva. ¡Vivir para
ver!, que dice el proverbio.
Nuestro regreso resultó muy
agradable, porque ya nos habíamos habituado a los
movimientos de la elefanta
Peri y nos sentíamos sobre ella hasta unos jinetes de primera
fuerza. Sin embargo, en toda
una semana más tarde no nos permitieron movernos las
agujetas..V
LA CIUDAD DE LOS MUERTOS
i se nos pusiera en el duro
trance de quedar ciegos o de quedar sordos, de cada
diez personas, nueve
preferirían la sordera a la ceguera, y quien haya tenido la
dicha de contemplar extasiado
cualquiera de esos mil rincones fantásticos que
atesora la India, esos sus
palacios de mármol y esos cual los de los cuentos de
hadas, aun añadiría a la
sordera la parálisis de entre ambas piernas más bien que carecer
de la dicha que supone el
contemplar semejantes maravillas.
Cuéntase de Saadi, el gran
poeta, que se quejaba amargamente contra la indiferencia
con que sus amigos le
escuchaban ponderar la hermosura de su amada: “–¡Si tuvieseis la
dicha de haber conocido como
yo su belleza prodigiosa, entonces si que alcanzaríais a
comprender mis versos!”.
Hago mías, pues, respecto de
mi India, las ponderaciones del enamorado poeta, pero
temo al par que mis
constantes himnos al sublime país lleguen a fastidiar a mis lectores
tanto y más que lo que aquel
vate fatigaba a sus amigos. Mas, ¿qué puede hacer el pobre
cronista, cuando a diario
descubre nuevos y más peregrinos encantos en semejante país?
Hasta las más negras tintas
de sus cuadros, esos aspectos inmorales, abyectos, que a
veces nos horrorizan en la
India, están saturados de una poesía selvática y de una
originalidad como no es dable
hallar en parte alguna. Frecuente es, por demás, el que un
europeo, novel en aquellas
cosas, sienta repugnancia ante muchas de las características
de su vida diaria, pero hay
que confesar que ellas nos suelen fascinar u ora nos
emocionan cual espectros de
pesadilla. Nosotros, no hay que decir que en nuestros
viajes, lejos de las vías
férreas y de todos los demás elementos de la civilización
europea, hubimos de pasar
también por nuestras pruebas correspondientes, porque esta
nuestra civilización sienta a
la vieja India como un sombrero de moda a una persona
medio desnuda, verdadera
“hija del Sol”, de los tiempos de Pizarro.
Vagamos todo aquel día a
través de selvas y de ríos, ínfimas aldeas y derruidas
fortalezas, viajando en toda
clase de vehículos, caballos, palanquines, carros de bueyes
y de elefantes, por los
caminos que median entre las comarcas de Nassik y de
Jubblepore. Llegada la noche,
acampábamos donde ella nos sorprendía,
convenciéndonos de que el
hombre puede soportar los más duros y peligrosos climas,
por la mera fuerza de la
costumbre. Asombraba a cualquiera, por ejemplo, el ver a
nuestro babú bengalés caminar
a caballo millas y más millas bajo los abrasadores rayos
del sol, con su cabeza sin
otro abrigo que su espesa cabellera, en medio del día, cuando
nosotros, gente blanca,
estábamos a punto de caer desmayados, a pesar de los topis, de
grueso corcho, de los
turbantes de muselina y de otras defensas utilizadas también por
nuestros otros acompañantes
indígenas. Decididamente, el sol carecía de toda fuerza al
caer sobre el duro cráneo de
un bengalés, quienes le recubren sólo en las ocasiones
S.Por las Grutas y Selvas del
Indostán
68
solemnes de bodas u otras
festividades. Sus turbantes, en todo otro caso son tan inútiles,
como las flores en los
cabellos de las damas europeas.
Los babúes bengaleses nacen
candidatos a burócratas. Los juzgados, ferrocarriles,
correos y telégrafos están siempre
invadidos por ellos. Envueltos en sus togas viriles de
muselina blanca, con la
pierna desnuda hasta la rodilla y descubierta la cabeza, se
pavonean, vanidosos, por los
andenes de las estaciones o a la entrada de las oficinas,
mirando con olímpicos desdenes
a los maharattis, siempre pagados de sus pendientes,
sortijas y dijes. A
diferencia de otros hindúes, no se pintan las frentes con las señales de
su secta y sólo alguna rara
vez se les ve con costosos collares al cuello. Pese a sus
muelles hábitos de vida, los
maharattis constituyen la tribu más valiente de toda la
India, según tienen
acreditado en sus seculares luchas; pero Bengala, en cambio, no ha
producido un solo guerrero de
entre sus sesenta y cinco millones de habitantes. No hay
ni un bengalés en todo el
ejército colonial, hecho extraño que me resistí a creer hasta
que no lo vi confirmado por
el testimonio de muchos oficiales ingleses y por aquellos
mismos. A pesar de ello, no
son nada cobardes. Es cierto que las gentes pudientes de su
raza viven una vida regalona;
pero sus zemindras o aldeanos son gentes esforzadas, sin
disputa. Desarmados hoy todos
por el Gobierno británico, saben afrontar, sin embargo,
al tigre armados con una
simple maza, con idéntica sangre fría que si se defendiesen con
fusiles o espadas.
Cruzamos durante aquellos
días multitud de solitarias selvas y senderos abandonados,
donde jamás hollara la planta
de europeo alguno. Gulab–Sing se hallaba lejos de
nosotros; pero nos acompañaba
uno de sus más fieles domésticos, y la excelente
acogida que se nos deparaba
doquiera no era debida sino a la magia de su nombre. Así,
aunque los míseros aldeanos
cerrasen sus puertas aterrados, al columbrarnos, los
brahmanes, en cambio, se
deshacían en obsequios con nosotros.
Los panoramas de las
proximidades de Kandesh, en el camino de Talhner a Mhau, son
en extremo pintorescos. En
ellos, sin embargo, tiene tanta parte el arte como la
naturaleza, especialmente
gracias a los cementerios musulmanes. En la actualidad todos
están más o menos abandonados
y ruinosos, merced al crecimiento de la población
hindú y a haber desaparecido
ya los señores feudales musulmanes, amos en un tiempo
de la India entera. Hoy el
musulmán tiene que soportar en el país más humillaciones que
los propios hindúes, pero han
dejado ellos tras de sí bastantes recuerdos, el principal el
de los cementerios. La
fidelidad y respeto de los musulmanes hacia sus muertos es uno
de los rasgos más
conmovedores de su carácter. Su amor hacia los que se han marchado
es siempre más expresivo que
el que sintieran hacia ellos en vida, y se concentra casi
por entero en sus moradas
mortuorias. Todo lo que tiene de carnal y grosero el paraíso
mahometano, otro tanto tienen
de poéticos sus cementerios. Pasarse pueden muy gratas
horas en esos jardines
deliciosos, orlados de blanquísimos mausoleos cubiertos de rosas
y jazmines que remedan ser
sus turbantes con avenidas de místicos cipreses, Con mucha
frecuencia nos solíamos
detener en ellos para comer y dormir. Inmediato a Talhner
alzase un extraño cementerio.
Vese en él, entre múltiples y bien conservados sepulcros,
el regio de la familia de
Kiladar, ahorcado en la torre de la ciudad por orden del general
Hislop en 1818. Otros cuatro
mausoleos eran singularmente notables, en especial uno, el
más célebre de toda la India:
un blanquísimo monumento octogonal de mármol con
esculturas como no las tiene
el propio Père Lachaisse, de París. La inscripción parsi de
su zócalo reza que en él se
gastaron cien mil rupias. De día, su nítida blancura se.Por las Grutas y Selvas
del Indostán
69
destaca gallarda en el
purísimo azul del firmamento. De noche, a los argentados rayos
de la luna de la India, es
aún más fantástico y grandioso. Diríase que su cumbre está
nevada y sus gallardas
líneas, destacándose sobre el fondo obscuro del ramaje, remeda
una aparición nocturna en la
mortuoria mansión.
Al lado de dichos cementerios
musulmanes están los ghâts indostánicos, emplazados
generalmente junto a las
márgenes de los ríos. Hay, en efecto, algo de grandioso en el
ritual de la incineración de
los cadáveres y el curioso que la presencia no puede menos
de sentirse impresionado ante
la profunda filosofía que se desprende de semejante
costumbre. Al cabo de una
hora de incineración no queda del finado sino mísero,
puñado de ceniza que el
brahmán oficiante esparce al punto a los vientos sobre el río.
Así resultan en breve
devueltas a los cuatro elementos las cenizas de aquel conjunto
corpóreo que antaño vivió,
experimentó amores y odios, placeres y dolores; devueltas,
digo, a la Tierra, que
le nutrió durante tanto tiempo; al Fuego, emblema de la pureza,
que acaba de devorar sus
restos mortales para que, libre y purificado el espíritu, pueda
remontar hacia más excelsos
mundos, existencia post–mortem en la que cada pecado es
un obstáculo terrible hacia
el Moksha, o cielo, mansión de la suprema dicha. Es
devuelta, en fin, la ceniza
de aquel cuerpo al Aire, que respiraba y le mantenía, y al
Agua, que habiéndole lavado en tiempos física y
moralmente, transformado ya en polvo,
recibíale ahora en su seno.
El calificativo de puras,
refiriéndose a las aguas del río, sólo puede entenderse dentro
del sentido metafórico del
mantram porque, de ordinario, los ríos de la India, sin excluir
al sacratísimo Ganges, son
terriblemente sucios, en especial a su paso por aldeas y
ciudades. En sus aguas unos
doscientos millones de personas se limpian diariamente de
la transpiración de sus
tropicales sudores y de otras infinitas porquerías. Además, los
cadáveres de los que no
merecen el honor de ser incinerados son arrojados a los ríos, y
su número es realmente
enorme, pues comprende a todos los shûdras, parias y demás
proscriptos, amén de los
mismos niños brahmanes de menos de tres años.
Sólo los nobles y los ricos
son enterrados con pompa. Para ellos únicamente se
encienden las piras de madera
de sándalo después de puesto el sol; para ellos se cantan
los mantrams y se invoca a
los dioses. Pero los shudras no deben escuchar de ningún
modo las divinas palabras
dictadas por los cuatro Rishis a Veda–Vyasa, el sabio de la
Alyavasta, desde el principio
del mundo. No hay piras ni oraciones para ellos, y así
como durante su vida no pudo
el shûdra ni aproximarse menos de siete pasos a la
pagoda, después de su muerte
jamás puede ser parangonado con aquellos brahmanes
“dos veces nacidos”.
Arden las piras y sus
llamaradas se extienden como serpientes de fuego a lo largo de la
ribera. Extrañas siluetas de
obscuro contorno agítanse silenciosamente entre las llamas.
Ora alzan ellas sus brazos al
cielo como si rezasen, ora añaden combustible a la hoguera
hurgándola con largas
horquillas de hierro. Las llamas decaen poco a poco,
serpenteando saturadas de
grasa humana derretida y lanzando a la altura una lluvia de
chispas que se pierden
instantáneamente en nubes de densas humaredas.
Tal acontece en la orilla
derecha del río. En la izquierda, por el contrario, el panorama
es muy otro. Cuando, al
llegar las primeras horas matutinas; cuando los rojos fuegos se
han extinguido, disipado las
negras humaredas saturadas de malos olores de carne
quemada, gracias al viento
fresco de la mañana, y las figuras macilentas de los faquires.Por las Grutas y
Selvas del Indostán
70
se han retirado; en una
palabra, cuando en la orilla derecha se restablece la quietud y el
silencio, hasta su siguiente
despertar a la noche inmediata, procesiones harto diferentes
de aquéllas comienzan a
aparecer por la orilla izquierda. Son masas de hombres y
mujeres hindúes formando las
más tristes y silenciosas comitivas, que sosegadamente se
acercan al río, como que ni
lloran, ni tienen rito alguno que ejecutar. Detrás de todos
caminan dos hombres,
conduciendo un objeto largo y delgado envuelto en un harapo
rojo. Es el cadáver de uno de
aquellos desgraciados, a quien cogiéndole por cabeza y
pies bien pronto lanzan a las
amarillentas y sucias aguas del río. El choque es tan
violento, que el rojo pingajo
se despliega, dejando ver el rostro de una joven pintado de
verde obscuro, y que en el
acto se sumerge en las ondas sagradas. Seguidamente se
adelanta otro grupo formado
por un anciano y dos mujeres jóvenes. Una de éstas, que es
una pequeña y delgada rapaza
de diez años, solloza amargamente. es la madre de un
niño mudo de nacimiento, cuyo
cuerpo van a arrojar al río. Su débil lamento resuena
tristemente en la orilla, y
sus temblorosos brazos carecen de fuerzas para alzar al
pequeño cadáver, que más que
de un niño parece de un negruzco gatito. El viejo trata de
consolarla, y cogiendo el
cuerpo de la criatura se introduce con él en las aguas y lo lanza
al río. Tras él entran también
las dos mujeres y se sumergen siete veces para purificarse
por haber tocado a un cadáver
y tornan a sus tugurios chorreando. Bandadas de buitres,
cuervos y otras aves de
rapiña se agolpan río abajo para devorar los cadáveres. En
ocasiones, un esqueleto a
medio mondar tropieza remansado entre las cañas, y allí
permanece semanas enteras,
hasta que un proscrito, cuya misión es la de ocuparse de
menester tan repugnante, lo
advierte, y cogiéndole por los ijares con su largo gancho lo
devuelve a las aguas del río.
Abandonemos ya estos tristes
parajes, donde, a pesar de la temprana hora, el calor se
hace irresistible. Demos un
adiós al acuático cementerio de los desheredados, cuyo
espectáculo es insoportable
por lo desgarrador y repugnante a ojos de europeos, y
dejemos libre vuelo a nuestra
imaginación para que ella nos traslade a los apacibles
camposantos de las aldeas,
donde no hay mausoleos de mármol coronados de turbantes,
ni piras de madera de
sándalo, ni ningún sucio río como mansión de reposo; pero donde
las humildes cruces de
madera, en cambio, se pierden entre los abedules. ¡Cuán
apaciblemente reposan
nuestros queridos difuntos bajo la verde hierba! Si es cierto que
ninguno de ellos alcanzó
quizá a ver estas gigantescas palmeras, estas pagodas y
palacios suntuosos
recubiertos de oro, lirios del valle y tímidas violetas perfumadas
orlan sus sepulturas, y en
los sauces que sobre ellos tienden sus ramas llorosas gorjean
los ruiseñores en las noches
de primavera. Aquí, ni en las propias arboledas, ni en mi
propio corazón, ningún
ruiseñor canta para mí….
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--------------------A
lo largo de este muro de
rojizas piedras llegamos a una célebre fortaleza, siempre
antaño empapada en sangre y
hoy inofensiva y medio derruida, como tantos y tantos
castillos de la India.
Bandadas de vistosos loros, asustados por nuestros pasos, surgen de
los huecos del viejo muro, y
sus alas resplandecen al sol como voladoras esmeraldas.
Estamos en Chandvad,
territorio de funestos recuerdos para los ingleses, por cuanto en.Por las
Grutas y Selvas del Indostán
71
él, durante la sublevación
Lepoy, los bhils salieron de sus escondites y cayeron cual un
alud, degollándolos.
El Tatva, antigua Geografía
de India en tiempos del rey Azoka, o sea del 250 al 300 de
nuestra Era, nos enseña que
el territorio maharatti se extiende hasta las propias murallas
de Chandor a Chandvad, y que
la comarca de Kandesh comienza allende el río, mas los
ingleses se ríen de Tatva y
de cualquier autoridad por el estilo, y nos quieren hacer creer
que Kandesh comienza sólo al
pie de las colinas de Chandor.
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--------------------Doce
millas al SE. de Chandvad
existe una verdadera cosmópolis de hipogeos,
conocidos por la denominación
de Enkay–Tenkay. Como siempre, la entrada de ellos
está a cien pies de la base,
y es piramidal la forma de la colina. La descripción adecuada
de tales hipogeos se sale de
los límites de estos artículos periodísticos, y sólo diré que
todas sus estatuas,
esculturas e ídolos son atribuidos a ascetas buddhistas de los
primeros siglos subsiguientes
a la muerte del Maestro. Gustosa suscribiría semejante
aserto; mas como de
costumbre, los señores arqueólogos tienen que tropezar con una
dificultad más insuperable
aún que las que de ordinario les ofrezcan los demás templos
del país.
En efecto, en estos hipogeos
hay más ídolos tenidos como del Buddha que en parte
alguna. Ellos cubren la
entrada principal; aparecen alineados en compactas filas a lo
largo de los voladizos;
ocupan las paredes de las celdas; vigilan todas las entradas a
guisa de guardianes
monstruosos y hasta hay dos de ellos asentados en el estanque
principal, donde el agua de
los surtidores no ha operado el más ínfimo desgaste en sus
moles de granito. Algunos de
tales supuestos Buddhas están vestidos y exornados con
pagodas piramidales en la
cabeza; otros están desnudos; ora vense unos en pie, ora
sentados, y los hay de todos
tamaños, desde los más colosales, hasta los más
minúsculos. Todo esto podría
pasar, no obstante, si no mediase el hecho histórico
incontrovertible de que la
reforma de Gautama o de Siddhartha–Buddha, consistió
esencialmente en sus
predicaciones contra la idolatría brahmánica que quiso extirpar de
raíz, y aquella su doctrina,
por tanto, permaneció pura de idolatría de toda clase durante
siglos, hasta que los lamas
del Tíbet, chinos, birmanos y siameses, la desfiguraron y
adulteraron con herejías, y
todo el mundo sabe, en fin, que perseguida por los
brahmanes victoriosos, fué
expulsada de la India, refugiándose en la isla de Ceilán,
donde aún florece cual el
áloe legendario que sólo da flores, se dice, una sola vez en su
vida, antes de morir sus
raíces agotadas por la vigorosa exuberancia de aquella
prodigiosa floración, y que
las semillas que después se desarrollan en dichas flores no
producen sino tallos nocivos.
Además, aunque prescindiésemos de todo esto, hay algo
en la fisonomía, en el tipo
de todos estos pretendidos Buddhas de Enkay–Tenkay,
porque todos ellos, desde el
más chico hasta el mayor, son negros como el ébano, de
achatadas narices; gruesos
labios; pelo crespo, y un ángulo facial de 45 grados tan sólo,
sin que ellos tengan la más
remota semejanza con sus negrísimas facies con los
Buddhas tibetanos y siameses
auténticos, de facciones absolutamente mogolas y de pelo
perfectamente laso y fino.
Semejante tipo africano notorio, no puede menos de.Por las Grutas y Selvas del
Indostán
72
desconcertar a referidos
arqueólogos, quienes cortan a su modo el nudo gordiano, no
haciendo la menor mención de
tales hipogeos, más erizados de dificultades técnicas o
históricas que el propio
Nassik, dificultades tan difíciles de vencer cual la de los persas
en las Termópilas.
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--------------------En
Maleganva y Chikalval
visitamos un templo jaino extraordinariamente notable. En
sus muros exteriores no se
había empleado cemento alguno, y sus enormes sillares
cuadrados estaban con tal
maestría adosados unos a otros que ni la más fina hoja de
cuchillo puede penetrar por
sus junturas. El interior del templo es suntuosísimo.
Al regreso, sin detenernos en
Thalner, seguimos en derechura hacia Ghara, donde nos
fué preciso alquilar
elefantes de nuevo, para recorrer las espléndidas ruinas de Mandú,
la ciudad inexpugnable
antaño, a 20 millas al NO. de aquel sitio. A ella llegarnos pronto
y sin contratiempos, y
menciono este lugar, porque después presencié en sus
alrededores una interesante
escena brujesca del “culto del demonio”.
Mandú se alza en la cúspide
de los Montes Vindhya, a 2.000 pies sobre el nivel del
mar. Malcolm enseña que esta
ciudad se edificó el año 313 de nuestra Era, y que fué
durante siglos la metrópoli
de los rajás hindúes de Dhara. El historiador Ferishatah
señala a Mandú como la
residencia del primer rey de Malva, el Dilivan–Khan–Ghuri,
hacia 1387–1405. La ciudad
fué tomada luego por Bahadur–Shah, rey de Gujérate en
1526; pero Akbar en 1570
recuperóla, según reza la célebre piedra de mármol de sobre
la entrada.
Los indígenas denominan a
esta población la ciudad muerta, y, en efecto, ante su
pavorosa soledad sentimos la
misma sensación desolada que se experimenta la primera
vez que se visita Pompeya.
Todo acusa en Mandú, que fué una de las ciudades más
soberbias de la India; sus
murallas de 37 millas de contorno; sus calles de millas
enteras, exornadas un tiempo
de palacios espléndidos, cuyas columnas y otros dispersos
restos yacen a montones por
el suelo; estanques desecados; escaleras hechas pedazos;
obscuros y frescos
subterráneos, en cuyos recintos lujosas damas pasarían las horas más
calurosas del día; fuentes
sin agua, patios vacíos e innumerables; anchas plataformas de
mármol y arcos derruidos de
pórticos gigantescos. Todo ello aparece cubierto de
maleza, donde tienen sus
guaridas las fieras. Sobre aquel desastre total surgen aquí y allí
algún paredón bien
conservado, pero con sus ventanales vacíos, guarnecidos de hiedra;
ojos sin vista que parecen
mirar con prevención la profana presencia de los visitantes, y
todavía más allá, en el
centro mismo de las ruinas, en el corazón de la muerta urbe, un
verdadero bosque de cipreses,
en el lugar donde antaño pululasen tantos seres humanos
y tantas humanas pasiones.
Todavía en 1570 era
denominada Shadiabad, “la mansión de la dicha”, aquella ciudad
hoy muerta. Adolfo Acuaviva,
Antero de Moncerotti y otros misioneros franciscanos
que fueron en Embajada a Goa
en dicho año, para recabar ciertos privilegios del
Gobierno mogol la describen
varias veces como una de las ciudades más grandes del
mundo, cuyas magníficas vías
y frondosas avenidas eclipsaban a las cortes más.Por las Grutas y Selvas del
Indostán
73
pomposas de la India. Es
verdaderamente increíble el que en tan corto lapso de tiempo
no haya quedado de la
opulenta ciudad piedra sobre piedra, sin que entre sus escombros
encontrásemos casi lugar
despejado para nuestra tienda, hasta que nos vimos precisados
a instalarla en la única casa
que quedara en aceptable estado todavía, o sea en la
plataforma de granito que se
elevara unos 25 pies sobre la plaza de la mezquita–catedral
de Yami–Masjid. La
escalinata, de costosos mármoles, era espaciosa, cual todos los
edificios de la población, y
no estaba mal conservada, pero de la cubierta del templo no
quedaban ni rastros y hubimos
de pernoctar a cielo descubierto.
En derredor de este edificio
corre un peristilo formado por varias filas de gruesas
columnas, que, de lejos,
recuerda a la Acrópolis de Atenas, aunque no tan delicada ni
proporcionada como ella, y
desde la escalinata se veía el mausoleo de Gushanga–Guri,
rey de Malva, cuando la
metrópoli estaba en el apogeo de su grandeza. Este mausoleo es
un edificio de mármol blanco,
ciclópeo y bellísimo, con pórtico de columnas
maravillosamente esculpidas y
un peristilo que daba antes acceso al palacio real, y que
en la actualidad no es sino
un profundo barranco, lleno de fragmentos de sillares y
cubierto por verdes cactus.
En el interior del mausoleo campean en letras de oro,
algunas suras del
Corán y el sarcófago del sultán aún se contempla hacia el centro. No
lejos de aquellos lugares
estuvo el palacio de Baz–Bahadur, que hoy no es ya sino un
informe montón de tierra en
el que crecen grandes árboles.
Empleamos todo el día en la
contemplación de todas estas tristes grandezas perdidas, y
volvimos a nuestro albergue
poco antes de ocultarse el sol, extenuados por la sed y por
el hambre y llevando
triunfalmente en nuestros bastones tres gruesas serpientes que
matamos a nuestro regreso. El
té y la cena nos aguardaban por fortuna, y al llegar
tuvimos la sorpresa de
encontrarnos con tres inesperados visitantes que eran: el patel de
la aldea vecina, funcionario
entre cuestor y juez, y dos zemindares o propietarios que
habían venido a ofrecernos
sus respetos y a invitarnos, en unión de nuestros amigos
hindúes, algunos de los
cuales conocían, para que honrásemos sus viviendas. Al oír de
nuestros labios que nos
proponíamos hacer noche allí, en la ciudad muerta, se quedaron
estupefactos, asegurando que
era una peligrosa empresa de locos, porque dos horas más
tarde, hienas, tigres y otras
fieras saldrían a bandadas de detrás de los muros derruidos.
Eso, sin mencionar centenares
de molestísimos gatos monteses y chacales, quienes, por
lo menos, devorarían a
nuestra recua de elefantes. Así, pues, teníamos que abandonar
aquellas ruinas lo antes
posible y seguir con ellos hasta la aldea vecina, donde
podríamos llegar antes de
media hora, y donde todo estaba dispuesto para recibirnos,
incluso nuestro babú,
impaciente ya ante nuestra tardanza.
Por lo visto, nuestro cauto
amigo, el babú de la siempre descubierta cabeza, se había
marchado hacía tiempo sin
consultarnos, camino de la aldea, donde tenía amigos, sin
duda; pero la tarde estaba
tan suave y nos sentíamos tan a placer en aquellos lugares,
que la idea de desbaratar así
nuestros planes nos contrariaba. Por otro lado, no dejaba de
parecernos imposible el que
aquellas desiertas ruinas, donde durante el día sólo
hablamos encontrado algunas
serpientes, estuviesen llenas de fieras, como nos decían.
Nos sonreímos, pues, ante la
alarma de nuestros visitantes y les dimos las gracias sin
querer aceptar sus ofertas
generosas.
–No –exclamó alarmadísimo el
corpulento patel–, no os atreveréis de ningún modo a
pernoctar aquí. Además, en
caso de accidente, yo sería responsable ante el Gobierno….Por las Grutas y
Selvas del Indostán
74
¿Es posible que os sea
agradable la perspectiva de una noche de angustia, luchando con
los chacales o con cosa peor?
Os figuráis no estar rodeados de fieras, porque ellas no se
muestran antes de anochecer,
pero, si no me queréis creer, fiaos, al menos, del instinto
de vuestros elefantes, que,
tan valientes, sin duda, como vosotros, son por lo que se ve
bastante más razonables.
¡Miradles!
Miramos efectivamente, y
advertimos al punto que nuestros graves y filosóficos
elefantes comenzaban a
observar una conducta harto extraña. Con sus trompas en alto
semejaban otras tantas interrogaciones,
al par que resoplaban y pateaban con muestras
de grandísima inquietud. Un
minuto más tarde, uno de ellos rompió la fuerte maroma
con que estaba atado a un
tronco de columna, dió una rápida vuelta y se puso a palpar
vientos. Era, pues, indudable
que advertía un peligro cercano. El Coronel le miró a
través de sus lentes y silbó
de un modo significativo.
–Bien. ¿Qué vamos, por tanto,
a hacer si nos toca rechazar un asalto de tigre? –dijo.
–¿Qué hacer, en efecto
–pensé–, si no está aquí para protegernos, como antaño, el
takur Gulab–Lal Sing?
Interin, nuestros camaradas
hindúes yacían cómodamente sentados sobre sus tapices, a
la manera oriental,
masticando tranquilos hojas de betel. Al pedirles su opinión se
limitaron a decirnos que no
querían mezclarse en nuestras resoluciones y que harían lo
que gustásemos, pero en lo
que se refiere al elemento europeo no hay que decir que se
sentían ya horrorizados; así
que, cinco minutos después, nos encaramábamos en
nuestros elefantes y un
cuarto de hora más tarde, cuando el sol se ocultaba tras una
montaña y caía casi de
repente esa densa obscuridad que subsigue al cortísimo
crepúsculo de las comarcas
tropicales, pasábamos por la puerta de Akbar y
descendíamos al valle. Pero
no estaríamos a un cuarto de milla de nuestro abandonado
campamento, cuando en el seno
del matorral de cipreses resonaron los agudos aullidos
de los chacales, seguido de
un poderoso rugido que nos era ya harto conocido. No podía
dudarse: los tigres,
chasqueados con nuestra fuga, hacían estremecer aquellos ámbitos, y
un sudor frío, de muerte,
asomó a nuestras frentes, mientras que nuestro elefante,
atropellando por todo, se
lanzó a trote largo. Estábamos ya, sin embargo, fuera de
peligro, en nuestro howdah
fuerte como una ciudadela.
–¡Hemos escapado de buena
–observó el Coronel, mirando desde la ventana del nuevo
alojamiento a una veintena de
servidores del Patel encendiendo a toda prisa sus
antorchas para recibirnos..VI
HOSPITALIDAD BRAHMÁNICA
l cabo de una hora larga
echamos pie a tierra en la entrada de un gran bugalow,
donde nos dió la bienvenida
la rutilante fisonomía de nuestro bengalés, el de la
desnuda cabeza. Una vez que,
fuera de todo peligro, nos vimos reunidos en la
terraza, nos dió cuenta de
que había trazado aquel plan de su pretendida
evasión, porque de antemano
conocía nuestra “terquedad americana”.
–Vamos, pues, a lavarnos las
manos para cenar. ¿No deseaba usted –añadió
dirigiéndose a mí –participar
de una comida puramente hindú? Me aquí la ocasión,
puesto que nuestro huésped es
brahmán y son ustedes los primeros europeos que pisan
en esta parte de su casa,
donde mora su familia.
¿Cómo puede un europeo
concebir un país en el que las acciones más nimias de la
vida diaria estén sujetas
todas a un rito religioso y que no puedan ellas ser ejecutadas
sino al tenor de un minucioso
y rutinario programa?
Pues tal país es la India. En
ésta los momentos más solemnes de la vida, tales como el
nacimiento, la pubertad, el
matrimonio, la paternidad, la vejez, la muerte, y además, los
menesteres más corrientes de
la vida, tales como las abluciones matinales, el vestirse, el
comer y lo que después
sigue, desde el primer vagido de la criatura hasta que ella lanza
el último suspiro, tiene
precisión de ser ejecutado con arreglo al más estricto ritual
brahmánico, bajo pena de ser
expulsado de la casa sacerdotal. Son los brahmanes a la
manera de los músicos de una
orquesta en la que cada instrumento representase a una de
tantas sectas diferentes como
hay en el país. Podrán tales instrumentos variar en timbre
o en naturaleza, pero todos
obedecen ciegamente a una sola batuta. Esta batuta es la Ley
o Código del Manú,
seguida por todos los brahmanes, cualquiera que sea el modo que
tenga su secta respectiva de
interpretar los libros sagrados, y por más hostiles que sean
entre si al enaltecer sus
particulares deidades.
Es, pues, dicho Código el
punto central al que convergen tordos ellos, cual si tuviese
una sola mente; ¡y desdichado
de aquel que con la más pequeña nota discordante
interrumpa el sinfónico acorde!
porque los ancianos consejeros vitalicios de la casta y
las subcastas, que existen en
número indefinido, son unos gobernantes, más que
severos, inexorables. Contra
el fallo de éstos no hay apelación, y la expulsión de un
individuo de la casta
brahmánica es una verdadera calamidad de funestísimas
consecuencias. Ante la
estrecha solidaridad de la casta, el excomulgado es mirado peor
que un leproso cuyo mero
contacto es mortal. Tamaña solidaridad sólo puede
compararse a la que media
entre los discípulos de Loyola. Si los individuos de dos
castas diferentes, por muy
unidos que estén por respeto o amistad, ni pueden casarse
entre sí, ni comer juntos, ni
aceptar recíprocamente ni un vaso de agua u ofrecerse un
hukah, ¿cuáles no serán las restricciones impuestas respecto
a la persona excomulgada?
El desgraciado debe morir
para todo el mundo, incluso para los de su misma familia; y
A.Por las Grutas y Selvas del
Indostán
76
su padre, esposa o hijos
están estrictamente obligados a volverle la espalda, so pena de
ser excomulgados a su vez. Ni
aun esperanza de casarse pueden tener sus hijos o hijas,
por inocentes que se
encuentren en el pecado de su padre.
El hindú debe desaparecer en
absoluto desde el instante en que sobre él cae la
excomunión. No puede beber en
el pozo de la familia ni recibir alimento de su padre ni
de su madre. Ninguno de la
casta puede venderle alimentos ni condimentárselos, y ha de
perecer de hambre o
adquirirlos de las gentes proscriptas o de los europeos, aumentando
así su nefasta contaminación.
Cuando llegó a su apogeo el poder brahmánico hasta se
alentaba contra el
excomulgado a quien quisiera engañarle, robarle o matarle, como
gentes fuera de la ley. Hoy
día está el excomulgado garantido al menos contra este
riesgo, pero todavía el
cuerpo del que así muere impenitente no puede ser quemado en
la pira, ni en sus funerales
se pueden entonar los mantrams purificadores, y será
simplemente echado al río o
dejado podrir entre la maleza cual una bestia.
Semejante fuerza pasiva de la
excomunión la hace aún más formidable, y ni la
educación europea ni la
influencia inglesa ha podido contrariarla. Sólo existe un
remedio para el triste
excomulgado, es a saber: el dar muestras de un sincero
arrepentimiento y someterse a
todo género de humillaciones, incluso a la pérdida total
de sus bienes. Conozco a
varios jóvenes brahmanes quienes, a raíz de haber terminado
con toda brillantez sus
estudios académicos en la metrópoli, al tornar entre los suyos les
ha sido preciso el someterse
a los más humillantes ritos de purificación, tal como el
afeitarse medio bigote y una
ceja; arrastrarse por el polvo en torno de las pagodas y
permanecer agarrado durante
largas horas a la cola de una vaca sagrada, comiendo
finalmente el excremento de
dicha vaca, ceremonia denominada de la Pancha–Gavya, o
sea la de la alimentación con
los cinco productos del animal: leche, nata, manteca, orina
y excremento. El hecho de
cruzar las negras aguas del mar o Kalapani constituye uno de
los más nefandos crímenes, y
quien lo realiza queda manchado para siempre con sólo
poner los pies a bordo del
barco de los bellatis o extranjeros. Un amigo nuestro,
doctorado en Derecho, por
poco no pierde el juicio el sufrir tamañas purificaciones, y
cuando nosotros tratamos de
hacerle notar a él, materialista furibundo, la necedad de
tales prácticas, nos
respondió contristado:
–¡Qué he de hacer! Tengo una
niña de seis y otra de cinco años, y si en todo el año que
viene no encuentro marido
para la mayor, quedará, por vieja, sin casarse, y si doy lugar
a que se me excomulgue de mi
casta, mis dos pobres hijas quedarán deshonradas y
condenadas a la infelicidad
por el resto de sus días. Además, ante tal infamia cayendo
sobre mi, mi anciana madre
moriría de dolor.
–¿Por qué no rompe usted
entonces todo lazo con el Brahmanismo? –continuamos
diciendo al abogado–. ¿Por
qué no se liga con la creciente masa de los culpables del
mismo pecado, o marcha con su
familia a fundar una colonia y entra a formar parte de la
civilización europea?
No era tan fácil, como
parecía, el seguir estos consejos. Cierto mariscal de Napoleón,
es fama que tuvo treinta y
dos razones poderosas para no asaltar una fortaleza: la
primera, el que carecía de
pólvora y balas, siendo innecesario, por consiguiente, el
pararse a enumerar las
treinta y una razones restantes. A la manera del mariscal, la
primera razón de todo hindú
para no hacerse europeo, es la de que con ello no mejoraría
un punto su situación. Aunque alcanzase a ser un nuevo Tyndall, o un político
capaz de.Por las Grutas y Selvas del Indostán
77
eclipsar a Disraeli o a
Bismarck, se encontraría, por decirlo así, como el sepulcro de
Mahoma. ¡Suspendido en el
aire, entre el cielo y la tierra!
Desde luego, sería injusto
culpar de tales obstáculos a la política inglesa, que hace
siempre resistencia a dar
fuerzas a gentes que ser pueden mañana sus enemigos. El
Gobierno no es, pues,
responsable, porque semejante estado de opinión es culpa del
ambiente indostánico; cuanto
al innato desprecio arraigado en el angloindo hacia las
gentes del país, a quienes
considera como a razas inferiores. No hay que añadir, en
efecto, que estas falsas
ideas de superioridad o inferioridad de raza, que se manifiesta a
la menor provocación, juega
un papel más importante aún de lo que se cree en la propia
Inglaterra, y los indígenas
de la India, brahmanes inclusive, no merecen, no, semejante
desprecio que abre un
verdadero abismo entre gobernantes y gobernados, abismo que se
agiganta más y más y que no
podrá hacerse desaparecer en largos siglos.
Insisto sobre el particular
para que el lector se forme clara idea del problema, y no se
extrañe de que el infeliz
hindú prefiera una humillación transitoria con los sufrimientos
físicos y morales de la purificación,
a las consecuencias fatales de un desprecio total y
de por vida. De estos
problemas discutimos con los brahmanes durante las dos horas
que precedieron a la cena.
Comer con extranjeros y
gentes de otras castas, es cosa harto peligrosa, pues, y una
grave falta, sin duda, contra
los preceptos sagrados del Manú. En aquella ocasión
estaba, sin embargo,
disculpada, primero por. que el gigantesco Patel, nuestro anfitrión,
era jefe de la tribu y nadie
podría excomulgarle; segundo, porque antes habla tomado
todas las precauciones
prescriptas para que nuestra presencia no le contaminase.
Librepensador, a su manera, y
gran amigo de Gulab–Lal–Sing, aprovechaba además la
ocasión para hacer patente a
nuestros ojos, cuán hábiles supercherías y estrategias
pueden permitir a un brahmán
listo el eludir impunemente aquella rígida ley, sin
apartarse por eso de su letra
muerta. Por otro lado, nuestro huésped deseaba obtener un
diploma de miembro de nuestra
Sociedad, ya que el cuestor de su distrito estaba afiliado
a ella. Al menos tales fueron
las disculpas que nos explicó nuestro babú, cuando le
hicimos presente nuestro
asombro. Nos dispusimos, por tanto, a sacar el mayor partido
posible de tamaña
oportunidad, y dimos las gracias a la Providencia, que nos la
deparaba.
-------Cardiff Theosophical Society in Wales-------
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--------------------Los
hindúes sólo hacen dos
comidas diarias: una a las diez de la mañana, y otra a las
nueve de la noche. A deshora
no se permite nunca el comer, ni aun a los niños, y sería
grandísimo pecado el hacerlo
sin los previos exorcismos prescriptos. Entre ambas
comidas van acompañadas de
los más complicados ritualismos, y aunque hace años que
millares de hindúes educados
han cesado de creer en la eficacia de tan perniciosas
costumbres, no por eso dejan
a diario de practicarlas.
Nuestro anfitrión
Sham–Rao–Bahunathji estaba orgullosísimo de pertenecer a la
linajuda casta de Patarah
Prabbus. Prabbu significa señor, y dicha casta desciende de los
Kshatriyas, siendo su
fundador, hacia el año 700 de nuestra Era, el gran Ashvapati,.Por las Grutas y
Selvas del Indostán
78
descendiente directo de Rama
y de Prithu, regentes de la India, al decir de las
genealogías locales, durante
los dos yugos denominados el Treta yuga y el Dvapara
yuga, de lo cual no hace
pocos siglos que digamos. La casta de los Patarah Prabhus es la
única de las brahmánicas que
tiene que ejecutar ciertos ritos de puro origen védico,
conocidos por “ritos
Kshastriya”, lo cual no impide que sean Patanes o caídos,
en lugar
de Patares, por culpa
del rey Ashvapati, quien cierto día que estaba distribuyendo dones
entre los anacoretas, se
olvidó desgraciadamente de dar al gran Bhrigu su parte
correspondiente. Ofendido el
vidente profeta, le pronosticó que su posteridad perecería
y su reino con ella. El rey
se arrojó en tierra, implorando, desesperado, el perdón del
profeta; pero ya era tarde,
porque la maldición ya había surtido instantáneamente su
efecto, y todo lo que pudo
hacerse para remediar el daño fué la solemne promesa de que
la descendencia del rey no
desaparecería de la tierra. Pronto se vieron los Patares
destronados y desposeídos de
todo su esplendor, teniendo desde entonces que “vivir de
su pluma”, a la
órdenes de los gobernantes que se han ido sucediendo, y que cambiar su
nombre de patares por
el de patanes, al par que llevan una vida más humilde que
muchos de sus antiguos
súbditos. Por fortuna, para nuestro amable huésped, algunos de
sus antepasados se hicieron
brahmanes, pasando a través de la vaca de oro.
Según luego supimos, aquella
expresión de “vivir de la pluma” alude al hecho cierto
de que los patanes desempeñan
todos los empleos menudos del Gobierno en la
Presidencia de Bombay, y
constituyen unos peligrosos rivales de los babúes bengaleses,
desde que se implantó la
dominación inglesa. En Bombay, los patanes empleados llegan
a la respetable cifra de
cinco mil, y aunque de tez más obscura que la de los brahmanes
del Konkan, son más hermosos
y gallardos.
Merece especial mención la
costumbre aludida de “pasar por la vaca de oro”, porque,
merced a ella, no sólo los
Kshatriyas, sino hasta los envilecidos shudras pueden
convertirse en una especie de
brahmanes de segunda clase. Es un derecho de los
brahmanes auténticos el de
poder conceder semejante merced a cambio de algunos
centenares o millares de
vacas. Hecho el regalo, se construye una especie de vaca de oro
puro, que es consagrada
mediante ciertas ceremonias místicas. El candidato, con sólo
pasar tres veces
arrastrándose a través del hueco cuerpo de la vaca, queda ipso–facto
transformado en un brahmán.
Así adquirieron su investidura brahmánica el actual
Mahârâja de Fravanka y hasta
el gran rajá de Benarés, según la información que de esto
y de la leyenda de los Patares
nos hizo nuestro bondadoso huésped, quien desapareció
luego con toda la gente de
nuestra comitiva, diciéndonos que nos preparásemos para la
cena.
Quedamos, pues, solas Miss X…
y yo, y nos pusimos a curiosear, la casa todo,
acompañadas por el babú, que
era todo un bengalés a la moderna en punto a los
preparativos de la comida,
explicándonos muchas cosas que de otro modo no habríamos
comprendido.
Los hermanos Prabhu viven
siempre bajo el mismo techo, pero tienen habitaciones
separadas y servidores
propios. Las de nuestro huésped eran muy espaciosas; otros
bungalows menores estaban ocupados por sus hermanos y había, en
fin, un edificio
principal con los
departamentos para los forasteros, el comedor, un salón, una capillita
con diversos ídolos y varias
otras estancias. El piso bajo tenía una terraza con arcos que
conducían a una gran pieza
con columnas de madera, adornadas por preciosas esculturas.Por las Grutas y
Selvas del Indostán
79
que habían pertenecido antaño
a un palacio de la Ciudad Muerta. El detenido examen
que de ellas hice me confirmó
en semejante hipótesis, porque no mostraban la menor
traza del gusto actual hindú:
no representaban dioses, ni animales, ni monstruos
fabulosos, sino. meros
arabescos y gallardas hojas de flores y plantas que, hoy no son
conocidas. Aunque las
columnas estaban muy próximas entro sí, los relieves les
impedían formar un muro
continuo, por manera que. la ventilación era un tanto
excesiva, así que durante el
tiempo que allí duró la comida, por aquellos huecos
penetraban pequeños sopletes,
despertando nuestros viejos reumatismos y dolores de
muelas, apaciblemente dormidos
desde que llegáramos a la India. El frontis estaba
cuajado de herraduras de
caballo, a guisa de preservativos contra el mal de ojo y los
malos espíritus, y al pie de
la ancha escalera tropezamos con una especie de cunita
pendiente de cadenas. A
primera vista creí que allí yacía dormido un hindú, y me iba a
retirar discretamente cuando
en el durmiente reconocí a mi viejo amigo Hanumân, el
dios–mono, y me atreví a
examinarle. ¡El pobre ídolo sólo poseía cabeza y cuerpo, pues
el resto no era sino un
envoltorio de harapos! (50).
A la izquierda de la terraza
había otras muchas habitaciones, cada una con su destino
especial. La mayor era la
denominada vatan, y estaba consagrada sólo al bello sexo.
Aunque la mujer brahmánica no
está perpetuamente sepultada bajo su velo como la
musulmana, se mantiene casi
siempre apartada de los hombres. Ellas cocinan, pero no
comen con éstos. A las damas
de más edad, se las tiene en la familia en gran respeto, y
los maridos muestran a veces
cierta tímida cortesía hacia sus esposas, pero la mujer no
tiene derecho a hablar al
marido delante de extraños, ni siquiera de próximos parientes,
tales como sus hermanas o su
madre.
La viuda hindú es realmente
la criatura más desgraciada del mundo entero. Tan
pronto como el marido fallece
ha de rasurarse la cabeza y las cejas; ha de prescindir de
todos sus adornos, tales como
pendientes, zarcillos de nariz, anillos y pulseras de manos
y pies, etc., pues ha de
hacerse la cuenta de que ella ha muerto también. Ni el más
abyecto proscrito se atrevería
a casarse con ella, y por su más insignificante contacto el
brahmán se considera
impurificado. Se le asignan los trabajos más sucios de la casa y
no deben comer con las
mujeres casadas ni con los niños. Todo, en fin, está dicho de
ellas con añadir que aunque
el Satî o cremación de la viuda en la propia pira del marido
muerto está ya abolida hace
tiempo, casi todas las viudas preferirían el Satî a la vida de
miserias a que les obligan
sus hábiles tiranos los brahmanes.
Después del examen de la
capilla familiar, atestada de ídolos, flores, ricos pebeteros
ardiendo, lámparas colgando
del techo y hierbas aromáticas cubriendo el pavimento,
nos decidimos a comer. No era
bastante, por lo visto, con que nos hubiésemos lavado
cuidadosamente, sino que se
nos exigió que nos descalzásemos, sorpresa harto
desagradable, aunque el
participar de una cena brahmánica bien valiese la pena de
hacerlo. Estábamos lejos, sin
embargo, de sospechar que nos aguardaba otra extraña
sorpresa.
Al penetrar en el comedor nos
quedamos estupefactos: ¡Dos de nuestros acompañantes
europeos aparecían vestidos,
o por mejor decir, desvestidos, exactamente como si fuesen
hindúes. Por decoro, tenían
puesto una especie de coletillo, pero estaban descalzos, y en
sus cinturas llevaban liados
blanquísimos dhutis formando una especie de faldellín,
representando una mezcla de
tipos hindúes y mozos de las casas de baños de.Por las Grutas y Selvas del
Indostán
80
Constantinopla. Presentaban,
pues, una tan cómica apariencia que, con gran turbación
de los caballeros y escándalo
de las damas, no pude contenerme y solté una sonora
carcajada. Miss X… se puso
muy colorada y acabó por acompañarme también en mi
risa nerviosa.
Todo hindú, viejo o joven,
tiene que ejecutar, un cuarto de hora antes de comer, su
oración o puja ante
los dioses, y aunque no cambia sus vestidos, como se acostumbra en
Europa, se quita la escasa
ropa que le cubre durante el día, toma un baño en el estanque
familiar y se suelta el pelo,
o si se trata de un mahratti o un natural del Dekan, le junta
en un solo mechón pendiente
de su afeitada cabeza. Gravísimo pecado sería el de
cubrirse la cabeza o el
cuerpo durante el banquete. En fin, tras envolverse cintura y
piernas en el dhuti de
blanca seda, torna a saludar a sus ídolos y se instala en el
comedor.
Tengo que hacer aquí una
digresión. Un mantram del libro X, sloka 23, dice que la
seda goza de la virtualidad
de repeler a los malos espíritus que pululan en los flúidos
magnéticos de la atmósfera, y
no puedo menos de pensar si el tal versículo no entrañará
otro significado más
profundo. Nos es ciertamente difícil el prescindir de nuestra teoría
favorita que considera a
todas las costumbres y usos del viejo paganismo como otras
tantas supersticiones
despreciables, sin que ello obste para que muchas de ellas se hayan
abierto paso entre los
sabios, quienes han acabado por comprobar que ellas responden a
los más admirables principios
científicos. Aunque la idea, pues resulte hoy poco
sostenible, ¿quién sabe si al
prescribir los antiguos el uso de la seda se debe a que
conocían la acción
beneficiosa de la electricidad actuando sobre los órganos digestivos?
Cuantos han estudiado la
antigua filosofía de la India con el sano propósito de penetrar
en el sentido oculto de sus
aforismos, se han encontrado con la sorpresa de que la
electricidad y sus efectos
eran conocidos de algunos filósofos, como, por ejemplo,
Patañjali. Aunque Hipócrates
es considerado en Europa como el padre de la Medicina,
Characa y Sushruta habían ya
formulado mucho antes los principios fundamentales de
aquella escuela. En cuanto a
la fuerza expansiva del vapor de agua, el templo de Vishnú,
en Bhadrinath, posee una
piedra que acredita de un modo evidente que Surya–Sidhanta
la conoció y calculó. Los
antiguos hindúes fueron asimismo los primeros que midieron
la velocidad de la luz y sus
leyes de reflexión, etc. La llamada Tabla de Pitágoras y su
célebre teorema respecto al
cuadrado de la hipotenusa pueden aun verse, con cargo a
época mucho más remota, en
los antiguos libros de Iyotisha. Todo esto induce a pensar
que los antiguos arios, al
establecer el hábito de vestir de seda durante los banquetes,
tenían sobre el particular
una idea bastante más seria y científica que la de “ahuyentar a
los malos espíritus”.
Al entrar en el comedor nos
dimos cabal cuenta de las inauditas precauciones tomadas
por los hindúes, para no ser
contaminados por nuestra compañía en la mesa. El enlosado
pavimento se había dividido
en dos mitades mediante una línea trazada con tiza, que
llevaba no sé qué especie de
signos cabalísticos en sus extremos. Quedaba así separada
una zona para la familia y
amigos del anfitrión pertenecientes a la misma casta, y la otra
se reservaba para nosotros.
Había, además, un tercer cuadrado en nuestra respectiva
zona para los hindúes de casta
distinta. El mobiliario y servicio de los dos espacios era
enteramente igual, y junto a
los dos lados estaban tendidas estrechas alfombras cubiertas
por asientos bajos y
almohadones. Delante de cada comensal aparecía otro rectángulo
trazado congreda sobre el
pavimento, dividido en pequeños cuadrados cual tablero de.Por las Grutas y
Selvas del Indostán
81
ajedrez para marcar los
sitios de platos y fuentes. Consistían aquéllos en fuertes hojas de
butea frondosa y éstas en varias hojas cosidas con espinas, y las
salseras eran otras
hojas rebordeadas. Todos los
manjares aparecían servidos cada uno en su casillero
correspondiente, y pudimos
así contar has 48 platos, substancias en su mayoría
desconocidas para nosotros,
pero muy gratas al paladar algunas de ellas. Por supuesto,
la comida era absolutamente
vegetariana, sin asomo de carne, aves, pescado, ni huevos.
Veíanse allí chutneys, especie
de pepinillos conservados en vinagre y miel;
panchamrits, mezcla de bayas de pampello, tamarindos, leche de
coco, miel de caña y
aceite, kushmer, hecho
de harina, rábanos y miel; picantes pickles y otras muchas
especies, todo ello coronando
verdaderas pirámides de arroz, y otra montaña de
chapatis, semejantes a doradas tortas. Estaba el servicio de
cada comensal alineado en
cuatro largas filas de a 12
platos por fila, y entre éstas lucían trozos de maderas
aromáticas a modo de
candelillas de iglesia. Nuestra sección estaba espléndidamente
iluminada por velas
encarnadas y verdes sobre candelabros de fantásticas formas a
modo de tronco de árbol con
una cobra de siete cabezas, o luces, enroscada en él. Como
el viento se filtraba que era
un gusto entre las columnas, según dijimos, las luces
experimentaban una oscilación
continua, produciendo macabras sombras, y nuestros dos
amigos que, envueltos en sus
ligeras muselinas, estornudaban con frecuencia,
destacaban sus dos blancas
formas oscilantes cual máscaras de carnaval, sobre la
relativa obscuridad de la
zona reservada a los comensales hindúes.
Unos tras otros fueron
penetrando los parientes y amigos del anfitrión, desnudos todos
de cintura arriba, descalzos,
reatado en su cuerpo el triple cordón brahmánico, con los
cabellos sueltos y envueltos
en sus dhutis de seda blanca. Cada sahib iba seguido por su
criado, llevando su copa,
jarro de plata o de oro y una toalla. Saludaron al anfitrión y
luego a nosotros, juntando
las palmas de las manos y llevándolas sucesivamente a la
frente, al pecho y al suelo,
al par que nos decían todos: ram–ram, namaste (yo te
saludo). Después ocuparon silenciosamente
sus puestos respectivos, y aquellos
cumplimientos trajeron a mi
mente el recuerdo de aquel saludo primitivo que consistía
en pronunciar dos veces el
nombre de alguno de sus antecesores.
Nos sentamos todos: los
hindúes tranquila y solemnemente cual si se dispusiesen para
una ceremonia mística, y
nosotros extraordinariamente cohibidos ante el temor de
incurrir en alguna falta
grave. Media docena de nautches o bayaderas de la pagoda
vecina entonaban un monótono
himno celebrando la gloria de los dioses. Coreados por
aquellos cánticos
principiamos a satisfacer nuestro apetito, siguiendo las instrucciones
del babú de que
comiésemos sólo con la mano derecha, cosa algo difícil de practicar por
nuestra prisa y nuestro
apetito; pero absolutamente indispensable, porque si hubiéramos
tocado no más al arroz con la
mano izquierda, legiones enteras de râkshasas o demonios
habrían venido ipso–facto a
participar del banquete también, cosa que, además, habría
hecho salir más que de prisa
del comedor a todos los hindúes. Para no transgredir, pues,
semejante precepto metí mi
mano izquierda en el bolsillo, teniendo en ella mi pañuelo
durante todo el tiempo que
duró la comida, comida en la que es preciso consignar que
no hubo ni rastro de
cucharas, tenedores ni cuchillos.
Al cántico, que sólo duró
meros dos minutos, siguió un silencio de muerte. Como era
lunes y día de ayuno,
semejante silencio tenía que ser observado con más rigor que
nunca, y todo aquel que se ve
forzado a interrumpirle por cualquier accidente imprevisto
se apresura a introducir en
el agua el dedo medio de su mano izquierda, colocada hasta.Por las Grutas y
Selvas del Indostán
82
entonces tras la espalda,
humedeciéndose en seguida los párpados. Un brahmán
realmente piadoso no puede,
sin embargo, conformarse con tan ligera fórmula
purificadora, sino que,
después que ha hablado, sale del comedor, se baña todo el cuerpo
y luego se abstiene de comer
durante el resto del día.
Aproveché el imponente
silencio para mejor darme cuenta de la escena; pero siempre
que mi mirada tropezaba con
la del Coronel o la de Mr. Y… me era casi imposible
conservar mi seriedad, pues
me acometía una hilaridad loca al verlos tan tiesa y
cómicamente sentados,
manejándose con la mayor torpeza. La luenga barba del uno
aparecía sembrada de granos
de arroz, cual plateada escarcha, y azafrán molido las
mejillas del otro. Ayudada
por mi insana curiosidad, pude combatir mi risa, y seguí
observando las extrañas
maneras de comer que tenían los hindúes. Sentado cada cual
sobre sus piernas cruzadas,
tomaba el jarrón de agua que el criado le servía, y después
de llenar su vaso, se echaba
una poca en la palma de la mano derecha. Después hacía
una aspersión lenta y
cuidadosa sobre un plato aparte que estaba destinado a los dioses,
con toda clase de manjares.
Al par recitaba un mantram védico. En seguida, llenando la
diestra de arroz, pronunciaba
otros cuantos mantrams, y después de haber depositado a
la derecha de su plato cinco
puñaditos de arroz, se volvía a lavar las manos para evitar el
mal de ojo; al instante
volvía a aspergiar, y derramando unas gotas en la palma de la
mano, las sorbía lentamente.
Comía al punto seis puñados de arroz, unos tras otros,
siempre mascullando
oraciones, y humedecía sus ojos con el dedo del medio de su
izquierda, hecho lo cual
tornaba a situar esta mano tras la espalda y principiaba a comer
con la otra. En estas
ceremonias apenas empleaban algunos minutos, no obstante
realizarlo con toda
solemnidad.
Comían nuestros hindúes con
el tronco inclinado sobre el plato, lanzando el bocado en
alto y atrapándole tan
hábilmente con la boca que ni un solo grano de arroz se llegaba a
perder ni se derramaba una
simple gota de agua. El bueno del Coronel, deseoso de
rendir homenaje al anfitrión,
trató de imitarle en todas estas maniobras, pero fuéle, ¡ay!,
imposible el mantener el
tronco en tan inclinada postura; perdió el equilibrio; estuvo a
punto de caer de bruces sobre
la comida, y se le escaparon los lentes, yendo a
sumergirse en un plato de
leche agria y ajos. Semejante fracaso obligó al bizarro
americano a ser más cauto en
sus intentos de hinduizarse de allí en adelante.
Terminó la comida con arroz
mezclado con azúcar; guisantes espolvoreados con
pimienta; aceite, ajos y
granos de granada, manjar este último que ha de comerse muy
rápidamente, mirando cada
cual con ansiedad a su vecino, temiendo atrozmente ser el
último en concluir, porque
supone ello pésimo presagio. Cada cual, en fin, toma un
sorbo de agua, murmurando
nuevos mantrams y cuidando de tragarla de golpe, y si
alguno se atraganta, es
prueba clara de que un bhuta o espíritu malo se ha posesionado
de su garganta, y el paciente
tiene que velar por su seguridad haciéndose purificar en la
pagoda.
Los desgraciados hindúes
están atormentadísimos por esos bhutas, que no son sino las
almas de quienes han muerto
envueltos en el torbellino de deseos y de rastreras pasiones
no satisfechos. Tales
espíritus, al decir de unánimes asertos, pululan siempre en torno de
los vivos valiéndose del
cuerpo y órganos de éstos para satisfacer sus impuras ansias.
Por eso son temidos y
malditos en toda la India: no se escatima medio alguno para.Por las Grutas y
Selvas del Indostán
83
protegerse contra ellos, cosa
bien contraria a las conclusiones que acerca de los
fenómenos mediumnímicos
sostienen los espiritistas de Occidente.
“Un espíritu bueno –dice el
hindú– no siente atraída su alma hacia la tierra; se alegra de
haber muerto, pues que así
camina a unirse con Brahma, gozando la eterna felicidad del
svarga o cielo, en compañía de los gandharvas o
músicos celestes, cuyos cánticos le
saturan de felicidad infinita
y le purifican preparándole para una nueva encarnación en más
perfecto cuerpo que el que
antes tuviese”.
El hindú sostiene que el
Espíritu o Âtmâ es una mera chispa del Parabrahm o Gran
Todo y jamás puede alcanzarle
el castigo de culpas en las que El no participó. Manas, la
inteligencia y Jiva,
la vida animal, son entre ambas meras ilusiones materiales. Ellos
son los que pecan y por eso
sufren y trasmigran de uno en otro cuerpo hasta que se
depuran. Por eso el Espíritu
se limita a cobijar aquellas trasmigraciones terrestres y
cuando el Ego ha
alcanzado el estado definitivo de pureza, se torna uno con Âtmâ,
sumergiéndose gradualmente en
Parabrahm. Esto, por desgracia, no acontece con las
almas perversas, y el alma
que no logra emanciparse de sus deseos y atracciones
terrestres antes de la muerte
del cuerpo, es arrastrada por sus pecados, y en lugar de
reencarnarse en nueva forma
con arreglo a la ley de la metempsicosis, permanece sin
cuerpo, errabunda por la
tierra transformada en su bhuta y ocasionando indecibles
sufrimientos a sus parientes.
Por tal motivo nada teme más el hindú que caer en esa
tristísima condición después
de la muerte.
–¡Preferible es encarnar en
el cuerpo de un tigre, perro, león y hasta en el de un halcón
de patas amarillas, que
convertirse en un bhuta –me dijo cierta vez un viejo hindú–,
porque cada animal posee su
cuerpo propio con derecho a usar de él con arreglo a las
leyes del mismo mientras que
el bhuta es un dakoita, ladrón y bandido en acecho
siempre para disfrutar de lo
que no le pertenece; estado de espantosa infelicidad que le
hace vivir en verdadero
infierno. ¿Cómo concebir que haya en el Occidente espiritistas
que incautamente se dejen
engañar por ellos? ¿Es posible tal locura en ingleses y
americanos respetables?
El buen hombre no quería
darnos crédito cuando le asegurábamos que había gentes
entre los nuestros que
gustaban de tratar con semejantes gentes y de atraerlos a sus
hogares.
Terminada la cena, los hombres
volvieron al estanque familiar para purificarse y
vestirse.
A estas horas de la noche
vístense los hindúes una especie de camisa estrecha llamada
malmala, turbante blanco y sandalias de madera con cuerdas
metidas por entre los dedos
de los pies. Déjanse este
calzado a la puerta al tornar a la sala y se reclinan sobre tapices
y almohadones colocados en
derredor, para masticar betel, fumar hukahs y cheruts, oír
lecturas sagradas y disfrutar
del espectáculo coreográfico de las nautches o danzarinas
de las pagodas. Aquella
noche, sin duda en honor nuestro, todos se vistieron
suntuosamente, llevando
algunos de ellos darias de riquísimo raso rayado; hermosos
pendientes de oro; collares
cuajados de diamantes y esmeraldas; relojes y cadenas de
oro y transparentes bandas
brahmánicas con bordados del mismo metal. Los gruesos
dedos y la oreja derecha de
nuestro anfitrión estaban rutilantes de diamantes..Por las Grutas y Selvas del
Indostán
84
Las mujeres que nos habían
servido la comida desaparecieron, volviendo al largo rato
lujosamente ataviadas y
entonces fué cuando nos las presentaron solemnemente. Eran
ellas cinco: la esposa del
dueño de la casa, de veinticinco a veintiséis años; otras dos
más jóvenes, una con niño de
pecho y de la que, con gran extrañeza por nuestra parte,
supimos que era la hija
casada de aquél; luego la anciana madre y otra niña de siete
años, cuñada suya. Por manera
que la señora de la casa era ya abuela, y su cuñada que
iría a casarse de allí a dos
o tres años, podría llegar a ser madre antes de los doce.
Todas las señoras estaban
descalzas, con sortijas en los dedos de manos y pies, y
todas, salvo la anciana,
lucían guirnaldas de flores en sus cuellos y en sus negros
cabellos. Sus estrechos
corpiños, llenos de bordados, eran tan cortos que entre ellos y el
sari había una gran zona descotada. Las bronceadas cinturas
de estas mujeres
escultóricas quedaban así al
descubierto, mientras que sus hermosos brazos y tobillos
desaparecían ocultos por
numerosos brazaletes, que con sus cascabeles producían un
argentino tintineo. La
infantil cuñada, verdadera muñeca automática, apenas si podía
moverse bajo el peso de sus
adornos y joyas, mientras que la joven abuela, señora de la
casa, ostentaba un macizo
anillo en su nariz izquierda que le llegaba hasta la barbilla,
una bellísima nariz
desfigurada bajo el peso de la alhaja, según pudimos observar
cuando se le quitó para tomar
más cómodamente el té.
Llegó, finalmente, la danza
de las nautches. Dos de ellas eran lindísimas y su baile
consistía en múltiples y
expresivos movimientos de la cabeza, de los ojos y hasta de las
orejas, en suma, de cintura
para arriba. En cuanto a sus piernas, o es que no se movían
nada o que lo hacían con tal
ligereza que ellas se esfumaban cual si envueltas en niebla
estuviesen.
-------Cardiff Theosophical Society in Wales-------
206 Newport Road, Cardiff, Wales, UK. CF24-1DL
--------------------Tras
aquel tan accidentado día,
dormí el sueño de los justos. Cuando se lleva, en
efecto, durmiendo durante
muchas noches bajo una tienda de campaña, es una verdadera
delicia el poderlo hacer en
una verdadera cama, aunque sea colgante. Tamaño placer se
habría aumentado
extraordinariamente, si hubiese sabido que dormía nada menos que en
el lecho de un dios, mas esta
última particularidad sólo me fué revelada al día siguiente,
cuando, al bajar por la
escalera, divisé al ilustre general Hanumân, el mono–dios que
yacía acurrucado bajo la
escalera y muy triste sin su cama colgante que… ¡había sido la
mía la noche antes!
Decididamente los hindúes del
siglo XIX son una raza degenerada, execrable e
impía… Aquella cama–cuna de
Hanumân, y un viejo y derrengado canapé eran, por lo
visto, los únicos muebles de
la casa que podían hacer las veces de lechos para los
forasteros.
Inútil es añadir que ninguno
de los dos caballeros pasaron bien la noche, que hubieron
de dormir en un torreón vacío
que antaño fuera altar de una derruida pagoda situada
detrás del edificio
principal, donde les había llevado el dueño de la casa con la buena
intención de protegerles
contra los chacales, que solían campar por sus respetos en toda
la planta baja, penetrando
por las arcadas sin puertas. Estos animales, sin embargo, no.Por las Grutas y
Selvas del Indostán
85
causaron gran molestia a
nuestros dos compañeros, salvo el nocturno concierto que les
dieron con sus aullidos; pero
tanto Mr. Y… como el Coronel, tuvieron que habérselas
toda la noche con un vampiro,
especie de zorra voladora, de tamaño desusado, que,
según supimos demasiado tarde
por nuestro huésped, era también un espíritu.
Revoloteando dentro de la
torre durante toda la noche, sin hacer ruido, acababa
posándose alternativamente
sobre entrambos durmientes, haciéndoles estremecerse bajo
el repugnante contacto de sus
alas vizcosas y frías, con la sana intención de darse una
buena panzada chupando sangre
europea. Diez veces le despertó así, sin que pudieran
expulsarle del recinto, y tan
luego como tornaban a querer dormirse, volvía a posarse en
sus piernas, hombros y
cabeza, hasta que exasperado Mr. Y… le cogió y le retorció el
pescuezo.
Y fué lo bueno del caso que
bien ajenos entrambos de la gravedad del pecado que con
ello habían cometido, a la
mañana siguiente contaron a su huésped el trágico fin del
murciélago alevoso, con lo cual atrajeron instantáneamente toda una tempestad
sobre
sus cabezas. El patio se
llenó de gente que, triste y cabizbaja, se agolpaba a la entrada
del torreón. La anciana madre
del amo se mesaba furiosamente los cabellos, lanzando
agudas exclamaciones en todos
los dialectos de la India. ¿Qué ocurría?–No acertábamos
a explicárnoslo y cuando, al
fin, averiguamos la causa de ello quedamos estupefactos.
Merced a ciertas extrañas y
misteriosas señales, sólo conocidas por aquella
brahmánica familia, se había
venido, en consecuencia, que, al dejar su cuerpo, el alma
del hermano mayor de nuestro
huésped había conseguido encarnar en aquel murciélago
vampiro, hecho que nos fué
revelado como fuera de toda duda. Así, pues, desde hacía
nueve años, el finado Patarah
Prabhu continuaba viviendo bajo aquella nueva forma al
tenor de la ley de la
metempsicosis. Durante el día dormitaba colgado de una pata y
cabeza abajo, en un añoso
tronco frontero al torreón; pero durante la noche se dedicaba
a dar fiera caza a cuantos
insectos pululaban por aquel retirado rincón y en semejante
estado, consagrado por igual
a comer, dormir y redimirse de sus culpas, el buen
murciélago iba purificándose
de los pecados que bajo la forma de Patarah Prabhu había
cometido. Ahora, ¡horror!, su
abandonado cuerpo de quiróptero yacía inerte en el polvo,
a la entrada misma de su
torreón favorito y con la membrana de sus alas medio roída
por las ratas, mientras que
la pobre anciana de su madre enloquecía de pena, lanzando a
través de sus lágrimas
miradas acusadoras contra Mr. Y…, quien, en su nuevo aspecto
de asesino sin entrañas,
parecía mostrar en su actitud una tranquilidad repulsiva.
El asunto empezaba a ponerse
serio. El lado cómico que pudiera mostrar la cosa en un
principio desaparecía ante la
sinceridad e intensidad de tamañas lamentaciones. Como
descendientes y consanguíneos
del dueño de la casa, le estaban a éste lo bastante
subordinados para permitirse
el pegar contra nosotros, pero sus semblantes nada tenían
de tranquilizadores. El
sacerdote astrólogo de la familia colocóse, shastras en mano, al
lado de la anciana, dispuesto
a practicar la ceremonia de la purificación, empezando por
cubrir solemnemente el
cadáver del bicho con blanco pañizuelo para ocultar los
mortales despojos que se
hallaban completamente cubiertos por las hormigas. Miss Y…
hacía lo posible por
permanecer indiferente ante todo aquello; pero la imprudente Miss
X…. con su habitual falta de
tino, la emprendió contra el astrólogo, anatematizando en
voz alta la indignación que
aquellas supersticiones propias de una raza inferior le
producían. Pudo tener en
cuenta, al menos, que nuestro huésped conocía el inglés
perfectamente y no la
escuchaba que digamos con grandes muestras de simpatía. Sonrió.Por las Grutas y
Selvas del Indostán
86
desdeñosamente, sin dignarse
contestarla, y saludando respetuosamente al Coronel, le
invitó a que le siguiese.
–¡Va a echarnos en el acto de
la casa! –pensé.
Mis temores no se
confirmaron, por fortuna. En aquella época de mi recorrido por la
India distaba aún mucho de
alcanzar a penetrar en los más íntimos pliegues metafísicos
de un corazón hindú.
Comenzó Sham Rao por
endilgarnos un elocuentísimo prólogo, haciéndonos presente
que él era un hombre culto
que gozaba de cuantas ventajas proporciona la educación
europea, y que, debido a
ello, distaba mucho de estar convencido de que su difunto
hermano morase efectivamente
en el cuerpo de aquel quiróptero. A juicio suyo, Darwin
y otros grandes naturalistas
occidentales, a lo que él colegía, parecían creer en la
transmigración de las almas
en sentido inverso de los hindúes, es a saber: que si su
madre hubiera concebido un
niño hacia el momento de la muerte del vampiro,
semejante niño habría podido
sacar un parecido indudable con semejante animal, por
hallarse tan cerca aquélla de
los elementos vitales de éste en vías de disgregación…
–¿Acaso no es ésta la
interpretación más fidedigna de la escuela darwinista? –acabó
Sham Rao preguntando.
Respondímosle con toda
modestia que, como habíamos viajado incesantemente
durante el año anterior, nos
sentíamos algo remontados, por no haber tornado nota de
las más recientes
conclusiones de la ciencia moderna.
–¡Pero yo las he seguido al
día! –replicó Sham Rao con cierto énfasis–. Espero, por
tanto, que se me permita
agregar que he penetrado debidamente en el desenvolvimiento
operado por los estudios más
recientes. Acabo de estudiar, por cierto, la magnífica
Antropogénesis, de Hæckel, y he meditado hondamente acerca de todas
sus científicas y
lógicas explicaciones, acerca
de cómo el hombre desciende de formas animales
mediante dicha
transmigración… ¿Y qué es, en suma, la serie evolutiva darwiniana sino
la humana transmigración de
los hindúes antiguos y modernos, o bien la metempsicosis
de los griegos?
Nos era imposible el objetar
nada a semejantes razonamientos, y hasta nos
aventuramos a observar que la
teoría de Hæckel y la de nuestro huésped se parecían de
una manera sorprendente.
–¡Exacto! –exclamó Sham Rao,
con aire de triunfo–, y ello demuestra que nuestras
ideas no son tan ignorantes y
supersticiosas como suponen los enemigos de la Ley del
Manú. Nuestro Manú se
anticipó así muchos siglos a Darwin y a Hæckel. ¡Vedlo!
Hæckel nos describe todo el
proceso evolutivo del ser humano a través de una serie de
plasmas cada vez más
complicados, desde la mónera gelatinosa que pasa a ser amibo,
ascidia, amphioxus, sin
cerebro ni corazón todavía, y que transmigrando luego en
lamprea, se transforma, por
fin, en un amniótico vertebrado, un marsupial, un
pre–mamífero… Vosotros, en
vuestra cultura, no ignoráis que el vampiro pertenece a
los vertebrados, y, por
tanto, no podéis contradecir tal aserto.
Imposibilitados estábamos, en
efecto, de contradecirle.
–Esto sentado, dignaos
seguirme en mi argumentación..Por las Grutas y Selvas del Indostán
87
Seguímosle, pues, atentos,
aunque sin columbrar dónde iba a parar aquel
inteligentísimo brahmán.
–El Origen de las
Especies, de Darwin –continuó Sham
Rao–, restablece palabra tras
palabra las enseñanzas
palingenésicas de nuestro Manú. Puedo demostrároslo, texto en
mano. Nuestro divino
legislador, en efecto, enseña que “El Gran Parabrahm hizo
aparecer al hombre en el
Universo después de evolucionar a lo largo de la serie animal y
surgió, pues, del lodo o ilus
de la mar profunda. Convirtióse así el gusano en serpiente;
la serpiente, en pez; el pez,
en mamífero, etcétera”. ¿No es ésta, acaso, la idea matriz de
la teoría darwinista, al
sostener que el informe protoplasma de los mares laurentino y
siluriano– el “lodo marítimo”
del Manú, me atrevo a decir– se transformó gradualmente
en el mono antropoide, y, por
fin, en el ser humano?
No pudimos menos de asentir a
tales palabras.
–Sin embargo de todo mi
respeto por Darwin y Hæckel, su gran continuador, no puedo
aceptar sus conclusiones
definitivas, en especial las del último –continuó Sham Rao–.
Este irritable y bilioso
alemán coincide en su embriología con la doctrina de nuestro
Manú y demás antecesores,
pero olvida por completo la evolución respectiva del alma
humana, la cual, según
nuestras creencias tradicionales está concordada con la
evolución de la materia. El
hijo de Svayambhuva, el Nacido por Sí Mismo, nos enseña
“que todo lo creado en un
nuevo ciclo evolutivo, adquiere cada vez cualidades nuevas
que se agregan a las ya
adquiridas en las precedentes metempsicosis; y la Chispa Divina
que a todo ser informa se
hace más y más brillante a medida que se aproxima a la
humana categoría y después
entra en un cielo de transmigraciones conscientes una vez
que se ha convertido en un
Brama. ¿Alcanzáis, por ventura, a comprender todo lo que
esto significa? Pues significa
que desde semejante momento sus palingénesis evolutivas
ya no dependen de las ciegas
leyes generales, sino que hasta la menor de sus acciones
lleva aparejada su premio o
su castigo. De aquí que ya entonces comience a depender de
la libérrima voluntad del
hombre el seguir consciente a lo largo del Sendero que
conduce hasta la eterna dicha
o el Moksha, ascendiendo de uno en otro loka hasta llegar
al Brahmaloka, o bien
retroceder en el Sendero a causa de sus pecados, y no ignoráis
tampoco que el alma humana de
tipo medio, tiene que ascender de uno en otro loka, sin
cambiar de forma humana,
aunque creciendo por grados y perfeccionándose.
Determinadas sectas nuestras
entienden que cada uno de estos lokas son otros tantos
astros. Los espíritus que ya
se han libertado de los terrestres vínculos son los Devas o
Pitris a los que rendimos
culto. ¿Acaso vuestros cabalistas medioevales no
denominaban Espiritus
Planetarios a dichos Pitris? En cambio, en el triste caso de un
gran pecador, tendrá
necesidad de tornar su ascensión a lo largo de aquellas formas
animales por las que antes
había pasado inconscientemente. Darwin y Hæcke], pues,
olvidaron o ignoraron esta
segunda parte de su teoría, lo cual no significa que quepa
argumento científico alguno
contra semejante doctrina de nuestros antepasados.
– Ciertamente que ellos no
han penetrado en tales profundidades.
–Entonces – exclamó Sham Rao,
cambiando su sereno tono anterior por otro de
terrible reconvención–, ¿por
qué, conociendo yo, como acabáis de ver, las ideas más
modernas de vuestra ciencia
de Occidente, y creyendo como veis en lo que enseñan sus
más autorizados paladines,
por qué, repito, os habéis de figurar, como Miss X…. que
pertenezco a una tribu de
gentes ignorantes y supersticiosas? ¿Ni qué justicia es esa.Por las Grutas y
Selvas del Indostán
88
vuestra de calificar de
supersticiones teorías nuestras que son perfectamente científicas
y en tratarnos de raza
inferior degenerada?
Al pronunciar estas últimas
palabras las lágrimas pugnaban por brotar de sus brillantes
ojos. Confundidos por sus
aplastantes argumentos, no sabíamos ya qué responderle.
–Yo no afirmo tampoco que
nuestras creencias populares sean dogmas infalibles, sino
meras teorías, y trabajo
cuanto me es dable para conciliar entre sí las dos ciencias
antigua y moderna. En uso de
un perfecto derecho formulo una hipótesis y nada más,
cual lo hacen Darwin y
Hæckel. Además, si no he sospechado mal, Miss X… es
espiritista, y creerá, por
tanto, en los bhutas. Si, pues, admite que un bhuta puede
posesionarse del cuerpo de un
médium, ¿por qué se atreve a negar que un bhuta, y
mejor aún, un alma menos
pecadora, pueda entrar en el cuerpo de un murciélago
vampiro?
Tamaños razonamientos eran
irrebatibles, abrumadores, y para eludir semejante
delicadísima cuestión metafísica,
tratamos de disculpar del mejor modo posible la
inconveniencia de Miss X…
–La intención de Miss X…
nunca fué la de ofenderos lo más mínimo, querido señor
–dijimos a nuestro huésped–,
pues no hizo sino repetir una calumnia que es muy
corriente entre los
occidentales, y no se habría permitido semejante ligereza si hubiera
meditado un punto en tamaño
problema.
Fuése así tranquilizando poco
a poco Sham Rao, y tornó a su proverbial jovialidad,
pero no pudo menos de añadir
nuevos asertos a su larga prédica, y comenzaba ya a
revelar ciertos rasgos de
carácter de su hermano el muerto, que se mostraban
atávicamente en los hábitos
del vampiro, cuando Mr. Y… lo echó todo a rodar gritando
a voz en cuello.
–¡Se ha vuelto loca la pobre
vieja! No sólo continúa lanzándonos todo género de
maldiciones, sino que añade
que el asesinato del asqueroso bicho no es sino el primer
contratiempo de una serie de
desgracias que vos, Sham Rao, habéis acarreado sobre
vuestra familia por haber
profanado vuestra santidad brahmánica dándonos albergue en
vuestro hogar. ¡Enviad, pues,
Coronel, por nuestros elefantes, antes que esta multitud
irritada caiga como fieras
sobre nosotros!
–¡Por favor, señores!
–exclamó en tono suplicante nuestro huésped–. ¡Sed un poco
más considerados, porque
aunque se trata de una anciana supersticiosa, esta anciana es
mi madre! Aconsejadme, por
tanto, ya que sois personas educadas e inteligentes, qué es
lo que haríais en mi lugar.
–¿Que qué haría? –alegó con
pésimo acuerdo Mr. Y… exasperado por lo violento de
nuestra situación–. Pues
cogería mi pistola y acabaría a tiros con cuantos murciélagos
pululan por estos
alrededores, aunque no fuera sino por libertar a vuestros difuntos de
los asquerosos cuerpos de
semejantes bichos, y después rompería la cabeza al farsante
brahmán inventor de esta
broma estúpida. ¡Eso es todo lo que yo haría, señor mío!…
No hay que añadir que el
desgraciado descendiente de Rama, puesto en tamaño aprieto
no tuvo a bien el seguir el
consejo y permaneció indeciso acerca de la resolución que
debía tomar: ora la de
arrojarnos violando las sagradas leyes de la hospitalidad, ora la de
seguir faltando, ya
abiertamente, a los preceptos brahmánicos, manteniéndonos bajo su.Por las
Grutas y Selvas del Indostán
89
techo. Entonces el ingenioso babú
vino en nuestro auxilio. Noticioso de que nuestra
excitación frente al tumulto
iba creciendo por momentos y que nos preparábamos a
dejar inmediatamente la casa
de Sham Rao, nos persuadió de que debíamos quedarnos
aunque no fuese más que una
hora, porque otra cosa sería un gravísimo ultraje para éste,
que estaba inocente de lo
acaecido, mientras que él se encargaba de tranquilizar a la
vieja majadera mediante un
notable plan que había urdido.
–Id entretanto –nos dijo –a
visitar las ruinas de aquel antiguo castillo que se alzó
antaño no lejos de aquí.
Obedecimos de pésima gana,
picada nuestra curiosidad por conocer cuál sería la traza
ideada por el babú. Nuestro
negro humor nos hacía caminar muy lentamente. El
flemático Narayan, siempre
bondadoso, trataba de distraernos dando inocentes bromas a
Miss X… acerca de sus
queridos espíritus. Al mirar una vez hacia atrás, vimos que el
babú se había unido al sacerdote de la tribu aquella, y
que, a juzgar por sus ademanes,
ambos discutían
acaloradamente. La rapada cabeza del brahmán se movía de un lado a
otro; su amarillo manto
flotaba con rápidos movimientos y sus brazos se alzaban hacia
el cielo, cual si pusiese a
los propios dioses por testigos de la sinceridad de sus palabras.
– ¡Mil dólares apuesto a que
todos los buenos planes del babú se estrellarán ante la
terquedad de semejante
fanático!–dijo con firmeza el Coronel, mientras encendía su
pipa.
No habíamos andado, sin
embargo, cien pasos, cuando vimos que el babú corría hacia
nosotros haciéndonos señas
para que nos detuviésemos.
–¡Todo ha quedado arreglado
del modo mejor del mundo! –gritó así que estuvo algo
cerca–. Es más, hasta os debe
estar agradecidísima toda esta familia, porque vosotros, al
matar al murciélago no habéis
hecho otra cosa que proteger y salvar al bhuta del
difunto…
Mientras así decía el buen babú,
se echaba al suelo sin poder contener la risa que le
dominaba, y que bien pronto
se hizo contagiosa para todos, aun antes de averiguar qué
era lo que había ocurrido.
–¿Qué os parece, amigos míos?
–decía el babú sin poder contenerse en su hilaridad–.
¡Y todo por míseras diez
rupias!… ¡Ja, ja, ja! Yo empecé ofreciéndole tan sólo cinco,
pero no quería… ¡Se trataba
de un gravísimo asunto sagrado!.. –decía el muy pícaro–.
¡Pero ante la perspectiva de
atrapar las diez rupias ya no pudo resistirse!
El babú acabó de
referirnos la historieta. Toda la metempsicosis de aquella buena
gente no depende sino de la
imaginación e inventiva de los Gurus o directores
espirituales de la familia,
quienes por sus buenos oficios suelen cobrarles de ciento a
ciento cincuenta rupias
anuales. Cada nuevo rito no es sino un nuevo ingreso en el
bolsón sin fondo de la
familia sacerdotal brahmánica, que es insaciable en sus codicias,
pero los acontecimientos
felices se pagan más que los desgraciados, y no ignorando esto
el pícaro babú pidió
al brahmán sin más rodeos que practicase un falso samâdhi, esto es,
que fingiese haber tenido una
inspiración celeste, y anunciase a la desolada madre, que
la terminante voluntad de su
hijo era la única causante de todo lo acaecido, siendo él y
no nadie quien había
precipitado así el fin de su vida en el cuerpo del vampiro por estar
ya cansado de aquella etapa
palingenésica y desear la muerte como medio de ascender.Por las Grutas y Selvas
del Indostán
90
en la escala animal; que era
por tanto mucho más feliz, y que estaba profundamente
agradecido al sahib que, al
retorcerle el pescuezo, le había libertado de aquel abyecto
cuerpo.
Conviene añadir que al ojo
siempre avizor de nuestro babú, no había pasado
inadvertido el detalle de
cierta vaca del Gurú estaba para dar a luz un ternerillo que
poder vender luego a Sham
Rao, y semejante circunstancia era un triunfo de baraja más
en manos del babú por
cuanto exigió también del Gurú que anunciase además, al tenor
del supuesto samâdhi, que el
espíritu aquel, así libertado, proyectaba habitar en el futuro
cuerpo de la cría que en
breve iba a dar a luz la vaca aquella, con lo que no hay por qué
añadir que la pobre vieja se
apresuraría a comprar al Gurú el terneril cuerpo de aquella
nueva encarnación de su amado
primogénito, y que el fausto suceso se celebraría con
nuevas fiestas y ritos, que
traerían, como es natural, nuevas rupias a aquel director
espiritual de la familia.
El pícaro Gurú no daba
su brazo a torcer; antes bien juraba por lo más sagrado que el
cuerpo del murciélago estaba
realmente habitado por el hermano de Sham Rao. El babú
que sabía bien dónde le
apretaba el zapato, dió a entender claramente al Gurú que él no
ignoraba que los shastras excluían
la posibilidad de semejantes transmigraciones y éste,
alarmado entonces, empezó a
batirse en retirada hasta que, bajo secreto absoluto, aceptó
las diez rupias.
Sham Rao salió a nuestro
encuentro radiante de alegría, pero sea porque temiese que
nos riésemos de él, bien
porque acertase a explicarse tamaña nueva metamorfosis por
medio de las ciencias
positivas y en particular por Hæckel, es lo cierto que no intentó
averiguar la causa de aquel
cambio tan repentino. Sólo nos notició, con cierto embarazo,
que su madre, debido a
ciertas misteriosas conjeturas suyas, había desechado sus
escrúpulos acerca del destino
de su primogénito y cambió de conversación al punto.
-------Cardiff Theosophical Society in Wales-------
206 Newport Road, Cardiff, Wales, UK. CF24-1DL
--------------------Para
disipar hasta la última
nubecilla de la tormenta pasada, nos invitó Sham Rao a
sentarnos un rato en la
terraza frente a la espaciosa entrada de la capilla de sus ídolos,
mientras se celebraba la
oración familiar. Eran las nueve de la mañana, hora precisa de
la oración matinal. Sham Rao
se fué hacia el estanque para prepararse y vestirse, o sea
desnudarse más bien, pues de
allí a un poco tornó llevando por toda vestidura un dhuti
idéntico al que vistiese
durante la cena. Con la cabeza descubierta se encaminó en
derechura a la capilla y en
aquel momento empezó a repicar ruidosamente la campana
que pendía
un chicuelo la tocaba desde
arriba.
Penetró Sham Rao en la
capilla adelantando el pie derecho muy solemnemente; luego
se acercó al altar y se sentó
en un pequeño taburete cruzando las piernas. En el testero
central, sobre el altarcito
de terciopelo rojo, que parecía un tocador de señora, veíanse
multitud de ídolos, de oro,
plata, bronce y mármol, según sus respectivos méritos o
jerarquía: así, Shiva o
Mahadeva era de oro; Ganesha o Gunpati, de plata; Vishnú de un
negro canto rodado de las
riberas del río Gandaki que corre por el Nepal. En esta.Por las Grutas y Selvas
del Indostán
91
apariencia Vishnú recibe el
nombre andrógino de Narayán–Lakshmî. Otros muchos
dioses, para nosotros
desconocidos, llamados Chakras eran otras tantas conchas marinas
talladas de una u otra forma,
tales como Sûrya el dios–sol; los Kuladevas y otros dioses
domésticos, colocados en
segunda línea. Una cúpula de madera de sándalo esculpida
cobijaba al altar y a sus
ídolos, y durante la noche los dioses y sus ofrendas quedaban
cubiertos por un enorme
fanal. Diversas pinturas sagradas, representando los episodios
más salientes de la vida de
los dioses mayores adornaban las paredes.
Murmurando continuos rezos,
Sham Rao llenó de ceniza su mano izquierda; cubrióla
un momento con la derecha;
luego agregó no sé qué a la ceniza estregándose las manos,
y con el pulgar de su diestra
trazó en su cara con la mezcla aquella, primero una línea de
la nariz para arriba, y luego
otras dos horizontales desde la frente a las sienes izquierda
y derecha. Después de
pintarrajeada así su faz, embadurnó con la mezcla su garganta,
hombros, brazos, espalda,
cabeza y orejas. Dirigióse en seguida hacia un rincón donde
había una enorme fuente de
bronce con agua y allí se sumergió tres veces seguidas de
pies a cabeza con su dhuti,
con lo que surgió de la pila chorreando agua cual un delfín, y
con ello y con retorcer su
única trenza de pelo y recogerla sobre su afeitada coronilla
terminó felizmente la primera
parte de su complicadísima tarea.
Comenzó la segunda parte con mantrams
y meditaciones religiosas, los cuales deben
ser repetidos tres veces al
día por la gente realmente piadosa: al salir el sol, al mediodía
y a la puesta del sol. Sham
Rao pronunció en alta voz los nombres de los veinticuatro
dioses, siendo acompañado
cada nombre de una sonora campanada. Seguidamente cerró
sus ojos; se ataponó los
oídos con algodón; comprimió con dos dedos de su izquierda la
ventana de la nariz del mismo
lado, al par que inyectaba aire en sus pulmones por la
ventana derecha, que a su vez
comprimió también. Después pegó los labios paralizando
por completo la respiración,
posición en la cual todo piadoso hindú debe repetir cierto
versículo denominado Gayati,
cuyas sagradas palabras hindú alguno osaría pronunciar
en alta voz, pues hasta
cuando las recita mentalmente cuida por todos los medios el no
inhalar aire impuro en sus
pulmones. No me es dable revelar este mantram por
habérseme dado bajo palabra
de reserva absoluta, pero sí me es permitido citar de él
algunas frases sueltas, como
aquellas que dicen:
“¡Om… ! Tierra…, Cielo… Que
la divina Luz de… (aquí un inefable nombre que jamás
deberá ser pronunciado) me
cobije y ampare. Que tú, ¡oh Sol!; tú, ¡Uno–Único!, me proteja,
aunque indigno… Por eso yo
cierro mis ojos, oídos y demás sentidos y dejo de respirar para
verte, oírte y respirarte a
ti solo. Arroja, pues, luz sobre nuestras mentes, ¡oh tú … !” (Aquí
otra vez el impronunciable
Nombre).
Semejante oración brahmánica
coincide de un modo harto extraño con la célebre
oración que Descartes inserta
en la Meditación tercera de su libro acerca de L´existence
de Dieu, donde, si mi recuerdo no es infiel, se consignan
frases como estas:
“Ahora que, cerrados mis
ojos, tapados mis oídos y paralizados todos mis demás sentidos,
no me atrae nada externo,
moraré tan sólo en el pensamiento de Dios; meditaré en Su
Cualidad y me extasiaré y me
abismaré en el seno de esta su maravillosa Radiación”.
Tras este mantram, Sham Rao
recitó otros muchos, teniendo siempre cogido con dos
dedos su sagrado cíngulo
brahmánico..Por las Grutas y Selvas del Indostán
92
Al cabo de un buen rato dió
comienzo nuestro amigo a la larga ceremonia de “lavar a
los dioses”. En
efecto, tornándolos del altar sucesivamente al tenor de sus categorías
respectivas, los introdujo
primero en la gran pila donde él se acababa de bañar y luego
en otra pilita de bronce que
estaba en el altar, y que contenía una mixtura formada por
leche, cuajo, manteca, azúcar
y miel, baño que, como se ve, no parecía de verdadera
limpieza. Pero pronto tuvimos
el consuelo de advertir que eran sometidos los dioses a
un tercer baño en la primera
pila y secados al fin con un paño limpio.
Colocados, pues, los dioses
en sus puestos respectivos, trazó el hindú sobre ellos los
signos de su secta con una
sortija de su mano izquierda, utilizando para ello pintura
blanca de sándalo para el
lingham, y roja para Gumpati y Sûrya. Rociólos luego con
aceites aromáticos y los
cubrió con flores frescas, concluyendo la ceremonia con la
acción de “despertar a los
dioses”, práctica consistente en ir tocando repetidamente una
campanilla bajo las narices
mismas de los ídolos, quienes acaso suponía el brahmán que
se habían quedado dormidos
durante la enojosa ceremonia aquella.
Observando entonces, o
figurándoselo, que a veces es lo mismo, que ya los dioses
estaban bien despiertos,
comenzó a ofrecerles sus cotidianas oblaciones, encendiendo el
incienso de los pebeteros y
restallando de tiempo en tiempo los dedos, con gran
admiración nuestra, como para
que “mirasen” los ídolos. Llena ya la cámara por las
nubes de incienso y los
vapores del alcanfor ardiendo, esparció más flores sobre el altar
y se sentó un rato en su
taburete mascullando sus postreras oraciones, acabando por
colocar las manos sobre la
llama de los cirios y restregarse el rostro con ellas: dió tres
vueltas en torno del altar y
arrodillándose otras tantas retiróse de espaldas hacia la
puerta.
Momentos antes de que Sham
Rao terminara sus prácticas matinales entraron en la
capilla todas las señoras de
la casa, cada una con su sillón de mano, sobre los que se
sentaron en línea, rezando con
sus rosarios.
Importantísimo es el papel
que desempeñan los rosarios, no sólo en la India, sino en
todos los países buddhistas;
y cada dios así como tiene su flor favorita, tiene su materia
predilecta para construir sus
respectivo rosarios. Por eso los faquires aparecen
literalmente cubiertos de
ellos. Al rosario se le denomina mala y consta de 108 cuentas,
y los hindúes verdaderamente
piadosos no se limitan a ir pasando sus cuentas una a una
durante su oración, sino que
tienen ocultas sus manos en un saquito llamado go–muhta,
que significa literalmente
“la boca de la sagrada vaca”.
Dejando que las mujeres
terminasen sus oraciones seguimos a Sham Rao al establo
donde tenía su vaca. La vaca
es adorada por todo hindú por simbolizar a la
Madre–Tierra, o sea la
Naturaleza. Sentóse, pues, nuestro amigo al lado de la vaca y,
ordeñándola, lavóla las
patas, primero con la leche de ella y después con agua. Dió
seguidamente al sagrado
animal arroz y azúcar; la espolvoreó el testuz con polvos de
sándalo; ciñó a su cuerpo y
patas delanteras guirnaldas de flores; quemó incienso bajo
su mismo hocico y agitó ante
ella un perfumador incensario. Dió en seguida tres vueltas
en torno de la vaca y se
sentó un momento. Hay hindúes piadosos que dan hasta 108
vueltas alrededor de la vaca,
nuestro amigo tenía,
además demasiado admirador de
Haeckel. Así que hubo descansado, llenó de agua una
copa, puso dentro de ella el
extremo de la cola de la vaca, y se la bebió. Finalmente,.Por las Grutas y
Selvas del Indostán
93
practicó su adoración al Sol
y a la sagrada hierba tulsi, y no pudiendo atraer al propio
dios Surya haciéndole
descender de su celeste trono, contentóse con tomar un buche de
agua, mientras se sostenía
sobre una sola pierna, y le arrojó luego hacia el luminar
día. No hay para qué añadir
que el buche de agua no alcanzó al astro, pero, en cambio,
nos roció a los circunstantes
inadvertidamente.
-------
--------------------Ignoramos
el por qué el Basilicum
regium o hierba tulsi es así adorada por los
brahmanes; pero es lo cierto
que hacia fines de Septiembre presenciamos una vez el
extraño rito de los
desposorios de esta planta nada menos que con el dios Vishnú, no
obstante estar considerada
aquélla
ser. una de las últimas
encarnaciones de este dios.
un círculo mágico en el
jardín, colocando la planta en medio, mientras que un brahmán
trae de la pagoda vecina un
ídolo
matrimonio un rico chal entre
la planta y el dios, cual si tendiese un pudoroso velo entre
uno y otra. El brahmán recita
sus oraciones, mientras que pandillas de jóvenes solteras,
adoradoras las más fervientes
de la planta tulsi, esparcen arroz y azafrán sobre ella y el
ídolo, Terminada la ceremonia
regálase el chal al brahmán, el ídolo es colocado a la
sombra de su novia, al par
que palmotea enloquecida la multitud, gritando y saltando al
son de los tamtames,
disparando cohetes y otros fuegos de artificio y ofreciéndose
mutuamente trozos de caña de
azúcar, en medio de una estruendosa fiesta que dura
hasta el amanecer
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